¿La pobreza y la exclusión social afectan por igual a hombres y mujeres?
No. Y, para poder acabar con ellas, hay que ver cómo afectan de manera diferencial a las personas. Y hay causas que influyen en la pobreza y las vidas de las mujeres, y no de los hombres, y que, además, están identificadas desde hace medio siglo, o más. Es algo que hemos querido poner sobre la mesa con nuestro último estudio, porque parece que hayamos normalizado que las mujeres tengan una prevalencia de pobreza más grande que los hombres.
¿A qué se debe?
Esas causas son de dos tipos. Por un lado, las cargas y las tareas de cuidados y del hogar, que la división sexual del trabajo hace que tradicionalmente recaigan en las espaldas de las mujeres. Y, por otro, la discriminación a la hora de acceder a las oportunidades y recursos económicos del mercado laboral. Son dos conjuntos de factores interrelacionados entre sí.
¿Es algo circunstancial?
No, es estructural. Desde los años 90, la brecha de género en pobreza está estancada. Frente al 25,5% de tasa AROPE para los hombres, las mujeres se encuentran en el 27,5%. Podría parecer que la brecha no es muy grande, pero esto implica 700.000 mujeres.
No son pocas.
Pero, incluso para quienes digan que esta brecha es pequeña, conviene entrar en la cocina de quien recoge los datos para el AROPE, que es el INE, centralizado todo por Eurostat. Según la Encuesta de Condiciones de Vida, esa brecha solo responde a los hogares monoparentales encabezados por mujeres y a los de personas solas. Es decir, toda la pobreza que afecta al resto de las mujeres no está recogida. Con los datos oficiales, solo podemos ver la punta del iceberg.
¿En un fenómeno exclusivo de España?
No, ocurre a nivel global. Diana Pearce, que en 1978 acuñó el término ‘feminización de la pobreza’, ha creado una nueva forma de medirla entre las mujeres, que es el estándar de suficiencia económica. Pretende superar lo que llamamos la caja negra del hogar, donde no entramos a ver lo que pasa. No propone dejar de medirla según la unidad del hogar porque, por ejemplo, la pobreza infantil tiene mucho que ver con esto, pero también tenemos que medirla a nivel individual para dejar de invisibilizar lo que pasa en el interior de cada familia, donde las mujeres son las que más sufren en términos de violencias, también de tipo económico.
¿Por qué existe un sesgo de género a la hora de medir la pobreza?
La idea de pobreza viene de una forma de entender la vida en términos económicos, de lo que se puede medir y contabilizar en dinero. Esto invisibiliza recursos como los cuidados que, como decía, son una de las principales causas de pobreza entre las mujeres. Si no se contabilizan las tareas y las acciones reproductivas, no monetarizadas, estás parcializando tu forma de medir. Y, depende de cómo pensemos un problema, vamos a reaccionar de una manera o de otra.
¿Qué consecuencias tiene este sesgo?
Si no sabemos mirar el problema, y nuestra mirada está parcializada y oscurece la foto, las políticas que hagamos también serán parciales y no llegarán a la realidad. Por eso, desde EAPN-ES insistimos en la necesidad de mejorar nuestra medición de la pobreza para poder acabar con ella.
¿Quiénes deberían implicarse?
Es responsabilidad de todos los actores sociales, pero, por la complejidad del problema, esta ha de recaer con mayor peso en la Administración pública, en todos sus niveles. También es fundamental el papel de la academia, desde diferentes disciplinas: Economía, Sociología, Trabajo Social… Os necesitamos a los medios para sensibilizar y romper con esta forma de entender la pobreza en términos económicos, y sacando a los cuidados de la foto. El tercer sector es necesario, porque trabajamos en contacto directo con las personas que sufren estas realidades. Aunque es sobre todo a ellas a quienes hay que ponerles delante el micrófono.
¿Qué recomienda EAPN-ES para mejorar el diagnóstico?
Debemos hacer mediciones de la pobreza y la exclusión social individuales, que no idealicen la familia, pero también hay que medir la del hogar. Hay que superar el sesgo economicista y monetarista que invisibiliza los cuidados. No hay que parcializar tanto la realidad. Y es importante no fijarse solo en las mujeres, sino también en los hombres, porque, cuando la brecha disminuye, es porque la situación de ellos empeora, no porque la de ellas mejore. Esto significa que, en los momentos de crecimiento económico, son los hombres los que más acceso tienen a la tarta. Por eso, hay que tener un enfoque de masculinización de la riqueza, no solo de feminización de la pobreza. Y, por último, aplicar un enfoque interseccional para, por ejemplo, ver la situación de la población migrante en la economía del hogar y los cuidados, donde hay un alto nivel de precarización, violencia y abuso, todavía invisibilizado.