Día de los santos Inocentes o, como se llama en realidad, día de la Degollación de los Santos Inocentes. Aunque se ha convertido en un día lúdico, un día para gastar bromas, es una forma de enmascarar la realidad del origen de esta fiesta que es, sin nos atenemos a su contexto religioso, la conmemoración de una matanza, de un infanticidio cometido por el rey Herodes ante la supuesta profecía del nacimiento de un niño, Jesús, que acabaría siendo “rey de los Judíos”. Sangrienta conmemoración que se alude en el evangelio de Mateo, y de la que no hay referencias documentales históricas.

Sea como fuere, poca broma ante el recuerdo de una masacre infantil, real o figurada, que puede tomar cuerpo hoy, en esa misma tierra, entre los miles de niños palestinos víctimas de la guerra, y los otros muchos niños judíos asesinados durante la incursión que la provocó, en sus propias casas. Recuerdo que, durante mis veranos en pareja en una casa de Alhaurín, conocí a una señora mayor, a la que llamaban “Dego”, diminutivo que escondía su nombre: María Degollación de los Santos Inocentes, porque tuvo la mala fortuna de nacer el 28 de diciembre, y era costumbre poner a los niños el nombre del santoral del día. Menuda inocentada. Se toma a broma muchas cosas y es verdad que el humor, sirve para aligerar el dolor y destensar situaciones complicadas. Sin embargo, las razones y palabras por las que se mata, o que se usan mientras se mata a alguien, máximo ejercicio de deshumanización de todos, son tan importantes y significativas como el hecho en sí.

Entre tanta lucecita de colores, tantos buenos deseos y felicitaciones, el mal y la maldad siguen prosperando, ejerciendo sus actos. Decía el maestro del suspense Alfred Hitchcock que “la peor forma de matar a alguien era aquella en la que ni siquiera tienes que tocarlo”. En tiempos de relatos ambiguos, de listas negras, de la cultura de la cancelación, hay formas de matar civilmente a la gente que se están ejerciendo hoy, pero ese es otro tema por tratar. Tratemos las espantosas muertes literales con las que nuestra sociedad sigue conviviendo.

Entre tanto barullo político y después festivo ha pasado pronto a segundo plano el final del juicio por el brutal asesinato del joven Samuel Luiz. Durante las conclusiones, el abogado de la acusación popular en el juicio por el crimen, Mario Pozzo-Citro, aseguró que «lo que te gritan cuando te matan es importante» y lo mataron «al grito de maricón». Exactamente eso, según cuentan los testimonios, sucedió durante el fusilamiento de Federico García Lorca, del que se ufanaban los asesinos de “haberle dado el tiro de gracia en el culo por rojo y maricón”. Casi cien años desde entonces y las mismas razones criminales. Pozzo-Citro, que representaba a la asociación por los derechos LGTB Alas A Coruña, argumentó que a Samuel «le leyeron la pluma y los legitimó para atacarlo en superioridad numérica y física». «Sin lugar a dudas, cuando nos matan, lo que nos gritan, al matarnos, tiene mucha importancia. Marca qué es lo que está pensando la persona o qué es la persona», aseguró antes de recordar que su muerte se produjo «al grito de maricón».

En su opinión, «Samuel murió por el hecho de ser lo que quisiera ser» y con su muerte se produjo «una ruptura en la sociedad, una ruptura de la confianza y una ruptura de la convivencia». La abogada de la acusación particular, Esther Martínez, que representaba a la familia de Samuel Luiz, ha recordado que fue «insultado, perseguido, acosado y aterrorizado» hasta la muerte, a pesar de que, tras escuchar a los cinco acusados, «parece que ha venido un ángel del cielo, le ha reventado la cabeza a Samuel y ha desaparecido, y no es así». Algunos de los acusados incluso se permitieron colgar en redes raps de chanza sobre la muerte de Samuel, con contenidos denigrantes, homófobos y machistas. Uno de los estremecedores informes forenses destaca que, uno de los golpes mortales, corresponde a uno de los tacones de las chicas que también participaron en el linchamiento, que entró por una de las sienes del inocente Samuel Luiz. Quisiera desear, a pesar de mi agnosticismo metódico, que el infierno exista para alimañas como esas.

Hace sólo una semana, en la cosmopolita Madrid, a la salida de un teatro, el periodista Carlos Díaz y su novio Nacho fueron insultados y atacados por ir juntos, y manifestar su afecto como pareja. Gritos, incultos y agresiones parecidas, por no decir idénticas a las que sufrió Samuel Luiz, aunque, afortunadamente, no con el mismo resultado. Algunos sabemos lo que es sufrir la agresión de esas miradas, de esas palabras, de esos golpes de extraños e incluso desde nuestra propia familia, mejor dicho, parientes. Sabemos el dolor emocional, más que físico que provoca, y la desconfianza en una sociedad con la que nos hemos comprometido para hacerla más grande y plural. La legislación en los delitos de odio debe tener una condena más dura, antes de que lleguen a los crímenes deleznables de los inocentes como Samuel Luiz porque, efectivamente, lo que nos llaman al acosarnos, al denigrarnos, al rebajarnos profesional, humana y personalmente, es importante. Porque esos insultos son las primeras piedras, los primeros golpes antes de causarnos la muerte.

 

Fuente