Joaqui García Rodríguez no entendía muy bien el título de la película. Aquello de «Tres hombres no pueden ocultarse bajo la tapa de un puchero» le parecía demasiado largo y complicado, hasta que recordó una anécdota que le había contado su madre, Honorina Rodríguez. Una de las innumerables veces que los falangistas fueron a casa de Honorina a buscar a sus hermanos, Paulino y Herminio, ella contestó: «¿pero dónde más queréis buscar?, solo os falta levantar las tapas de los pucheros». Y sí, si hubiesen levantado no ya los pucheros, sino la cocina entera, hubiesen encontrado el zulo, «un sepulcro en las entrañas de la tierra», como lo definió el propio Paulino, en el que el último alcalde republicano de San Martín del Rey Aurelio, su hermano Herminio y su compañero Lino Oviaño, pasaron escondidos 30 meses, dos años y medio con cada uno de sus días y sus noches, en un espacio de dos metros de largo, metro y medio de ancho y un metro y veinte centímetros de alto. Un nicho bajo la cocina de Honorina en la casería familiar de Las Aparadas, en el valle de San Mamés.

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