Los juegos no tienen por qué ser divertidos, al menos para las personas que los juegan. El director y guionista Cristian Martínez, nacido en Cox, da un giro a lo entendido popularmente como «espectáculo» y da forma a El showman, un cortometraje diferente que engancha al espectador rompiendo la cuarta pared y haciéndole partícipe directo del mismo. Se trata de una producción cuyo guion está escrito junto a Miguel López Lloret y la música corre a cargo de Adrián Berenguer.
La pieza audiovisual, de 20 minutos de duración, se centra en la aparición de un misterioso hombre que ha tenido un accidente con el coche durante un día lluvioso, que corresponde casualmente al 23F. Su única vía de escape recae en una casa donde una familia se está preparando para cenar. Sin embargo, lo que parece ser un acto de ayuda acaba convirtiéndose en un juego sangriento en el que los integrantes de la familia son los propios participantes.
La fotografía de Juan Francisco Giménez Pérez envuelve al espectador como si este fuera uno de los actores que conforman el reparto. Como si de un homenaje a Funny Games (1997) de Michael Haneke se tratara, tiene muchas similitudes en su esencia y deja algunas pistas como un recurso de unos huevos en la encimera de la cocina. Por su parte, el peso actoral recae en un Jorge Silvestre que se adapta a la perfección a su rol con una sobreactuación brillante. Le acompañan Yala Romero, Sara Jiménez y Alan Miranda como los representantes de la familia.
«El Showman nace de manera natural, el cine es un medio de expresión y se desarrolla sin ningún tipo de pensamiento y sin saber si le va a llegar al espectador de la manera que tú quieres», explica el director de la Vega Baja. Pero más allá de lo que se percibe a simple vista, el corto trata la necesidad del artista de satisfacer al público con lo que le demandan, ese pacto cuasi esclavizador que se sella con el público. Y ahí es donde se refleja la violencia desmedida, todo por obra y gracia del espectador, pues es él quien está celebrando esa masacre. Es el público, nosotros, quien acaba comprando ese método de diversión.
Es una forma arriesgada de hacer cine. Cristian Martínez lo sabe. Pero es precisamente esta manera de arriesgar la que le ha llevado a conseguir 10 selecciones y 6 galardones en tan solo 5 meses que lleva rodando este cortometraje por certámenes y festivales de todo el mundo. Este violento thriller ha sido reconocido en plazas como Desmond District Demons de Michigan, el certamen Torrerífico, el Festival Internacional de Cine Fantástico de Castilla y León o los Premios Lorca. Ahora, se marca el reto de llegar al Festival Internacional de Cine de Alicante.
«Da un poco de vértigo», asegura el director. «Recuerdo que en Ámsterdam, por ejemplo, me senté en la sala y presencié el alto nivel que tenían los otros 10 cortos seleccionados. Yo sabía que no tenía muchas opciones de ganar, pero solo el compartir escenario con esos trabajos me pareció un regalo absoluto». Es precisamente ese reconocimiento, ese acercamiento a los grandes, lo que hace que Cristian Martínez sea consciente de que esto ha merecido la pena: «Codearte con proyectos así es sinónimo de que estás haciendo las cosas bien y es un verdadero orgullo para mí».
Una mirada diferente
El director cojense arrancó su periplo en la producción cinematográfica con el cortometraje Capgras (2021), y siguió experimentando cuál era su papel en la industria con Existir (2022). Un inicio que contó con múltiples selecciones en festivales como Ginés en Corto, el Festival de Cine Internacional de Alicante, en el que resultó ganador en la sección Alicante Cinema con Existir (2022) y el Festival de Cine L´Alfas del Pi, donde ganó el premio del público (2022). Además, se ha formado en la Escuela de cine de Barcelona Bande à Part con Luis Aller cursando los Máster en Cinematografía, Guion, Montaje y Dirección de Actores.
Lo que se refleja con estos primeros tres títulos publicados es que huye de la reiteración, busca hacer cosas diferentes, no encasillarse. Su debut en el mundo del cortometraje, Capgras, se centra en la vida de un padre de familia que tiene que lidiar con la enfermedad de su mujer, que padece el síndrome de Capgras o ilusión de los sosias, un trastorno neuropsiquiátrico que afecta a la capacidad de identificación del paciente. Esta enfermedad hace creer a quien la tiene que una persona, generalmente un familiar, es reemplazado por un impostor idéntico a esa persona.
Por su parte, Existir rompe completamente con lo anterior y se erige como un drama al uso en el que una madre, Lucía, lo pierde todo tras la muerte de su marido por sobredosis de drogas. Así, la cinta plantea la pregunta de qué hacer cuando pierdes todo lo que amas. Es un alegato a la defensa de la vida, de tu propia existencia, cuando no hay motivos tangibles para levantarse.