Esta historia comienza con un estallido y finaliza en un verso. Hace unos 5.000 años, un océano de tiempo en la escala humana y apenas un parpadeo en la impertérrita mirada de la geología, Gran Canaria tembló con la violencia de las explosiones tras el encuentro entre el fuego y el agua. El sobrecogedor ritual extendió un manto de picón y legó el actual Monumento Natural de Bandama, integrado por el inseparable binomio de Caldera y Pico, a la vez testigos y herederos del prodigio.
El relato discurre también por un sendero, en concreto por la ruta circular que bordea el perímetro de casi tres kilómetros de la Caldera de Bandama y que permite descender hasta el fondo del cráter, cubriendo en este caso algo más de un kilómetro. Los detalles del camino, un verdadero mirador a la extraordinaria naturaleza y a la historia de este emblemático enclave de la isla, se pueden encontrar en la web grancanariaenderos.com de la Consejería de Medio Ambiente, Clima, Energía y Conocimiento del Cabildo de Gran Canaria.
Seguimos hoy los pasos de alguien que también se siente hija del volcán. La viticultora y bodeguera Tamara Cruz es una parte más de un paisaje por el que ha transitado en incontables ocasiones, tanto que ya sus raíces se confunden con las de acebuches y almácigos. En un momento del camino, se para frente a una pared volcánica tapizada de picón. Es un lienzo firmado por los elementos. Y uno de sus pasajes preferidos.
Una historia circular
Ahora Tamara detiene sus pasos en el mirador que se encuentra en la bajada al fondo de la Caldera. Aquí se percibe claramente el abrazo de la majestuosidad del paraje. A lo lejos, se distinguen las siluetas del grupo de caminantes que serpentea en ese mismo instante por la escarpadura sur del cráter.
Igual que el sendero, esta historia es circular. Los vinos que embotella Tamara Cruz bajo el sello familiar de Bodegas Mondalón, en el corazón del Monte Lentiscal, no existirían sin el cataclismo de Bandama. «El tipo de suelo que tenemos en Bandama y en los alrededores, en estas laderas, es de un tipo volcánico que aporta un carácter muy especial y mineral a los vinos», subraya. Cada copa de vino posee el regusto y el reflejo de aquel episodio que dio origen a las más famosa y señera comarca vitivinícola de Gran Canaria.
Bandama es un gran muestrario de biodiversidad en el que están presentes más de doscientas variedades vegetales diferentes, incluidos lentiscos, acebuches, palmeras, dragos, almácigos o mocanes, además de endemismos invertebrados exclusivos, reptiles endémicos y aves como la aguililla, el halcón Tagorote o los cernícalos. Porque aquí la naturaleza tiene raíces, repta y vuela al mismo tiempo.
El Cabildo, a través de la Consejería de Medio Ambiente, ha proyectado y presupuestado el arreglo de la carretera de acceso, actuación pendiente de licitación. Igualmente, se han eliminado especies exóticas invasoras y se ha mejorado la señalética, entre otras iniciativas y medidas previstas para la mejora integral del espacio y su conservación.
El relato que no cesa
Además, Bandama cuenta historias sin cesar. Lo hace en el yacimiento de la Cueva de los Canarios, en la parte norte, usado como silo de alimentos por la población aborigen. Y adopta un acento intermareal en el que se resumen los vínculos comerciales y culturales de Gran Canaria en su fondo, donde el flamenco Daniel Van Damme, natural de Amberes y llegado a la isla junto a su abuelo tras la temprana muerte de su padre, cultivó las primeras vides.
Las páginas de Bandama se han escrito línea a línea, como las capas de piroclastos que se acumulan en sus paredes. Y paso a paso, como los que dio durante décadas Agustín Hernández Torres, a quien llamaban cariñosamente Agustinito por su carácter afable. Considerado el último habitante de la Caldera, falleció en marzo de 2024.
‘Agustinito’ llegó a La Caldera cuando era muy niño, junto a sus padres y sus ocho hermanos en 1936. Su historia está íntegramente ligada a la de La Caldera, donde vivió por muchos años en las casas de muros anchos y tejados a dos aguas que se atisban desde el emblemático Mirador de Los Cuartos o desde el propio Pico de Bandama; donde aró sus tierras, sembró y aventó el grano en sus eras; donde ha sufrió y disfrutó de la dura, sencilla y sin artificios vida del campesino canario y compartió un pizco de queso, pan y vino con todo aquel que tuviera la sensibilidad escuchar la sabiduría popular que derrochaba.
Agustín Hernández Torres fue homenajeado en vida en 2021 por la Corporación Insular con el descubrimiento de una placa que reconoció su papel como conservador del paisaje y personaje esencial en la historia de este enclave. Además, el sendero que bajó y subió a diario este agricultor desde el acceso a la caldera y hasta su fondo fue rebautizado como ‘Camino Agustinito’.
Los valores y la vinculación al territorio
«De pequeña a lo mejor no le pones el valor, pero cuando vas creciendo y sintiendo que eres parte de la Naturaleza, y que además ese paisaje tú también lo puedes crear y acompañar, supone un verdadero regalo», reflexiona Tamara, que tenía apenas ocho años cuando sus padres, Juan Manuel Cruz y Susan Brenda, pusieron en marcha el proyecto de los viñedos y la bodega.
«Para mí», agrega, «representa una forma de guardar el paisaje, de seguir protegiéndolo, porque hay mucho trabajo por hacer y además de poder disfrutarlo cada día. Somos una de las pocas bodegas de Gran Canaria que estamos plantando viñedo y apostando por este cultivo centenario, porque al final nuestro pueblo respira historia. Son más de 500 años plantando vides aquí, y eso para mí es un orgullo«.
«Creo que una forma de poder conectar al visitante es que viva el suelo, que lo pise. Y los senderos es la forma de poder iniciar este viaje. Qué mejor que dar un paseo por el borde de la Caldera de Bandama, o bien bajar, y empezar la historia en el sitio donde se plantaron las primeras viñas de Monte Lentiscal. Es el inicio de una jornada que luego se puede traducir en visitar un viñedo, ver cómo se cultiva y cómo plantamos nosotros las variedades locales que cuidamos aquí», expresa Tamara.
Un lema que sobrevive
Y eso hacemos. Ya en sus terrenos, Tamara retira la corteza de las vides de listán negra para airearlas y que respiren el aire de la mañana mientras siguen aferradas a la pronunciada pendiente, una metáfora de que todo cuesta, pero todo llega.
Los viñedos, situados en la Cuesta de Mondalón, en Monte Lentiscal Bajo y cuidados con absoluto mimo, forman parte de una zona de recuperación vitivinícola. La familia asume el reto bajo un lema grabado en un bando de madera de la hacienda: «Vive sin aparentar, ama sin depender, escucha sin atacar y habla sin ofender».
A resguardo, en la zona de cata se observan las etiquetas antiguas de los vinos que embotellaba la familia Pérez Galdós. Fuera irrumpe una leve llovizna que apenas empapa la superficie de la tierra, aunque para Tamara siempre luce el sol con su hija Zoe, «la luz de mis días», dice.
No queda nada por decir. ¡Ah! ¿Y los versos? También cuelgan de las paredes, en este caso en las reproducciones de los fragmentos del poema ‘Lines on the Mermaid Tavern’ de John Keats y de la obra ‘Las alegres comadres de Windsor’ de Shakespeare, ambos textos con referencias expresas a los vinos canarios y al aroma atlántico y misterioso que estos desprenden. Quizás esto es Bandama: un bello e imprevisto verso suelto al final del tiempo.