Hasta el minuto 75 del partido, a pesar de que el Tenerife se había adelantado por 0-1 en el 38 con un tanto de Waldo y de que había ampliado su ventaja en el 68 con un caño de Diarra a Poussin, Miguel Ángel Ramírez siguió en sus trece y decidido con su plan original: línea de cinco atrás inamovible.
Al descanso, los cambios para intentar la remontada habían sido tímidos (Arriaga por Aguado y Liso por Adu Ares). Visto que el resultado era el mismo y que nada bueno estaba pasando, el entrenador del Real Zaragoza movió fichas: regresó Bazdar tras su lesión en el lugar de Aketxe y Toni Moya ocupó el lugar de Keidi Bare. La base de la estructura continuó ahí, inflexible, hasta que la renta visitante se ensanchó tanto que el entrenador no tuvo más remedio que tirarla abajo para jugar a la desesperada.
Corría el minuto 75 del encuentro cuando Ramírez deshizo el entuerto. Sentó a Nieto e introdujo a Pau Sans. Casualidades del destino, que el fútbol premia la valentía y suele castigar pánico, el Real Zaragoza hizo dos goles en dos minutos. El primero en un córner que Arriaga prolongó por alto y que Bazdar templó con una asistencia de calidad para que Clemente fusilara a Badía a dos metros.
El segundo, un minuto después, en el 77, en el clásico arreón de La Romareda, de toda la vida. Una gran jugada de Moya por la izquierda acabó en un pase filtrado entre defensas para Azón, que en un toque de mucho nivel con la diestra firmó el 2-2 con un balón pegadito al palo lejos del alcance del portero. Aquí ya no hubo casualidad, sino causalidad. Fue el efecto de quitarse el corsé de conservadurismo extremo, de guardar la viña por encima de todas las cosas y de jugar a todo o nada, que otra solución ya no había.
Antes de que el técnico se lanzara al vacío, La Romareda cantó el ‘directiva dimisión’ , ‘Ramírez, vete ya’ y ‘queremos otro defensa’ de forma muy sonora. Fue algo insólito, histórico e inaudito. Era el segundo partido de Ramírez en el banquillo, su estreno en el estadio. Seguramente estaremos ante un récord mundial producto del estado de impaciencia y agotamiento social en torno al equipo.
Quedará en una anécdota si el canario entiende dónde está, cómo es el Real Zaragoza y cuáles son las cosas que este estadio no tolera bajo ningún concepto y en ningún escenario. Toni Moya pudo culminar la resurrección pero el palo se la negó al repeler una falta muy bien lanzada. El partido terminó con un empate muy malo para los intereses del Real Zaragoza en una tarde que pudo ser catastrófica y de la que Ramírez ha de sacar una lección clara y con prontitud.