Me ha gustado el mensaje navideño del Rey cuando se manifestó a favor de «trabajar por el bien común (que) es preservar el gran pacto de convivencia donde se afirma nuestra democracia y se consagran nuestros derechos y libertades» porque, continuó, «no podemos permitir que la discordia se convierta en un constante ruido de fondo que impida escuchar el auténtico pulso de la ciudadanía». No puedo estar más de acuerdo en que «por encima de las eventuales divergencias y desacuerdos» -que son legítimos e incluso necesarios en democracia- «prevalece una idea nítida de lo que conviene, de lo que a todos beneficia» porque, sigo citando a Felipe VI, «no podemos permitir que la contienda política, en ocasiones atronadora, impida escuchar la demanda, aún más clamorosa, de serenidad». O sea menos insultos, menos tono barrio bajero y más ocuparse de lo que de verdad preocupa a los ciudadanos que llevan al país sobre sus hombros, que tienen problemas para llegar a fin de mes y que se irritan con mucha razón al escuchar tanta tontería porque últimamente las sesiones parlamentarias de control del gobierno dan vergüenza por el tono tan bajo intelectualmente y a veces tan ordinario («muevan el culo» dijo el otro día una señoría a la bancada del gobierno) que le dan a uno ganas de hacer las maletas y de cambiarse de país.
Como tampoco podía ser menos, el Rey hizo referencia a la Constitución para recordar que «la concordia de la que fue fruto sigue siendo nuestro gran cimiento» en lo que también era un guiño al espíritu que guio la Transición basada en buscar lo que nos une por encima de lo que nos separa y que suscitó la admiración del mundo entero. Los que hoy la desprecian revelan poca memoria y mucha ignorancia. O muy mala intención. Finalmente, también recordó Felipe VI que «España es un gran país con una historia portentosa, pese a sus capítulos oscuros», como ocurre en todos los países que han dejado huella en el mundo. Nos viene bien un chute de esa autoestima que sobra allende los Pirineos y que tanta falta nos hace a nosotros.
Hace años, siendo yo embajador ante la Santa Sede, el Rey Juan Carlos I y el presidente Rodriguez Zapatero estaban alojados en mi residencia del Palacio de España y Mariano Rajoy, entonces líder de la oposición, lo hacía en un hotel cercano. Después de cenar el Rey me pidió que le buscara un salón donde nos pudiéramos reunir los cuatro y una vez allí les pidió a Rodriguez Zapatero y a Rajoy que se pelearan cuanto quisieran pero que dejarán fuera del debate político el terrorismo, la estructura territorial del Estado y la Educación «porque nuestros niños no merecen cambiar el plan de estudios cada vez que cambiaba el signo político del gobierno«. Años después en una reunión con Don Juan Carlos el asunto vino a cuento y le recordé esta escena añadiendo que «como soy muy discreto nunca se la he contado a nadie». Entonces el Rey, con esa campechanía tan suya me contestó «pues cuéntalo, hombre, ¿para qué te crees que te pedí que asistieras a la conversación? ¡Cuéntalo y que la gente vea que hago mi trabajo!».
Tenía razón don Juan Carlos entonces y tiene razón don Felipe ahora: la política no es tirarse los trastos a la cabeza, no es hacer barreras del Tinell, sino ser capaces de distinguir dónde pelear y dónde buscar acuerdos por encima de las ideologías en busca del bien común, y eso es lo que hoy demanda una buena parte de la sociedad española: acuerdos para combatir el paro juvenil, para que nuestros alumnos mejoren en los informes Pisa, para que se facilite el acceso a viviendas dignas y asequibles a nuestros jóvenes, para que se respete una Constitución que nos ha dado los mejores años de paz y progreso en varios siglos, y también para modificarla y delimitar con claridad las competencias estatales y las de las Comunidades Autónomas o actualizar la reglamentación de la sucesión al Trono, para reformar el Senado y que funcione como una cámara de representación territoral, para que se respete la independencia judicial y se dote de medios a la judicatura… Hay tantos asuntos que requieren la colaboración de los grandes (y pequeños) partidos que añadan ustedes lo que les parezca porque sé que muchos estarán de acuerdo en que España necesita más consensos y menos insultos.