Yo seré muchas cosas en esta vida, pero seguro que atea no. Mi relación con el espíritu es, de hecho, mi relación sentimental más larga y estable: ningún hombre me estimuló nunca tanto, ningún hombre emuló verdaderamente el misterio que vive detrás de las cosas. Escucho su música de fondo todo el tiempo. Es el cascabel que te avisa de lo extraordinario, el que te activa la extrañeza y el hallazgo.
Una será un poco dispersa en lo material pero es grave en el espíritu, que es el mundo de las ideas platónicas y de la sensibilidad y de la intuición y del símbolo y del mito y de la trascendencia. También de las formas de quedarse cuando ya no se está… y de la literatura.
Me gustaba mucho cómo explicaba esto último Benjamín Labatut, autor de Un verdor terrible y Maniac: «Yo creo que la literatura es, posiblemente, la última arte oscura. Esencialmente, el corazón de la literatura es el delirio. Su objeto es lo invisible. La perspectiva que nos da la literatura sobre la realidad tiene que ver con los juegos del inconsciente. Los libros escritos sólo con la parte delantera de la cabeza están muertos. No incorporan nuestros aspectos más esenciales. Y la literatura tiene la capacidad de considerarlo todo. La literatura es un arte profundamente irracional y, por lo mismo, peligrosa».
Voy rotunda: estoy dentro.
Cada uno tiene su forma de aproximarse a lo sagrado.
El problema, como cantaba Paco Ibáñez en La mala reputación, es que «a la gente no gusta que uno tenga su propia fe».
Ahora resulta que están los muchachos de Hazte Oír y de Abogados Cristianos como los miuras, echando la tierra para atrás, porque Lalachus sacó en las campanadas de RTVE una estampita con la cara de la vaquilla de El Grand Prix.
Vox se ha sumado al carro de la ira pública para que nos quede claro quién es quién y de qué pie cojea cada uno.
Yo no vi el programa en directo, porque en mi casa tenemos la mala costumbre de llevarnos bien y de hablar durante la cena, pero en los vídeos y extractos que he puesto después me parece que Broncano y ella estuvieron estupendos, divertidos y cercanos. Apelaron a lo común.
Lo de la estampita de la vaquilla no fue gratuito ni burdo (características básicas de la ofensa). Llevaba esta explicación de la mano: «Porque, escúchame, hemos crecido todos viendo el Grand Prix», le dijo la cómica a su compañero antes de celebrar la capacidad de la televisión pública para reunir a la familia.
¿Tampoco les gusta a estas asociaciones el homenaje a la unión familiar desde el progresismo? ¡Pero si eso es un triunfo en la batalla cultural de la mirada conservadora!
Yo es que ya no sé qué les gusta a los ultras. Por no gustarles, no les gusta ni el papa.
¿Sabe esta gente lo que es un meme? ¿Por qué son tan sonrojantemente literales?
Y, a la vez, ¿por qué no se enfadan cuando se pone a la misma estampita una cara de Rafa Nadal o de Ayuso?
Es obvio que nuestra herencia es grecolatina y cristiana. Negar la influencia del cristianismo es negar nuestra cultura.
Pero la cultura, cuando es poderosa, acostumbra a bajar de sus altares y se incrusta en lo cotidiano. La cultura es transversal y se ensancha y puebla las cosas, y esa es una demostración profunda de su vitalidad y de su fuerza, no un insulto ni un fracaso.
No sé qué Testamento han leído estos ofendidos, los tediosos ofendidos de siempre, pero en el Antiguo se pide que no se adoren imágenes (tiene sentido: las imágenes son arte o son folclore, pero no son la casa de Dios), y en el Nuevo se rechazan las persecuciones, como la de Jesucristo, sin ir más lejos.
Pobres chavales. No dan una. Todo el día levantando el dedo para enseñarnos algo o para metérnoslo en el ojo. No santifican a gusto ni las fiestas.
La verdad es que esto es una tontería como un piano, una excusa como otra cualquiera para saltar. Ni siquiera la justicia les avalará, como debió quedarnos claro con Krahe, o con Dani Mateo, o con Abel Azcona, o con Zahara, o con Willy Toledo.
No perdamos más tiempo en esto.
Ahora bien. Para que la defensa de Lalachus tenga impronta y dignidad, sería deseable que el Gobierno y el progresismo español se aplicaran el parche y dejasen de hacer un delito de cualquier subnormalidad faltona. Ya lo vimos con el muñeco apaleado de Sánchez, una manifestación satírica de mal gusto. Pero, a mi juicio (y al juicio, por ahora, de la Audiencia de Madrid), amparada en la libertad de expresión. Siento desprecio por la sanción a un juez por llamar «Barbigoña» a Begoña Gómez.
No hay casi nada que sea más importante que el derecho a poder cuestionarlo. A mí me da mucha vergüenza que la izquierda se crea poli.
En fin, habrá que explicarlo todo: con la estampita de la desdicha, Lalachus no está queriendo decir que Dios sea una vaquilla de El Grand Prix, sino que la vaquilla del Grand Prix tiene connotaciones sentimentales sagradas para mucha gente.
Es una exageración poética, una boutade, un diminuto desbarre cómico. Dios lo entiende perfectamente. Estoy segura de que él también hace chistes y de que además son inteligentes.
Pero la Inquisición no. La Inquisición, nunca.