Hay quien contagia para bien. El talento no se calca, pero el espíritu es posible. De todo tiene Raphinha, y bien que echó de menos un “raphinha” el encapotado Real Madrid de la retumbante final de la Supercopa de España. Llegó al Camp Nou de puntillas, pero el de Porto Alegre ya no solo cruje la red (20 tantos) y es un destacado mensajero del gol (11 asistencias). Por su esplendidez de mosquetero, él abandera a los suyos, es su banda sonora, siempre dispuesto a una última y extenuante carrera. El chico no para, dale que dale por todos los sectores.
Raphinha tiene dos horizontes, la portería adversaria y la propia, en la que no le falta remangue cuando toca ir marcha atrás de forma mancomunada. Nada que ver con su talentoso compatriota Vinicius, un magnífico futbolista de ataque que se rebaja de servicio cuando hay que tirar de pico y pala. Su absentismo en la final de Arabia fue clamoroso.
El caso de Raphinha merecería un simposio. Le reclutó el Barça por unos 60 millones sin causar mucho revuelo. Más bien bajo sospecha. En un club con hilo con Evaristo -su gol como azulgrana en 1960 supuso la primera eliminación del Real Madrid en la Copa de Europa- Ronaldo, Romario, Rivaldo y Ronaldinho, Raphinha parecía destinado al cuarto oscuro de brasileños de garrafón como Geovanni y Rochemback. No había hechizo con un jugador algo desaliñado que con Xavi quedó señalado más de una vez. Todo apuntaba a una salida por la gatera sin que supusiera desgarro alguno para la hinchada culé. Para mayores suspicacias, llegó Deco, hoy director deportivo, antes agente del extremo gaúcho. Ocurre que también llegó Hansi Flick, clínico a la hora de explotar recursos como los de Raphinha, Casadó y otros tantos.
El técnico alemán atisbó el potencial de Raphinha. Le desabrochó de la banda izquierda, en la que le costaba regatear al verse encapsulado. Lo suyo era rastrear los espacios y acelerar, porque no solo tiene turbos en las piernas. Su manera de guiar la pelota en carrera y a toda mecha es muy sobresaliente. El balón siempre en la línea adecuada, sin curvas. Y en la definición se maneja de maravilla con una zurda con metralla. Por algo es quien gobierna el juego a balón parado.
En paralelo a su sublevación en el campo, Raphinha, aquel marchitado futbolista con más de un pie fuera del Barça, fue renombrado por el vestuario con galones de capitán. Al grito de ¡presente!, el brasileño, jugador de suela desgastada como pocos, se ha convertido en una pieza esencial en el equipo de Flick. Y, pese a lo que sostenga Joan Laporta, no parece de los que se dejan embaucar a la hora de pronunciarse en público. Personalidad no le falta.
A Raphinha, sin el encanto de otros, le corresponde alternar con Vinicius en la selección canarinha y con Lamine en el Barça, dos fenómenos que por méritos propios se han ganado el consenso universal. No parece afectarle lo más mínimo. De hecho, no solo su acta de nacimiento le liga al madridista. A ojos del personal, los comienzos de Vinicius en Chamartín fueron tan opacos como los de Raphinha en Barcelona. Hoy, Vinicius administra mucho mejor su extraordinario repertorio de moñas burlonas con los pies que descarrilan a los rivales y galantea con solvencia con el gol. Raphinha no tiene su habilidad, pero sí mayor recorrido y templanza.
Como bien expresara Álvaro Benito en la retransmisión de la Supercopa en Movistar +, “los entrenadores lo tienen fácil: señores, al fútbol se juega como Raphinha”.