Pedro, Pedro, Pedro. Tantas veces Pedro. El nombre de Pedro envenena los sueños de Alberto Núñez Feijóo y engorda el arsenal de metáforas denigrantes del columnismo conservador. El uno y los otros se han pasado todo el año 2024 exigiendo una dimisión del presidente del Gobierno que nunca llegaba, y ello a pesar de que, según el dictamen más reciente del presidente del PP, para ellos “nunca ha habido un año con más corrupción, escándalos y desigualdad”. A los intelectuales orgánicos de la derecha española les costará superar en 2025 el listón de las injuriosas hipérboles puestas en circulación a lo largo de 2024.
Una de las particularidades de Pedro Sánchez es que saca de quicio a sus adversarios. En su fuero interno, y externo, no consiguen entender cómo puede seguir habiendo tanta gente que confíe en un tipo cuyos pecados son en realidad lo de menos, pues el verdadero problema, el Gran Pecado es él mismo.
Recuerda el caso del presidente al de aquel pobre lobo que protagonizaba la fábula de Rafael Sánchez Ferlosio ‘El reincidente’, quien, tras ver rechazado por dos veces su intento de ser admitido en “el regazo del Creador”, aún tuvo el cuajo de llamar una tercera vez a las puertas de la Bienaventuranza, para escuchar desolado la respuesta ferozmente franca del guardián de los Cielos: “¡Sea, pues! ¡Tú lo has querido! Ahora te irás como las otras veces, pero esta vez no volverás jamás. Ya no es por asesino. Tampoco es por ladrón. Ahora es por lobo”.
También en el caso de Lobo Sánchez lo de menos, a estas alturas, es que sea un ladrón, un mentiroso, un corrupto o un traidor dispuesto a vender España por un puñado de votos: si le niegan la entrada en el panteón de políticos no ya ilustres, sino meramente dignos o simplemente democráticos, no es por matón, falsario, cobarde, trilero, dictador o golpista, que todo eso le han llamado en 2024, “ahora es por Pedro”.
Eso significa que no descansarán en 2025: aunque es altamente improbable que lo haga, olvídese el presidente de enmendar el año que viene los pecados mortales cometidos en el año que acaba. Ni aunque le diera por renegar de su ley de amnistía le franquearían sus obsesivos adversarios las puertas de la Bienaventuranza: puesto que no hay nada que pueda hacer para hacerse perdonar, Sánchez seguirá haciendo lo que considere que tiene que hacer para seguir siendo presidente y promover las políticas que esperan de él quienes en 2023 le dieron su voto.
Pedro, Pedro, Pedro. Tantas veces Pedro. El de Sánchez es un caso singular: sus audacias, por no decir sus temeridades, para amarrar la investidura sembraron en muchos de sus seguidores una inquietud que, a la postre, quedaría neutralizada por los excesos retóricos y los disparates tácticos del Partido Popular en su labor de oposición. Si el Tribunal Constitucional da luz verde a la ley de amnistía no faltará quien se rasgue las vestiduras, pero es poco probable que la dirección nacional del PP convoque de nuevo manifestaciones de desagravio como las promovidas cuando se anunció y se aprobó la ley. Hasta sus adversarios más acérrimos acabarán aceptando que, aun sin quedar borrado del todo el pecado original de haber sido impulsada para que Sánchez pudiera ser presidente, la ley de amnistía al independentismo no era tan mala cosa: más bien todo lo contrario.
Quienes, en fin, dudaban del presidente se han visto obligados en 2024 a aparcar buena parte de sus dudas y desterrar no pocas de sus reticencias a la vista del trato injustificadamente inhumano que le han venido infligiendo unos oponentes para quienes Sánchez es el epítome del Mal. ¡Ya quisiera no el actual inquilino de la Moncloa, sino cualquier político, reunir en su persona los poderes inconmensurables y la demoníaca inteligencia que le atribuyen sus enemigos! En política, las estrategias hiperbólicas de oposición están condenadas al fracaso, cuando no al ridículo, si no consiguen su objetivo en poco tiempo, digamos unos meses, quizá un año. Vaya tomando nota de ello el Ejército de Detractores en 2025.