Ángela Lei-Guntareva (22 años) y Ángel García (25 años) son dos jóvenes alicantinos con displasia diastrófica y acondroplasia, discapacidades que afectan directamente su crecimiento. Ángela mide un metro y Ángel, un metro treinta. Su día a día es un reto continuo, comenzando por las actividades más básicas en casa. Aunque sus familiares han adaptado parcialmente la vivienda, tareas tan sencillas como alcanzar un paquete de macarrones en el armario o encender los fogones pueden convertirse en desafíos sin ayuda.
Cuando salen a la calle en Alicante, las dificultades no disminuyen. Las miradas curiosas y los comentarios insensibles son constantes. «Qué bajita, qué pena», es una frase que Ángela escucha con frecuencia, algo que la hace sentir mal. «Soy una persona normal», recalca con firmeza. Por su parte, Ángel lamenta los prejuicios: «Tener una discapacidad física no significa que tenga una discapacidad mental», subraya.
Ambos se enfrentan a situaciones extremas en su vida diaria, que van desde la infantilización hasta el acoso sexual. Ángela relata episodios en los que no se la toma en serio por su estatura. «Me preguntan si me dejan ir sola por la calle. Por teléfono, incluso me cuelgan porque creen que soy una niña pequeña», explica. Ángel ha vivido experiencias similares: «En muchos lugares me preguntan por qué no voy con mis padres. No me toman en serio, y he pasado por todo tipo de situaciones desagradables».
Desafíos diarios
Las redes sociales son otro espacio donde enfrentan abusos. Ángela, por ejemplo, ha recibido mensajes sexualizados. «Me das morbo», le han llegado a dejar en su bandeja de Instagram, algo que considera especialmente ofensivo. «La gente cree que tiene derecho a provocar este tipo de situaciones. Para mí son incómodas y no necesito que me digan barbaridades sexuales», explica. Aunque intenta ignorar estas actitudes, lamenta que forman parte de su realidad diaria.
Comprar ropa, por ejemplo, no solo es costoso, sino también complicado por las adaptaciones necesarias. «En las tiendas, la ropa cuesta un dineral, y después en la costurera tienes que pagar casi la mitad de lo que ya te costó para que te la ajusten. Al final, tenemos poca ropa», explica Ángela. Esta situación le genera frustración, sobre todo al ver a otras mujeres en la calle: «Veo a muchas que visten bien y pienso: ojalá vestir así, pero sé que a mí no me va a quedar igual», lamenta. Los zapatos tampoco son una excepción. Ángela señala que el gasto es elevado, especialmente cuando necesitan plantillas específicas o calzado especial, como es su caso.
Por su parte, Ángel ha encontrado soluciones improvisadas para vestirse: «Mi madre ha aprendido a arreglarme la ropa, y a veces recurro a la sección de niños. Es lo que suelo hacer», cuenta. Ir al supermercado también implica un esfuerzo extra. Necesitan pedir ayuda constantemente para alcanzar los productos situados en las baldas más altas, lo que les llega a resultar incómodo. «Tienes a la persona de la tienda todo el rato pendiente de ti. Después, te sientes en deuda con esa persona, como si siempre tuvieras que pedir algo más», explica Ángela.
Una infancia complicada
Igualmente, ambos jóvenes han tenido que lidiar con el bullying y el rechazo desde pequeños. Ángel cuenta que sufrió un trato cruel por parte de personas que consideraba cercanas: «Muchos amigos, cuando se enfadaban conmigo, luego se metían con mi estatura. Pasé una infancia muy mala en el ámbito familiar porque no me aceptaban, y después, con las amistades, también me daban de lado. Los profesores solían ponerse de su parte; cuando alguien se metía conmigo, ellos solo me decían que no les hiciera caso», explica. La situación no mejoró en el instituto, donde el acoso se intensificó. «Sufrí bullying y tuve que denunciar a un compañero, pero no hicieron nada. Además, me han suplantado la identidad. Han cogido fotos mías para crear stickers en WhatsApp y burlarse de mí», añade.
Ángela, que se caracteriza por ser una joven muy sociable, siempre con una sonrisa en la cara, comparte una experiencia similar. «Durante mi infancia siempre me sentí excluida. Yo intentaba integrarme, pero era imposible. En el instituto tuve que denunciar a unas chicas porque llegaron a amenazarme de muerte», recuerda.
Futuro laboral
A pesar de todo, Ángela no deja de luchar por cumplir sus sueños. Con ascendencia rusa e italiana, actualmente estudia Asesoría de Imagen Personal y Corporativa en un instituto de Alicante, mientras combina sus estudios con la práctica de natación, un deporte que necesita realizar para evitar problemas físicos derivados de su discapacidad. Sin embargo, encontrar empleo se ha convertido en una barrera difícil de superar. «Cuando voy a los sitios a dejar mi currículum, ni siquiera me dan la oportunidad de hacer una entrevista. Me rechazan directamente», lamenta.
Lo mismo le ocurre a Ángel. Aunque ha estudiado informática y su perfil profesional es atractivo, siente que el hecho de tener una discapacidad física es lo que frena a las empresas. «Les gusta mi currículum, pero después no me llaman», explica con frustración. Por su parte, Ángela mantiene vivo su mayor sueño: convertirse en actriz. «Me encantaría ser actriz y demostrar que una persona con discapacidad y enanismo puede llegar lejos en este campo. Sería un ejemplo a seguir para muchas personas», afirma.
Acondroplasia ligada al espectáculo
Ángela y Ángel representan a una nueva generación de jóvenes con discapacidades como la acondroplasia y la displasia, decididos a desafiar los estereotipos que han pesado sobre las personas con enanismo durante décadas. Rechazan la imagen tradicional vinculada al mundo del espectáculo y actividades degradantes, como trabajar en despedidas de soltero, que muchas veces han perpetuado la discriminación. «Entiendo que cada persona quiera ganarse la vida y lo respeto, pero también es una cuestión de dignidad», señala Ángela. «Prefiero buscar otro trabajo porque no quiero que futuras generaciones vivan la discriminación que hemos sufrido. No quiero que vayan por la calle y les digan que deberían estar en un circo trabajando», subraya Ángel.
Ambos creen firmemente en el cambio y en el poder de la unión para lograrlo. «Si nos apoyamos entre todos, podemos alcanzar trabajos dignos y demostrar que somos capaces. No tenemos por qué aceptar situaciones que perpetúen la discriminación», añade Ángel. También destacan cómo las generaciones pasadas de personas con discapacidad enfrentaron un aislamiento impuesto, muchas veces por sus propias familias, por temor al rechazo social. «Antes nos decían que nos quedáramos en casa para evitar que se metieran con nosotros. Hoy, estamos demostrando que no es así, que tenemos derecho a ocupar un lugar en la sociedad», concluyen.
Visibilización
«Los bufones de Velázquez»
La presidenta de ADEE (Acondroplasia y otras displasias esqueléticas con enanismo), Carolina Puente, recuerda que desde la asociación se trabaja día a día para visibilizar y combatir las barreras sociales y estructurales que enfrentan las personas con acondroplasia y otras displasias esqueléticas. Destaca también la reciente campaña «Los bufones de Velázquez», en la que participaron Ángela y Ángel, y que busca reivindicar un cambio de percepción social hacia este colectivo. A través de esta iniciativa, se busca erradicar actitudes discriminatorias y fomentar una mayor inclusión, exigiendo medidas concretas que garanticen la dignidad y los derechos de las personas con discapacidad.