“Creo en la futura armonización de estos dos estados aparentemente contradictorios, que son el sueño y la realidad, en una especie de realidad absoluta, en una sobrerrealidad o surrealidad, si se la puede llamar así”, escribió André Breton en el primer Manifiesto del Surrealismo, en octubre de 1924, cuando París era una fiesta por la celebración de los Juegos Olímpicos, y él mismo acababa de retractarse, en Los pasos perdidos, de su inicial filiación dadaísta.

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