Cuando el republicano Donald Trump regrese este lunes a la Casa Blanca para reemplazar al demócrata Joe Biden, Estados Unidos cambiará al que muchos consideran el presidente más proactivo de su historia en la lucha contra el cambio climático por otro que ni siquiera cree que la actividad humana sea el factor determinante en el calentamiento global. Un negacionista, dicho de otra forma, reemplazará a un activista. Un giro de 360 grados en el país que más dióxido de carbono ha liberado históricamente en la atmósfera, al tiempo que producía a algunas de las voces más efectivas en la concienciación frente a la crisis climática, como el científico James Hansen o el ex vicepresidente Al Gore. Ese vuelco es producto de la politización extrema del clima en Washington, un fenómeno relativamente reciente y explosivo para la suerte del planeta.
El cambio climático no siempre fue un asunto partidista en la capital de EEUU, donde los demócratas empujan para descarbonizar la economía y proteger la biodiversidad, mientras los republicanos cuestionan la ciencia climática para potenciar los combustibles fósiles y abanderar la desregulación. Más bien al contrario. Fue un presidente republicano, Richard Nixon, quien estableció la Agencia de Protección Medioambiental en 1970 respondiendo a la creciente preocupación que existía por entonces sobre la polución industrial. Un hito al que siguieron otras leyes capitales y aún vigentes para proteger la calidad del agua y el aire, o preservar especies en peligro de extinción.
El ejemplo de Nixon no tuvo continuidad con Reagan (1980-89), que si bien mantuvo la cooperación internacional para eliminar algunas sustancias químicas dañinas para la capa de ozono, alejó a los republicanos del intervencionismo gubernamental y se dedicó a desregular las industrias de los hidrocarburos. En su defensa, la concienciación sobre el cambio climático era por entonces todavía mínima, una percepción que empezó a cambiar después de que el climatólogo de la NASA, James Hansen, declarara ante el Congreso en 1988 que el calentamiento global es producto de la emisión de gases de efecto invernadero derivados de la actividad humana. Un antes y un después en el debate sobre el asunto.
El último ecologista republicano
El sucesor republicano de Reagan no tuvo reparos en llamarse asimismo «ecologista», algo impensable hoy en Washington. George Bush padre (1989-1993) no estuvo a ojos de muchos a la altura de su retórica, pero aun así tomó medidas para prevenir la lluvia ácida, apoyó la investigación en renovables y firmó la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que ha servido para abordar el problema desde una perspectiva global. “Estos asuntos no conocen ideologías ni responden a posiciones políticas. No son ni liberales ni conservadores”, llegó a decir durante la campaña que le llevó a la Casa Blanca.
Pero esa sensibilidad bipartidista estaba a punto de cambiar. Con el demócrata Clinton (1993-2000) en la Casa Blanca, su vicepresidente Al Gore lideró las negociaciones para aprobar el Protocolo de Kioto, el primer acuerdo internacional legalmente vinculante para reducir las emisiones de efecto invernadero. Un tratado que no fue, a la postre, ratificado en el Senado. Y es que para entonces el debate había empezado a envenenarse. Durante la presidencia Clinton, petroleras como Exxon, que habían investigado el cambio climático desde los años 70, lanzaron campañas de relaciones públicas para cuestionar las conclusiones de los científicos apoyándose en grupos como la Global Climate Coalition y comprando voluntades con el trabajo de sus lobistas en el Congreso.
Sembrando escepticismo
A esos esfuerzos para nublar todo lo relacionado con el cambio climático y formar a la nueva generación de negacionistas que pueblan los pasillos del Congreso contribuyeron también poderosos laboratorios de ideas como la Heritage Foundation o el Heartland Institute. Centros que han vendido la idea de que se trataría de una “estratagema progresista” para destruir el capitalismo e impulsar su agenda regulatoria. Ideas amplificadas periódicamente por cadenas de noticias muy influyentes como Fox News. Algunos expertos también han señalado al activismo de Al Gore, propulsado por sus libros y documentales, como otro de los factores que contribuyeron a polarizar el debate sobre el cambio climático.
Un tema que dejó definitivamente de ser un asunto bipartidista a partir de la presidencia de Bush hijo (2001-2009), quien llenó su Administración de dirigentes vinculados al gas y el petróleo, y retiró a EEUU del Protocolo de Kioto. Su sucesor en el cargo, el demócrata Obama no pudo aprobar en el Congreso legislación de calado a este respecto, después de perder la mayoría dos años después del inicio de su mandato. Pero sí ordenó a varios ministerios a que aprobaran nuevas regulaciones para reducir las emisiones o acelerar la transición verde, lo que acabó produciendo un aluvión de normativas vistas por los republicanos como un abuso del poder regulatorio. En paralelo fue uno de los arquitectos del Acuerdo del Clima de París.
Y de ahí a Trump, que en su primer mandato trató de derribar lo levantado por Obama y en este segundo tratará de hacer lo propio con lo conseguido por Biden. El republicano ya ha anunciado su intención de retirar de nuevo a su país del Acuerdode París, y en paralelo propulsar la extracción de combustibles fósiles y revocar parte de las masivas inversiones de Biden para fomentar las renovables.
Son malas noticias para el clima, aunque algunos expertos señalan que su capacidad para frenar la transformación en curso será limitada. “No puede ni podrá frenar los cambios en curso para descarbonizar la economía y cumplir con los objetivos del Acuerdo de Patís”, dijo a finales del año pasado a la BBC, Christiana Figueres, quien fuera la máxima responsable de la ONU en la lucha contra el clima.