Adéntrate en el Pirineo Catalán y visita Durro, un pequeño tesoro en la provincia de Lleida que cuenta con dos impresionantes iglesias declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, además de su tradicional fiesta de fuego, una celebración única de la localidad. Junto a este valiosos patrimonio cultural y esta gran tradición festiva que tanto cautiva, Durro proporciona una tranquilidad y un silencio inigualables a todos sus visitantes, gracias a su situación geográfica privilegiada, rodeada de un entorno natural espectacular que invita a disfrutar de diferentes rutas de senderismo, paisajes impresionantes y emocionantes aventuras deportivas, lo que lo convierten en uno de los pueblos más bonitos de Cataluña.
Historia de un pueblo con raíces ancestrales
Los orígenes de Durro se remontan al siglo XI, cuando el pueblo dejó de depender del condado de Ribagorza para pasar a formar parte del de Pallars. Desde entonces, y durante toda la Edad Media, la villa perteneció a los condes de Erill, quienes mantuvieron su señorío hasta el fin del Antiguo Régimen. La primera mención documentada de Durro aparece en el año 1064, y su nombre, de origen vasco, podría derivar del nombre del avellano.
Hasta 1965, Durro fue un municipio independiente, pero posteriormente quedó integrado en el de Valle de Boí. Hoy en día, el pueblo conserva su gran espíritu rural, con un casco histórico lleno de calles empedradas, casas tradicionales de piedra y tejados de pizarra, que transportan al visitante a otra época.
El gran patrimonio románico de Durro
Uno de los mayores atractivos de Durro es su patrimonio arquitectónico, protagonizado por sus dos joyas románicas: la Iglesia de la Nativitat y la ermita de Sant Quirc. Estas construcciones han sido declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 2000, formando parte del conjunto de iglesias románicas del Valle de Boí.
La Iglesia de la Nativitat, construida en el siglo XII, destaca por su estilo románico lombardo. Cuenta con una gran torre campanario de cinco pisos y un retablo barroco en el interior, con un gran símbolo artístico que enamora a todos sus visitantes. Por tanto, es sin duda, una parada fundamental para todos los amantes de la arquitectura y la historia.
Por su parte, la ermita de Sant Quirc, situada a las afueras del pueblo y a 1.500 metros de altitud, ofrece unas vistas espectaculares del valle y de las montañas de la localidad. Esta pequeña capilla románica es un ejemplar perfecto de la sencillez y belleza del arte de la época.
Rincones fundamentales para visitar en Durro
Además de sus dos joyas románicas, que ningún visitante de la localidad debe perderse, Durro ofrece otros lugares de interés que han perdurado a lo largo del tiempo.
La Casa de Vila, actual sede del ayuntamiento, es un edificio construido en 1850. Ubicada junto a la plaza Mayor, ha sido declarada Bien de Interés Turístico por su importancia histórica y su papel central en la vida del pueblo.
Por otro lado, los amantes del senderismo y la naturaleza encontrarán en Durro un entorno privilegiado. Las numerosas rutas de senderismo que rodean el pueblo ofrecen la oportunidad de explorar y sumergirse en la belleza natural del Parc Nacional d’Aigüestortes i Estany de Sant Maurici. En este contacto con la naturaleza, se pueden elegir rutas de diferente dificultad, desde las más exigentes hasta las más suaves, además de una gran variedad de actividades deportivas.
Las fallas de Durro
Si hay una celebración que hace especial a Durro, es su fiesta del fuego, conocida como las fallas de Durro. Durante la primera semana de junio, el pueblo se llena de magia y tradición en una celebración única en la que el fuego representa y simboliza la purificación y el agradecimiento por las buenas cosechas.
La fiesta comienza al atardecer, cuando los hombres del pueblo descienden desde la ermita de Sant Quirc con antorchas de madera de pino encendidas, llamadas «fallas», creando un espectáculo visual impresionante que ilumina la montaña y el valle. Al llegar al pueblo, las antorchas se acumulan en una gran hoguera, donde se celebra con música, baile popular y una comida comunitaria.
Esta tradición, compartida con otros pueblos del Valle de Boí, tiene raíces ancestrales y ha sido reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco.