Está circulando por ahí una encuesta que les concede entre seis y siete diputados a Vox en el caso de que se celebraran ahora elecciones autonómicas en Canarias. Es muy verosímil. Como ocurre en casi todas partes ese muy probable ascenso de Vox no se experimentaría a costa del Partido Popular, que podría obtener entre uno y dos escaños más, de la misma forma que CC sumaría dos o tres escaños más sobre los cosechados en mayo 2023. En la espléndida salud electoral de Vox que advierte este sondeo no juega ningún papel, absolutamente ninguno, la actividad política y parlamentaria del partido en Canarias. Para empezar porque Vox en Canarias existe como marca electoral, pero no como organización política que merezca tal nombre.
Las nieves del tiempo platean mis sienes y este tango parece cada vez más catastrófico, pero no logro recordar una organización territorial que tenga como principal dirigente, mandamás o guachimán a un individuo que no conoce absolutamente nadie. Aquí Vox no tiene líderes; todo lo más, jefes de planta, como en El Corte Inglés. Da lo mismo que en las últimas elecciones generales un episodio chusco terminara por invalidar la lista por la provincia de Santa Cruz de Tenerife, da igual las salidas airadas o asqueadas de militantes y cargos públicos, incluida una de las diputadas regionales, es irrelevante que los concejales de Vox no peguen chapa o se limiten a fotocopiar intervenciones y preguntas que se les envían a Madrid.
Porque ese es otro de los paradójicos rasgos distintivos de los cargos políticos de Vox: no hacen política. No discuten. No debaten. No interactúan –ni siquiera simulan hacerlo –con la sociedad civil; cuando intentan algo fuera de los despachos – una manifa, una entrevista – siempre se dirigen a los suyos. Los que piensan de otra manera son gente muy raruca y potencialmente peligrosa: mejor mantener la distancia. Las dos referencias son Alberto Rodríguez, diputado nacional y conexión con las alturas abascalianas, que para eso habla latín, y Nicasio Galván, diputado regional y presidente de Vox en la provincia de Las Palmas (en Tenerife los pobres militantes no tienen ni un triste presidente que echarse a la boca). A Vox tampoco le gusta lo de hacer congresos, y en colonias menos.
Así que esperarán parsimoniosamente hasta abril o tal vez mayo para dotarse de nuevo de una dirección regional en condiciones técnicas y organizativas. Ni Rodríguez ni Galván sienten un interés particularmente acentuado en resolver este asunto. En realidad no tienen ni puñetera idea de lo que es un partido político y, sinceramente, les va estupendamente sin saberlo. Por supuesto esa feliz mentecatez tiene un coste. Por el sistema electoral canario –en particular por la existencia de circunscripciones insulares – es muy problemático que los ultraderechistas sean alguna vez imprescindibles para sostener un gobierno en Canarias. Todo el esfuerzo que no hacen deberían dedicarlo a fortalecer su implantación territorial y mejorar sus resultados en los ayuntamientos. Pero no. Confían en la prosperidad de la marca y Rodríguez y Galván y sus respectivos acólitos son demasiado señoritos para arremangarse.
En la Cámara regional la izquierda suele tronar de indignación cuando escucha las majaderías de los diputados de Vox. Jamás emplean el humor y así no hay quien gane un lance parlamentario con la ultraderecha. La trompetería iracunda les sirve a los reaccionarios para presentarse como víctimas de la partidocracia demoliberal. Yo aconsejaría, en cambio, revisar la gestión de los fondos públicos asignados al grupo parlamentario que dirige el señor Galván. Para constatar si se dedican exactamente, tal y como establece el reglamento, a actividades propias del grupo y no a aportaciones eucarística a la central de Madrid o a pagarle un garbeo por las islas a compañeros fachas de otras regiones de viva España.