Joaqui García Rodríguez no entendía muy bien el título de la película. Aquello de «Tres hombres no pueden ocultarse bajo la tapa de un puchero» le parecía demasiado largo y complicado, hasta que recordó una anécdota que le había contado su madre, Honorina Rodríguez. Una de las innumerables veces que los falangistas fueron a casa de Honorina a buscar a sus hermanos, Paulino y Herminio, ella contestó: «¿pero dónde más queréis buscar?, solo os falta levantar las tapas de los pucheros». Y sí, si hubiesen levantado no ya los pucheros, sino la cocina entera, hubiesen encontrado el zulo, «un sepulcro en las entrañas de la tierra», como lo definió el propio Paulino, en el que el último alcalde republicano de San Martín del Rey Aurelio, su hermano Herminio y su compañero Lino Oviaño, pasaron escondidos 30 meses, dos años y medio con cada uno de sus días y sus noches, en un espacio de dos metros de largo, metro y medio de ancho y un metro y veinte centímetros de alto. Un nicho bajo la cocina de Honorina en la casería familiar de Las Aparadas, en el valle de San Mamés.
Durante el cautiverio, Paulino Rodríguez, escribió un libro, «La Madriguera», en el que apuntaba lo que les ocurría día a día. Esa joya bibliográfica nunca vio la luz más allá del círculo familiar y Paulino Rodríguez falleció en Gijón el 2 de agosto de 1990 sin lograr su sueño de publicar el libro. Pero ahora se ha saldado esa deuda y se ha hecho a lo grande. Sergio Montero y Asur Fuente querían poner en pie un proyecto cinematográfico relacionado con la memoria histórica. Montero es de El Entrego y se enteró de que el último alcalde republicano de San Martín había escrito aquel libro. No paró hasta que dio con Marián Rodríguez, hija de Paulino y custodia de ese y otros manuscritos de su padre.
Montero y Fuente tuvieron claro que con aquello había que hacer una película, pero no se trataría de una película más sobre la guerra o la dictadura franquista, había que estar a la altura de aquellos tres hombres que habían vivido dos años y medio enterrados en vida. También había que lograr que Honorina tuviese el reconocimiento que se merecía. Ella era la dueña de aquella cocina, era quien guardaba «la madriguera», incluso cuando los falangistas de la Bandera de Lugo vivieron unos días en la casa.
Las familias de los cuatro no pudieron ser más generosos con el proyecto de Montero y Fuente, tanto como lo fueron atendiendo la petición de LA NUEVA ESPAÑA de reunirse en el alto de La Peruyal, en el Valle de San Mamés, a poca distancia de la casería donde está el zulo y a la que estos meses de invierno es imposible acceder.
La película podía haberse llamado «La Madriguera» pero se titula «Tres hombres no pueden ocultarse bajo la tapa de un puchero», una historia de supervivencia que emocionó a un abarrotado Teatro Jovellanos de Gijón cuando se estrenó en el pasado Festival Internacional de Cine de Gijón. Ni los directores ni los familiares, que no solo colaboraron sino que protagonizan la película, se podrían creer la gigantesca ovación que el público gijonés brindó a Honorina, Paulino, Herminio y Lino. Una ovación que aún les emociona.
Ángel Pumariega Rodríguez, hijo de Herminio (con los apellidos cambiados de orden), recordaba ayer cómo al subir al escenario a saludar al actor que hacía el papel de su padre, le dijo: «qué pena no haberte conocido antes». De inmediato se dio cuenta de que no se lo estaba diciendo al actor sino a su propio padre, fallecido el 15 de abril de 2000 a los 93 años de edad. «Entre mi padre y yo había 50 años de diferencia y por su forma de ser no hablábamos mucho de estas cosas. La película me ha servido para conocerle». Y el rodaje le sirvió para darse cuenta de lo que había hecho su padre. Ángel bajó al zulo y no entendía nada, era incapaz de comprender cómo tres hombres habían estado allí metidos. «Salí de allí conmocionado, es inenarrable, te hace pensar en el sacrificio que es capaz de soportar una persona para sobrevivir». Él había estado allí de niño y su padre le había dicho que aquella era la casa en la que estuvo escondido, «pero nada más».
Quien tampoco conocía el zulo es Marián Rodríguez, hija de Paulino. Tampoco tuvo ocasión de estar en el Jovellanos durante la proyección de la película. Ahora, siente que se ha saldado una deuda, pero no tiene reparos en decir que «llega muy tarde». «Mi padre hizo mucho para que se diese a conocer esta historia, le envió el libro a Felipe González y nunca nadie hizo nada, ninguna administración ni ningún estamento, ni cuando llegó la Democracia, ni cuando llegó el socialismo, ni nada», lamenta Marián. «Piensa que nunca es tarde», intercede Asur Fuente. Ángel Pumariega tercia en la conversación para apuntar que «es necesario que se conozcan estas cosas, por gestos como estos llegamos a donde estamos ahora, no ha sido por generación espontánea». Eso sí, reconoce que «si levantasen la cabeza no sé si les gustaría mucho lo que verían».
A Joaqui Rodríguez le sorprendió el tratamiento que se le da a su madre en la película. Ella es la protagonista absoluta de la historia. «Que mi madre haya tenido ahora este reconocimiento es algo que para mi no tiene precio», asegura. «Pero es que ella es la vida de estas tres personas, sin ella nadie hubiese sobrevivido y ninguno estaríamos aquí», subraya el hijo de Herminio.
Honorina era mucha mujer. «Me contaba que el tiempo que los falangistas de la Bandera de Lugo estuvieron en casa, fue cuando mejor comían los del zulo, porque los militares traían comida y ella preparaba de más y se la pasaba a sus hermanos y a Lino». El día que los falangistas dejaron la casería, Honorina preparó una enorme fuente de arroz con leche, una fuente azul que está en casa de Joaqui. «Requemó el arroz y encima escribió ‘Arriba España. Viva Franco’».
La película está llena de anécdotas, como la vida. Marián recuerda que su marido era incapaz de dejar de fumar, «decía que no tenía fuerza de voluntad y mi padre le contaba que él lo había dejado en el zulo». El tabaco no era fácil de conseguir, era caro y podría delatarles.
Es la historia de tres hombres que pasaron dos años y medio luchando cada minuto por sobrevivir, que demostraron una fortaleza mental y física de una magnitud casi sobrehumana. Es la historia de una mujer, Honorina, que era analfabeta, pero no la había más inteligente, ingeniosa, rápida y lista. Es, en definitiva, la historia de una guerra en la que como escribió el poeta «murió quien pudo». Ellos no se lo podían permitir, tenían que luchar por sobrevivir y lo hicieron cada segundo de su vida. Paulino y Herminio vivieron la Democracia. El Consejo de Guerra condenó a muerte a Lino Oviaño que fue asesinado a las siete y media de la mañana del 10 de diciembre de 1940.
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