Pedro Sánchez y Salvador Illa se conocieron durante un trayecto en coche de Barcelona a Granollers en la primavera de 2014. El proceso de primarias del PSOE para elegir secretario general estaba en plena ebullición, y el exalcalde de la Roca del Vallès, que por entonces estaba en la trastienda del Ayuntamiento de Barcelona, lo recogió en la estación de Sants para llevarlo a un acto organizado por su federación en la capital de la comarca del Vallès Oriental. En esa ruta que no alcanza los 30 kilómetros empezó todo, el primer contacto de una amistad que se ha ido tejiendo durante más de una década, que se solidificó durante la compleja gestión de la pandemia cuando Illa era ministro de Sanidad y que trasciende lo político ahora que ambos están al mando en la Moncloa y en la Generalitat. Con los dos como presidentes, hay una comunión sin precedentes entre los dos gobiernos y, también, entre el PSOE y el PSC.
Los políticos suelen fallar en sus pronósticos. «Si Salvador consigue ser investido, Pedro se tendrá que ir. Solo puede ser presidente uno de los dos», señaló a finales del pasado abril, al inicio de la campaña catalana, un dirigente socialista de peso pero alejado del presidente del Gobierno. Con Sánchez dependiendo para todo en el Congreso de los votos de ERC y Junts, la llegada de Illa al Palau de la Generalitat se interpretaba como un obstáculo insalvable para la coalición del PSOE y Sumar. Republicanos y posconvergentes, según esta tesis, iban a levantarle su apoyo.
Una necesidad mutua
Pero el exministro de Sanidad logró alcanzar el Govern de la mano de ERC y de los Comuns, dejando atrás más de una década de mandatos independentistas; y el líder socialista continúa al frente del Ejecutivo. Sánchez e Illa se necesitan mutuamente. El triunfo del PSC en los comicios catalanes de mayo no se habría producido sin las ambiciosas y polémicas medidas del presidente del Gobierno para rebajar la crisis territorial: mesa de diálogo, indultos a los condenados por el referéndum de 2017, derogación del delito de sedición y finalmente amnistía.
Tampoco hubiera habido investidura de Illa si Sánchez no se hubiera comprometido a defender la financiación singular para Catalunya que reclamaba ERC para dar su ‘sí’ pese a, como en el caso de la amnistía, haberlo rechazado explícitamente antes. El jefe del Ejecutivo necesitaba que Illa fuese investido para demostrar que estas iniciativas de desjudicialización estaban logrando el objetivo de rebajar el apoyo de los catalanes al separatismo, «dar carpetazo al procés» y abrir una nueva etapa que en el Govern ya dan por asentada.
Los hándicaps
Aun así, la presencia del primer secretario del PSC en el Palau de la Generalitat acarrea complicaciones a Sánchez para mantener unido en Madrid el bloque de investidura, dentro de una legislatura española ya de por sí endiablada. El ejemplo más claro son los Presupuestos Generales del Estado. El Gobierno se vio obligado a enterrar el proyecto de cuentas públicas para 2024 a raíz del adelanto de los comicios en Catalunya aprobado por Pere Aragonès, al concluir que ni ERC ni Junts estarían por la labor de negociar en pleno clima electoral.
Ahora, pasada la cita con las urnas, los Presupuestos de 2025 se presentan muy complicados. El partido de Puigdemont ha endurecido su actitud con Sánchez desde el triunfo de Illa, pese a que una ministra, en un nuevo vaticinio errado, señaló que la investidura catalana allanaba el camino de las cuentas públicas. Tampoco Illa tiene fácil lograr aprobar nuevas cuentas con un Oriol Junqueras de nuevo al mando de ERC que ha encarecido el apoyo a los socialistas. No podrá haber acuerdo, advierte, si antes no se cumple con lo pactado. Y la carpeta más compleja que está pendiente es la de la financiación singular, que está más en manos del Gobierno de Sánchez que del de Illa y que, por ahora, recaba el rechazo de la mayoría de presidentes autonómicos.
No obstante, ambos presidentes están dispuestos a continuar sus respectivas legislaturas con o sin presupuestos. «Se puede», aseguran fuentes de la Generalitat, convencidos de que para el Govern es clave que los socialistas retengan la Moncloa y que lo hagan, además, con un presidente que está acompasado con las principales demandas, como la de la financiación. «Esto va a pasar», sostienen ante quien duda de que la hacienda catalana esté lista para recaudar el IRPF en 2026.
Unidos por una pulsera
Sánchez no había tenido tiempo de estrechar lazos con Illa cuando lo nombró ministro de Sanidad en enero de 2020, justo antes de la eclosión de la pandemia del coronavirus. El ahora president había sido uno de los negociadores del PSOE con ERC para la investidura celebrada ese año, y al jefe del Ejecutivo, según fuentes de su entorno, le gustó el carácter «sólido y discreto» de quien entonces era secretario de organización del PSC.
Cinco años más tarde, después de haber impulsado el relevo de Miquel Iceta al frente del PSC, la relación del jefe del Ejecutivo con Illa es quizá la más estrecha que mantiene con todos los líderes territoriales socialistas, al mismo tiempo que el PSC se ha convertido en el principal puntal de Sánchez y nunca antes había tenido tanta influencia dentro del PSOE. Prueba de ello es un Sánchez que no ha dudado en molestar a muchos barones al permitir y defender tanto la amnistía como un sistema singular de financiación para Catalunya fuera del régimen común.
Ambos dirigentes no ocultan esa sintonía y complicidad. Al contrario. Hacen gala de ella y ha trascendido encuentros, comidas y vacaciones con sus respectivas familias. Además, desde hace al menos varias semanas, Sánchez luce una pulsera de cuero rojo en la muñeca derecha. Illa lleva otra. No son idénticas, pero ambos se las colocaron al mismo tiempo, en un gesto estético coordinado, casi como si formalizaran visualmente su alianza. Ninguno, por el momento, quiere dar explicaciones sobre el significado de la enigmática prenda. «Todo llegará», señalan sus entornos.
Suscríbete para seguir leyendo