María Jesús Montero ya es candidata a liderar el PSOE de Andalucía. Aunque ella no quería. Dicen que hubo forcejeo hasta el último momento. Pero que fue en la noche de Reyes cuando, ante la negativa de Juan Espadas a declinar su candidatura si ella no daba el paso adelante, finalmente, Pedro Sánchez mediante, accedió al sacrificio.
Como ella no quería (es lógico que se negara a pelear contra un Moreno Bonilla con mayoría absoluta y fuerte en las encuestas), se intentó un operación de laboratorio, en la que la cabeza visible sería el diputado por Jaén y adjunto a Santos Cerdán (secretario de Organización del PSOE), Juanfran Serrano. Las ganas de revancha de Susana Díaz llevaron a que la ex presidenta andaluza se mostrara dispuesta a apoyar el relevo al diputado por Jaén como alternativa a Espadas. No es baladí que, cuando esa operación estaba en el horno, la ministra de Hacienda llegara a un acuerdo con el partidillo Jaén Merece Mas para echar al alcalde del PP de la ciudad, a cambio de la renegociación de la deuda del consistorio. Si la operación Serrano hubiera salido, Montero no tendría que tragarse el sapo de liderar a un desnortado PSOE andaluz. La cuestión es que Espadas no aceptó inclinar la cabeza ante ese enjuague y reiteró su deseo de ir a un choque de trenes contra la candidatura de Ferraz en unas primarias a cara de perro.
Presionado por todos lados, Espadas sólo puso una condición para desistir: que fuera María Jesús Montero la candidata. Así que, para evitar un nuevo cisma interno en el PSOE andaluz, la ministra no tuvo más remedio que aceptar. Por su puesto, la retirada le garantiza a Espadas mantener alguno de sus cargos, además de formar parte de la «candidatura ganadora».
Como se ve, todo muy democrático, muy desde las bases. Ahora sólo falta saber si el contumaz perdedor de las primarias andaluzas, el catedrático Luis Ángel Hierro, consigue los más de 4.000 avales que necesita para retar a Montero. Si no lo logra, la titular de Hacienda será líder del PSOE de Andalucía en unos días. Si lo logra, también, pero más tarde. El aparato le aplastará sin remisión.
La negativa de Espadas a retirarse obligó a Sánchez a forzar la candidatura de su número dos
Después de acudir en primera fila al acto del Reina Sofía de conmemoración del 50 aniversario de la muerte de Franco, Montero se fue a Sevilla. En la capital andaluza, rodeada de unas decenas de militantes, dio un mitin en su estilo. Dijo estar «agradecida y emocionada» por este reto (es una artista en disimular su cabreo) y proclamó que ella llega para que el PSOE andaluz «retome su autoestima», para «volver a reconectar con los andaluces». No se olvidó de reivindicar a Chaves y a Griñán (los condenados por el fraude de los ERE), de los que dijo que habían sido «víctimas de los bulos».
Recordemos que Montero, además de ser ministra de Hacienda, es vicesecretaria general del PSOE. Y dentro de unos días («cuando los militantes hayan hablado»… lo dijo así y no le entró la risa) también secretaria general del PSOE de Andalucía. ¡Qué capacidad de trabajo!
Este acaparamiento de cargos cuadra mal con la política de este gobierno. Por ejemplo, con la reducción de jornada. Alguien podría echarle en cara que, mientras que la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, lanza el lema «Trabajar menos, vivir mejor», como si la holganza fuera sinónimo de felicidad, ella acumule tres puestos que, cada uno por su lado, llenarían con creces las ocho horas de jornada completa. Si el trabajo se hace bien, claro.
Hay que decir en su descargo que la culpa no la tiene ella. Sánchez se ha empeñado en parachutarla más allá de Despeñaperros porque cree que desde un ministerio se puede recuperar el terreno perdido en las urnas con candidatos sobre el terreno. Cree que salir mucho en la tele puede dar muchos votos.
El problema del PSOE en Andalucía no viene de que Espadas sea poco conocido o que sea poco cañero. No. El PSOE andaluz se enfrenta, en primer lugar, a un presidente de la Junta que ha sintonizado con el votante medio, templado; gente que antes votaba al PSOE o que votó a Ciudadanos y que ahora se siente reconocida en un Moreno Bonilla que no hace disparates y cuya gestión está generando empleo y riqueza. En segundo término, y esto tal vez sea lo peor, el PSOE tiene en Andalucía un problema agudo de coherencia. No puede defender al mismo tiempo la «igualdad entre los de arriba y los de abajo» (como dijo ayer Montero ante su rendido público) mientras que negocia una financiación particular para Cataluña o le condona su deuda, promesas que Sánchez hizo a ERC para que los independentistas le invistieran presidente.
Cada vez que Montero se queje de las listas de espera o de los transportes públicos, el presidente andaluz le sacará los colores con ese trato especial que ella como ministra de Hacienda le va a dar a la segunda comunidad más rica de España (Cataluña).
Ese es uno los hándicaps de Montero para intentar arañarle votos al PP en Andalucía. El otro, y no menor, es que cada cosa que haga el Ministerio de Hacienda en la región será visto como un gesto político, bien para castigar al PP, bien para premiar al PSOE.
En fin, que no le arriendo la ganancia a la ministra más explosiva y expresiva del Gobierno. Veremos cuánto duran sus acarameladas miradas al presidente.