«Cuanto más viejo te haces, más difícil es ver las cosas de un modo divertido; quedas atrapado por los tópicos de la edad como la decadencia física y mental», reconocía hace un par de décadas, veinte años de nada, David Lodge (Londres, 1935), eminencia de la literatura británica y atildado maestro del humor inglés que combinó durante casi toda su vida la rigurosa seriedad de la academia y el fenomenal jaleo de la sátira desopilante.
«El humor es un asunto muy serio», defendía Lodge, celebrado en vida como uno de los grandes de las letras inglesas y aupado tras su muerte al panteón de los gigantes de la risa de etiqueta, donde lo esperan P. G. Woodhouse, Evelin Waugh, Kingsley Amis y Tom Sharpe.
“Fue un gran escritor cómico y un hombre sabio y generoso. En lo personal, siempre recordaré y estaré agradecido por el aliento que me dio a lo largo de los años”, ha escrito en Bluesky Jonathan Coe, heredero espiritual de todos ellos, tras conocer que Lodge, de 89 años, ha fallecido este viernes. “Ha muerto en paz rodeado de su familia”, ha anunciado a través de un comunicado Vintage Books de Penguin Random House, sello que ha publicado toda su obra desde 1975.
Trilogía del campus
Nacido en el sur de Londres en 1935 y crecido entre Surrey y Cornualles, donde fue evacuado durante la Segunda Guerra Mundial, Lodge llegó la literatura por la puerta grande, la de la academia (se e licenció en Letras por el University College de Londres y se doctoró en la Universidad de Birmingham), pero no tardó en encontrar un desvío la mar de entretenido y provechoso en la sátira de la vida académica.
Fue así como, mientras impartía clases en la Universidad de Birmingham, dio forma a su celebrada Trilogía del campus, impecable ajuste de cuentas con las teorías literarias y el carrusel de intrigas, mezquindades y absurdidad que regían (¿rigen?) la vida universitaria. ‘Intercambios’, (1975), ‘El mundo es un pañuelo’ (1984) y ‘Buen trabajo’ (1988), estas dos últimas finalistas al premio Booker, fueron su tarjeta de presentación, pero antes ya había sobresalido con sátiras desternillantes como ‘La caída del Museo Británico’.
En palabras de su editora, Liz Foley, “su contribución a la cultura literaria fue inmensa, tanto en su crítica como a través de sus novelas magistrales e icónicas que ya se han convertido en clásicos”. En esta categoría destacan también títulos como la implacable y crítica ‘Terapia’ (1995) y ‘Cuerpos y almas’ (1980), comedia negra sobre juventud, sexo y catolicismo que tardó cuatro décadas en traducirse al castellano.
Caballero de la Orden de las Artes y las Letras y Comendador de la Orden del Imperio Británico, a finales de los ochenta dejó las clases para centrarse en la escritura, pero se mantuvo como profesor emérito y legó no pocos estudios críticos como ‘El arte de la ficción’ (1992).
Con setenta años, y cuando muchos de sus colegas estarían ya de retirada, Lodge inauguró una nueva etapa narrativa con ‘¡El autor! ¡El autor!’, algo así como una novela biográfica sobre el batacazo de Henry James como autor teatral. Del gusto por el género nacería otra de sus grandes obras, ‘Un hombre con atributos’, monumental biografía novelada de la vida de H. G. Wells.