Los candidatos a secretarios del gabinete del presidente de EEUU -el cargo equivalente a un ministro en España- están obligados a someterse a una votación del pleno del Senado. Sin el voto de confirmación de la Cámara, los deseos del líder electo quedarían en papel mojado y sería necesario buscar a otro nominado que atravesase el mismo proceso. Pero esa votación no tiene lugar de forma aislada: previamente, se celebran comités en los que los aspirantes son acribillados a preguntas de los legisladores alrededor del rol que pretenden desempeñar, su experiencia previa e incluso detalles relevantes de su vida personal.

Los candidatos habitualmente pasan el corte del Senado con relativa facilidad. De hecho, a lo largo de la historia de Estados Unidos solo nueve candidatos a secretarios del presidente han sido rechazados por la Cámara. Pero en esta ocasión entre los nominados hay una exdemócrata acusada de prorrusa, un expresentador denunciado por violación y un reconocido antivacunas que pretende liderar la sanidad del país, por mencionar solo a algunos de ellos. La decisión de los senadores no será sencilla porque aunque aprobar los nombramientos o no está en sus manos, estos saben que enemistarse con Trump les traerá problemas en el futuro.

Trump vivió esta situación en su primer mandato cuando el líder de la mayoría del Senado le informó de que Andew Puzder, su escogido para ser el secretario de Trabajo, no había reunido los votos suficientes para ser confirmado. No les sucedió lo mismo a Joe Biden, ni a Barack Obama, ni a George Bush ni a Bill Clinton. Hay que remontarse al primer mandato de George H.W. Bush para encontrar al último nominado que fue rechazado por el Senado (en 1989), aunque los cuatro presidentes mencionados tuvieron que retirar a algunos de sus candidatos a secretarios tras verse asolados por escándalos, y otros tuvieron que dimitir tras meses o años en el cargo.

En esta ocasión, para que salga adelante cada nombramiento necesita conseguir el voto de todos los senadores republicanos menos tres, puesto que en las elecciones de noviembre el Partido de Trump consiguió 52 escaños y los demócratas 48. Pero por el momento, los nominados pueden estar tranquilos, porque los que se han enfrentado a las preguntas de la Cámara no parece que vayan a resultar vetados.

Hay que recordar que a mediados de noviembre el entonces elegido por Trump para ser el próximo fiscal general, el excongresista Matt Gaetz, ya tuvo que retirarse de la carrera al comprobar que el Senado no aprobaría su nombramiento. Por eso, ahora la pregunta es si alguno de los demás caerá, y quién o quiénes serán los elegidos.

Este martes lunes, las audiencias de confirmación arrancaron con la declaración del candidato de Donald Trump para secretario de Defensa, el expresentador de la cadena de televisión Fox News Pete Hegseth, que ha sido acusado de violación, abusos sexuales, alcoholismo y malversación de fondos. En el Comité de Servicios Armados del Senado, los representantes arrancaron a Hegseth el compromiso de crear un puesto cuya función principal será evitar que se produzcan casos de acoso sexual en el Ejército.

El periodista también aseguró que permitirá que mujeres continúen en el Ejército, incluso en primera fila de combate, pese a que en en repetidas ocasiones -también en su libro- ha dejado claro que no deberían estar ahí. En su opinión, la presencia de mujeres en roles de combate ha hecho que la lucha sea «más complicada» porque «no pueden alcanzar el mismo nivel físico que los nombres».

Fue la senadora republicana Joni Ernst la que lo sometió a las preguntas más complicadas. La ex teniente coronel y conocida activista tras sufrir acoso sexual en el Ejército quería asegurarse de que el posible futuro responsable de los militares no tolerará el machismo en sus filas, que será duro contra el abuso sexual y de poder, y, en definitiva, que protegerá a las mujeres. Hegseth, en un tono muy comedido, tranquilo y sin dejar de beber agua cada pocos minutos, disipó sus dudas, reconoció errores y se mostró como un político dócil, comprensivo y justo, que no beberá una gota de alcohol si resulta elegido -está acusado de beber demasiado mientras trabajaba como presentador- y que está dispuesto a dirigir el Pentágono hacia Rusia y China, la «principal amenaza estratégica».

No contestó, sin embargo, a si se negaría en caso de que Trump le pidiera que sus soldados disparasen a manifestantes en las piernas, como pidió a su homólogo en 2020, en las protestas en DC por el asesinato del afroamericano George Floyd.

Horas después, la republicana comunicó que votará a favor de su nominación.

Marco Rubio convence incluso a los demócratas

Este martes, el primero que se ha enfrentado al Senado, en su caso al Comité de Relaciones Exteriores, ha sido el aspirante a secretario de Estado y senador por Florida Marco Rubio. Pero Rubio lo tendrá mucho más fácil que Hegseth para que su nombramiento salga adelante. El político ha sido elogiado por demócratas que han aplaudido su amabilidad y educación como senador. Varios han ensalzado lo mucho que disfrutaron trabajando con él, y han recordado que los apoyó en sus iniciativas. Una de las demócratas ha dicho que Trump «ha tomado una gran decisión» eligiéndolo. «Eres un gran líder de opinión. No creo que la mayoría de estadounidenses lo sepan» ha afirmado Cory Booker, representante por el estado de Nueva Jersey.

En su intervención, Rubio ha intentado convencer de que luchará por el papel de EEUU en el mundo. Al contrario que en la de Hegseth, en su comparecencia ha reinado la calma y el buen tono, y ha defendido la prudencia y el sentido común. «Es de sentido común darse cuenta de que una política exterior centrada en nuestro interés nacional no es una reliquia anticuada», ha declarado. Sorprendentemente, Rubio subrayó su apoyo por la OTAN -Trump ha amenazado en repetidas ocasiones con salir de la organización- y dijo que la guerra de Ucrania tiene que terminar, pero que debe hacerlo de manera que Rusia no pueda rearmarse y volver a invadir.

De su lado, las declaraciones de la candidata a fiscal general Pam Bondi se han seguido muy de cerca pese a que no está considerada una de las nominaciones que el Senado podría tumbar. Bondi es la segunda opción de Trump para el más alto cargo del Departamento de Justicia después de que Matt Gaetz renunciase a su nominación tras comprobar que el Senado no le daría el visto bueno. El excongresista está acusado de tráfico de personas, pagar por sexo a una menor y por consumo ilegal de drogas.

Pero los fiscales generales fueron protagonistas de importantes polémicas en el primer mandato de Trump, y además el presidente electo ha dejado claro que arremeterá con todo el peso de la justicia contra sus opositores, con lo que el posible futuro rol de Bondi cobra especial relevancia.

Bondi no ha respondido a la pregunta de qué haría si Trump le pidiera que arrancara una investigación contra sus enemigos, en la misma línea que su colega Hegseth, pero sí ha dicho creer que «ese tipo de afirmaciones» consiguen que «la gente continúe perdiendo la fe en el Departamento de Justicia», sugiriendo que la premisa es falsa. Sin embargo, ha afirmado dos cosas que han sido puestas en cuestión: que Trump no llamó al secretario de Estado de Georgia para pedirle que «encontrase» votos para cambiar el resultado de las elecciones, como el Washington Post demostró, y que Kash Patel, el elegido de Trump para dirigir el FBI, no tiene una «lista de enemigos», pese a que publicó un libro que incluye esa lista.

Hasta el momento han tenido lugar más de media docena de audiencias, incluyendo las de Rubio, Bondi y Hegseth, John Ratcliffe como director de la CIA, Chris Wright como secretario de Energía, Sean P. Duffy para secretario de Transportes y Russell Vought como director de la Oficina de Administración y Presupuesto. Más difícil parece tenerlo Tulsi Gabbard, escogida para dirigir Seguridad Nacional, puesto que en reuniones con senadores ha dudado sobre las funciones de su futuro puesto y ciertos mecanismos fundamentales en el cargo.

Fuente