Llevaba tiempo preparándolo. Como gran profesional del viaje que había demostrado ser, fue ‘avisando’ a todos. Primero le hizo un guiño a sus compañeros de tertulia espaciando sus presencias. Después se lo indicó a los más queridos, sus hijos y sus nietos, negándose a salir de casa. Estaba organizando de forma concienzuda su último viaje.
Manolo había crecido en los años mas duros de la postguerra, por lo que estaba obligado a hacerse a sí mismo. Y lo hizo.
Aunque enamorado de su Betanzos natal y de su Coruña adoptiva, no dudó en dirigirse al País Vasco para acometer el lanzamiento de su empresa. Allí, en pocos años, demostró ser un gran profesional y, después de triunfar, como buen emprendedor gallego regresó a su tierra.
Su gran obra fue Viajes Travidi, empresa a la que dedicó su vida. Persona entrañable, cariñosa y buen profesional, triunfó en la organización de viajes. Para ello contó siempre con la valiosísima colaboración de Malena y de sus hijos Fran, Begoña y Marián, que hoy mantienen viva en el mismo sector la saga Raposo.
El regreso de Euskadi y su asentamiento definitivo en A Coruña, hizo que, en el podio de sus amores, al lado de su familia y de su profesión, apareciese el Deportivo. Estoy convencido de que en ello influyó el sentimiento que tienen los bilbaínos por su Athletic. Él lo comprobó en Vizcaya y se lo apropió con los colores blanquiazules.
Pero las circunstancias de unos y otros eran bien distintas, tanto como que su debut como directivo, en 1979, el Deportivo descendió a Segunda B. Estábamos inmersos en plena “longa noite de pedra” deportivista, y época en la que yo le conozco.
Su permanencia como directivo se mantuvo hasta 1987. Fueron ocho años muy duros los que pasó con los presidentes Antonio Álvarez, Jesús Corzo y Andrés García Yáñez. Un periodo en el que tuvo que sufrir el golpe cruel de la histórica derrota del Deportivo ante el Rayo, que nos dejaba sin ascenso. Pero ese doloroso episodio no sería el único.
Manolo Raposo fue el organizador de una de las caravanas blanquiazules más numerosas e ilusionadas de la historia. El Deportivo se jugaba, otra vez, el ascenso. En esta ocasión era en Oviedo y el Concello, presidido por Paco Vázquez, se hacía cargo del pago de los autocares que llevarían a los entonces denominados “niños del ascenso”.
Después de enorme trabajo consiguió reunir una inmensa flota de autocares con miles de coruñeses que llenaron de colorido las calles ovetenses, pero el subir de categoría tenía que quedar para otra ocasión. De nuevo un mal arbitraje, unido a una jugada infantil de Silvi, hizo que el regreso fuese muy triste. El gran esfuerzo de Manolo y de Viajes Travidi no había tenido premio.
Había sido uno de los directivos que habían dedicado su tiempo, y en ocasiones su aval, al Deportivo a cambio de nada. Pertenecía al grupo de sufridores de las más dolorosas derrotas y por eso disfrutaba tanto de los éxitos blanquiazules.
Finalizado su periplo como directivo, pasó a participar en una de las tertulias deportivistas de referencia en la ciudad.
Era uno de los catedráticos que se reunían en esa especie de facultad en la que se convertía el Galia de Jorge. Personajes coruñeses desde el ‘joven’ ingeniero Juan Mateo hasta el veterano Fefé del Río, pasando por ese gran economista que es Antonio Grandío, Felipe Poncet, el hombre fuerte de la mejor época del Teresa Herrera o Luís Rodríguez Vaz, una institución de nuestro fútbol. Una pandilla variopinta que sólo Dios sabe lo que habrá comentado y rajado en esas reuniones que duraron años y años.
Poco a poco Manolo fue alejándose de su pandilla y asentándose en su casa. Quería organizar bien su último viaje y decidió que nos abandonaría con las últimas campanadas del año. Todo salió como él tenía previsto.
Lo aguardaba Chelito. Con ella si contaba, pero se llevó la grata sorpresa de encontrarse también con Fefé, su amigo y un número uno del deportivismo. Fefé lo estaba esperando para que le pusiese al corriente de las últimas novedades sobre los catedráticos del Galia.