Una vez solucionados todos los problemas reales del país, Pedro Sánchez ha decidido consagrar 2025 a Franco. Existía el riesgo de que la denigración del Generalitísimo contribuyera paradójicamente a la actualización del personaje. La fiesta de fin de curso que ha abierto los fastos en el museo Reina Sofía, ausente al igual que su esposo y su hijo, confirma que el presidente del Gobierno rematará al dictador. La pachanga y la charanga museística pretendían aclarar que en España se vive mejor que durante el franquismo, mal anda una sociedad que debe demostrarse las ventajas de la democracia. En cuanto a los jóvenes que no viven ni mejor ni peor porque no encuentran dónde hacerlo, el festejo concluyó que no prestan suficiente atención, y que sus carencias se resolverían leyendo. Mientras los Koldos se enriquecen en los ministerios.
La murga también escenificó que el apelativo ¿presidente del Gobierno? debe insertarse ahora entre paréntesis. Los conjurados se dirigen a Sánchez como «presidente» en abstracto y sin matices, jugando al equívoco de convertirlo en Jefe de Estado. Y mientras el suplente o suplantador se enreda en florilegios cada vez más genéricos, el auténtico titular de la Jefatura estatal ahonda en su papel político hasta la provocación desde La Zarzuela. No deja de llamar la atención la intención de Felipe VI de proclamarse expresamente «vuestro Mando Supremo» de los ejércitos, la expresión cuando menos equívoca que lanzó en la Pascua Militar.
Durante un año, los antifranquistas profesionales expedirán a buen precio sus certificados de pureza de sangre. Al igual que ya sucede con quienes no vibran con el fervor suficiente en defensa de Putin o Hamás, podrán elaborarse listas de los sospechosos de no expresar el odio al dictador con la suficiente intensidad o insistencia. De remate, el lema «España en libertad» no suena a conquista, sino a deferencia de quienes en cualquier momento pueden cambiar de opinión.
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