Dejar de ser «un herbívoro», en un contexto internacional dominado por las potencias «carnívoras». Semejante frase, atribuida a Josep Borrell, antiguo vicepresidente de la Comisión Europea y alto representante de la UE para la Política Exterior, parece resonar con fuerza en los pasillos del Parlamento Europeo tras las elecciones europeas de junio. La UE, una comunidad supranacional denominada en sus inicios Comunidad Económica Europea y que por aquel entonces, en los años 50, buscaba simplemente fomentar la integración económica mediante la creación de un mercado común y una unión aduanera, se dispone a dar un salto cualitativo en su integración, quizás uno de los más decisivos en su medio siglo de historia: crear una suerte de pilar de defensa común –la denominada ‘Europa de la defensa’– que permita a los Veintisiete asumir progresivamente su seguridad y protección en su entorno inmediato, y disuadir potencialmente en el futuro de un posible ataque a la Rusia de Vladímir Putin, convertida ya, sin fecha de caducidad, en una potencia abiertamente hostil en su frontera oriental.

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