El giro en la política austríaca, cuya derecha moderada ha pasado de descartar toda colaboración con los ultras a estar disponibles para una coalición liderada por el radical Herbert Kickl, ha sacudido no solo el país alpino, sino que tendrá consecuencias en el resto de Europa. Austria había impuesto el cortafuegos al ultra FPÖ, pese a que ya había sido socio menor de gobierno en etapas pasadas, ante la posibilidad de que alcanzara por primera vez la jefatura del Ejecutivo. El cordón sanitario se rompió por falta de consenso entre conservadores, socialdemócratas y liberales en un país próspero, de pronto sacudido por la debilidad económica.
En materia de asilo, las posiciones entre el FPÖ y los conservadores del ÖVP no son tan distantes o al menos no insalvables. Pero sí hay abismos en lo que respecta a Europa y a Moscú. El partido de Kickl es profundamente euroescéptico y le separan abismos también en materia de seguridad y defensa. De conquistar la Cancillería, quedará reforzado el bloque del trumpismo y de los aliados de Vladímir Putin dentro de la UE. La posibilidad de que alcance la Cancillería dará alas también a la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD), en segunda posición en intención de voto para las elecciones generales del próximo 23 de febrero en el país germano.
Incluso sin el FPÖ en el Gobierno, Austria ha estado ralentizando desde el inicio de la invasión de Ucrania las sanciones europeas contra Moscú. El país alpino, no integrado en la OTAN, tampoco redujo hasta ahora su dependencia del gas ruso ni hubo un distanciamiento respecto a Moscú por parte de sus sucesivos gobiernos, desde la anexión de Crimea en 2014. El acceso de la ultraderecha austriaca a la jefatura del Gobierno en Viena reforzará el bloque prorruso capitaneado por el húngaro Viktor Orbán. Herbert Kickl impulsó desde el primer momento la creación del grupo en la Eurocámara de los llamados Patriotas por Europa, integrado por otros poderosos aliados del Kremlin, desde Orbán al neerlandés Geert Wilders y la francesa Marine Le Pen, además del español Vox, de Santiago Abascal.
Herbert Kickl, el líder del FPÖ austríaco, logró en las elecciones del 29 de septiembre el mejor resultado jamás alcanzado por ese partido. Pese a ser la fuerza más votada no recibió en primer lugar el encargo de formar gobierno porque el presidente, Alexander van der Bellen, argumentó que no tenía aliados posibles para alcanzar una mayoría estable. Muchos austríacos recordaron entonces las malas relaciones entre ambos. En mayo de 2019, el propio Van der Bellen le destituyó siendo ministro del Interior del entonces canciller conservador Sebastian Kurz. Fue a raíz del llamado ‘escándalo Ibiza’ por un vídeo en que el líder del FPÖ, Hans-Christian Strache, aparecía aceptando favores electorales de una falsa sobrina de un oligarca ruso. A Kickl se le consideró responsable de la parte ‘financiera’ de esa operación. Antes que eso había desatado ya varias tormentas con propuestas como encerrar preventivamente a todo peticionario de asilo potencialmente peligroso.
En caso de los conservadores bloqueen a Kickl como canciller, podría optarse por el camino seguido en los Países Bajos, cuando el líder del ultraderechista Partido de la Libertad (PVV), Geert Wilders, llevó a los suyos a la victoria en las elecciones de 2023. Los socios potenciales centristas que precisaba el PVV bloquearon a Wilders como primer ministro. Tras largas negociaciones, Wilders se hizo a un lado y dejó la jefatura del Gobierno al tecnócrata y exjefe de los servicios secretos Dick Schoof. El resultado es una coalición dominada por la ultraderecha, practicante de la más dura línea antiasilo y con Wilders al volante, aunque desde la retaguardia. Eso sí, los socios de coalición han mitigado la línea prorrusa de Wilders, que en campaña prometió cortar el apoyo a Ucrania, lo que finalmente no ocurrió.
Que Kickl reciba el encargo de formar gobierno no implica que vaya a lograrlo. El precedente más claro lo brindó la semana pasada el canciller en funciones, el conservador Karl Nehammer, que tras largas negociaciones entre su ÖPV, los socialdemócratas y los liberales tiró la toalla y anunció la dimisión como canciller y líder de los populares. Los liberales habían dado por rotas las negociaciones, a lo que siguió el reconocimiento de que tampoco había acuerdo en bilateral con los socialdemócratas. De fracasar ahora la búsqueda de una alianza entre el FPÖ y los conservadores, la opción más sólida sería convocar nuevos comicios. Es una vía peligrosa: los sondeos pronostican que, de ir de nuevo a las urnas, el FPÖ se disparará al 35% o 37%, mientras que los populares y socialdemócratas de hundirán al 20%.
«Austria es un ejemplo de lo que no debe ocurrir. Si los partidos del centro no son capaces de aliarse y lograr compromisos, quien sale ganando son los radicales«, advirtió el vicecanciller alemán, ministro de Economía y candidato de los Verdes en las elecciones generales del próximo febrero, Robert Habeck. Su toque de alerta se dirige tanto a la insistencia de los conservadores en descartar a los ecologistas como socio en un futuro gobierno federal como a la posibilidad de que el bloque derechista de Friedrich Merz se desentienda del cordón sanitario contra la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD).
Merz tiene las mejores opciones para ser el próximo canciller, ya que ocupa la primera posición en intención de voto, con un 32%, frente al 20% de los ultras. El bloque conservador de Merz rechaza como aliada a la AfD, que está asimismo aislada del resto de la familia radical europea por su extremismo. Pero una hipotética llegada al poder del FPÖ dará aún más brío a su candidata, Alice Weidel, que cuenta además con el apoyo de Elon Musk y capitaliza como victoria propia cualquier adiós a un cortafuegos, sobre todo en Europa.
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