En muchos edificios públicos hay un desfibrilador. Salvan muchas vidas. Desde mucho antes suele haber botiquines. Recuerdo de niño haberme caído en la piscina del pueblo. No, no al agua, que no tendría mayor problema, sino en el cemento que había nada más acceder al recinto y por ir como loco a por el primer chapuzón de la temporada. Sangre abundante y más lágrimas aún, pero no era mucha cosa. Me llevaron a una sala anexa y allí el vigilante abrió un armario anclado a la pared, en el que había, milimétricamente colocados, botellitas de suero fisiológico, gasas de diversos tamaños, tiritas, algodón, esparadrapo, pinzas, tijeras, jeringas y un termómetro. También había botellas de alcohol, agua oxigenada, mercurocromo y algunas cosas más que entonces no identifiqué.  

Fuente