Parece existir consenso en que a punto de iniciar el segundo cuarto del siglo XXI la desinformación se ha convertido en la principal amenaza contra la vida en comunidad. El descomunal volumen de bulos, datos manipulados y teorías conspirativas que circulan a diario por las redes sociales, y a menudo también por los medios de comunicación tradicionales, dejó hace tiempo de ser un problema informativo para erigirse en un desafío al propio funcionamiento de la democracia. 

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