Parece existir consenso en que a punto de iniciar el segundo cuarto del siglo XXI la desinformación se ha convertido en la principal amenaza contra la vida en comunidad. El descomunal volumen de bulos, datos manipulados y teorías conspirativas que circulan a diario por las redes sociales, y a menudo también por los medios de comunicación tradicionales, dejó hace tiempo de ser un problema informativo para erigirse en un desafío al propio funcionamiento de la democracia.
Han pasado ocho años desde que el prestigioso ‘Diccionario Oxford‘ entronizó la expresión «postverdad» como término de 2016. Desde entonces, los ‘fake news‘, los ‘hechos alternativos‘ y las trolas más burdas y rebuscadas han dejado de ser exotismos que causaban hilaridad por lo excéntrico de sus planteamientos para convertirse en el aire que respiramos. Acaba 2024 y a estas horas miles de españoles creen a pies juntillas que el Gobierno esconde cifras de cadáveres supuestamente hallados en los garajes afectados por la dana, y en Estados Unidos han elegido como líder a un político que dice que los inmigrantes se comen a los perros y los gatos de los norteamericanos. Nunca tuvimos acceso a tanta información como ahora, pero esta nunca fue de peor calidad, ni la verdad convivió con tantas toneladas de mentiras como en los tiempos que corren.
Entre el asombro y la preocupación, el fenómeno ha sido objeto de análisis y estudio en estos años sin que a estas alturas de su desarrollo haya sido posible dar con una estrategia capaz de poner freno a la epidemia de desinformación que padecemos. ¿Es mejor ignorarla para no amplificar las mentiras que la alimentan o conviene legislar para pararla, si acaso esto es posible? ¿Las instituciones deben implicarse de forma activa o esta labor conviene mantenerla en manos de los ciudadanos?
Hoy hay mayor conciencia social del problema que entraña vivir rodeados de trolas, pero esto no ha impedido que su caudal haya seguido creciendo en los últimos años, y el que ahora termina ha sido fecundo en patrañas de todo tipo.
Manual de combate
En este contexto, el periodista y activista contra la desinformación Rubén Sánchez acaba de publicar un ensayo cuyo título ofrece una clara declaración de intenciones: ‘Bulos. Manual de combate’. En sus páginas relata una década larga batallando contra las mentiras y manipulaciones que le tocó rebatir desde FACUA, la asociación de consumidores de la que es secretario general, y, sobre todo, contra las infamias que le endilgaron en estos años, en los que fue acusado de manera infundada, pero con mucho eco en las redes sociales y en ciertos medios digitales, de ser un pederasta, un acosador, un estafador, un cocainómano, un defraudador de dinero público y el líder de una banda de sicarios.
Más allá de las batallas que ha venido librando en estos años contra agitadores de extrema derecha como Alvise Pérez, Javier Negre, Vito Quiles y Cristina Seguí, asociaciones turbias como Ausbanc y Manos Limpias, o portales digitales dados a la difusión de bulos como ‘Okdiario’ o ‘Estado de Alarma TV’, a los que llevó a los tribunales por propagar calumnias sobre su persona y les ganó en 25 ocasiones, el testimonio de Sánchez tiene el valor de proponer un plan para hacer frente a la marea de falacias que nos inunda.
«Esto es una guerra y debemos tomar conciencia cuanto antes para actuar en consecuencia. Es una guerra entre la verdad y la mentira, entre el bien y el mal, entre la democracia y el fascismo, y lo que nos jugamos es algo mucho más serio que un bulo disparatado sobre el Gobierno enviado por tu cuñado al grupo familiar de Whatsapp. Nos jugamos la convivencia», afirma.
En las guerras convencionales no vale ponerse de perfil sino que hay que librar batallas. En la que ahora se ha presentado tampoco sirve de mucho creer que los infundios son inocuos o se los lleva el viento, sostiene Sánchez. «Hay salir a desmentirlos. En el grupo de Whatsapp de amigos del colegio, en las redes sociales, en la comida familiar y en la barra del bar. Hay que señalarlos y tumbarlos con datos, y hay que difundir los mensajes que los desmienten. Todos podemos ser soldados en esta guerra, cada uno en su medida», propone. Su experiencia le dice que no vale cruzarse de brazos: «Si tu hijo cuenta bulos que ha visto en las redes sociales, tienes que entrar en esas redes para enterarte y señalarle las mentiras. Hay que conocer al enemigo para saber combatirlo», advierte.
El Gobierno acaba de anunciar una reforma legal para obligar a los influencers a reconocer y señalar en sus redes las mentiras que difundan. Se ha publicitado como «la primera ley contra la desinformación que se aprueba en España», pero Rubén Sánchez rebaja las expectativas. «Es un paso en la buena dirección, pero solo consiste en que las personas que cuenten con más de 100.000 seguidores en las redes estén acogidas al derecho de rectificación al que ya se acoge la prensa. No es una ley antibulos«, aclara. En su opinión, el problema que tenemos delante es de mayor enjundia. «Nos enfrentamos a un movimiento internacional antisistema y una industria de la mentira que utiliza los bulos para destruir nuestra democracia», avisa.
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