Tampoco el 2024 ha sido un buen año para el Real Zaragoza. El comienzo fue malo y el final no ha sido mucho mejor, con un equipo inmerso en la crisis que suele envolverlo todo por estas fechas y con la ilusión y la esperanza del verano convertidas en desazón y desencanto apenas unos meses después.
Institucionalmente, el año transcurrió sobre la dicotomía habitual entre la buena salud económica del club y la falta de correspondencia con el rendimiento deportivo de un equipo que, de nuevo, salvó el pellejo por los pelos después de hacer equilibrios sobre el abismo.
Y eso que el 2024 comenzó con cierto atisbo de esperanza. Julio Velázquez, la primera elección propia de Juan Carlos Cordero para asumir las riendas del equipo, frenó la caída de un Zaragoza al que Escribá, destituido en noviembre del 23, dejó hecho unos zorros. Tras un estreno con derrota en Albacete, Velázquez enderezó el rumbo y acumuló ocho jornadas consecutivas sin perder, lo que mantenía a la escuadra aragonesa con opciones a soñar. Pero, a partir de febrero, todo se fue al garete. También el técnico, que duró hasta marzo, cuando la propiedad volvía e echar mano de Víctor Fernández. Cordero, marcado ya por la fallida elección de Velázquez, y el todavía director general Raúl Sanllehí pregonaban a los cuatro vientos que era la única opción sobre la mesa en una presentación oficial del entrenador que dio la vuelta al mundo por las lágrimas que llevaron al técnico a abandonar en dos ocasiones la sala de prensa.
A esas alturas, esquivar la tragedia ya había pasado a ser, otra vez, el único objetivo. Y Víctor cumplió, pero el enésimo batacazo le costó el cargo a Sanllehí. «Reconozco estar exhausto y desgastado y, aunque no creo ser el problema, sí sé que no quiero serlo. Si dando un paso al lado puedo acercar en algún modo la consecución del gran objetivo final de este club, lo hago sin dudar», escribió en su despedida, recién inaugurado junio, el catalán, cuyo adiós desprendía cierto aroma a cargo reservado en otro sitio. Efectivamente, apenas dos semanas después era nombrado presidente de Operaciones del Inter Miami de Jorge Mas.
La enésima crisis institucional se saldaba con un incremento de poder del consejero Mariano Aguilar (también de Emilio Cruz, ambos íntimamente relacionados con el Atlético de Madrid), la llegada a la dirección general de Fernando López, procedente del Ottawa (la franquicia colchonera en Canadá) y la continuidad de Víctor en el banquillo. El técnico, como había quedado acordado cuando llegó, compartiría con Cordero el diseño de la futura plantilla formando una conexión en la que podrían saltar chispas.
López ni siquiera fue presentado oficialmente, en otras de las extrañas e impropias decisiones adoptadas por el club. Un encuentro informal con los medios de comunicación y un vídeo en el que Alberto Zapater ejercía de anfitrión para explicarle al madrileño la idiosincrasia del zaragocismo fueron los elementos de juicio para la afición acerca del madrileño. Pero López, con mucho menos carga ejecutiva que su antecesor, pasaría a ser recordado por una frase pronunciada en uno de los actos lúdicos traídos desde Canadá celebrado en vísperas del inicio de la temporada. «Es hora de que nos quitemos la careta y hablemos las cosas claras y transparentes. El ascenso es el primer objetivo que tenemos todos para esta temporada», aseveró. Era la primera vez que desde el club se señalaba tan claramente el objetivo.
Buena salud societaria
Societariamente, el club sigue creciendo. La última Junta General de Accionistas aprobó una nueva ampliación de capital (la cuarta desde que llegó la actual propiedad) por compensación de créditos de 12,131 millones de euros para que el capital de la SAD pase a ser de 44,985, es decir, siete veces más que cuando los actuales dueños se hicieron con la entidad.
De este modo, Real Z LLC, la sociedad que adquirió el club en mayo de 2022, incrementaba por encima de los 52 millones de euros su aportación a un club, cuya deuda actual está por debajo de los 49 millones.
Pero ese contraste entre la buena salud económica y los continuos achaques en el plano deportivo continuó a lo largo de todo el año. Y eso que el comienzo, como había sucedido el año anterior, fue prometedor. Tras un verano intenso marcado por la profunda remodelación (se realizaron 13 fichajes) de una plantilla de la que los jugadores que le servían a Víctor se contaban con los dedos de una mano, el Zaragoza empezaba la campaña como un tiro. Goleada (0-4) en Cádiz para empezar, remontada en Cartagena, empate en Anduva (el club pidió jugar las tres primeras jornadas fuera por las obras en La Romareda) y otro repaso al Elche (3-0) instalaron arriba del todo a un conjunto aragonés que volvía a aparecer entre los máximos candidatos al ascenso. Ese estreno en casa, por cierto, pasaría a la historia como el primer partido que se disputaba ya sin el fondo sur de La Romareda. En su lugar, una lona camuflaba las obras del estadio. Los abonados de esa zona se repartieron, en algunos casos, por otras áreas. Otros se dieron de baja, algunos pagaron para mantener su asiento aun sin ir al fútbol y muchos hicieron llegar su malestar al club, que, por cierto, hizo pagar entre 30 y 100 euros (entre un 13% y un 17,5% de subida) a más de 17.500 socios por renovar su carné.
Pero, a partir de la quinta jornada, las cosas se empezaron a torcer. El Zaragoza aguantaba arriba, pero las lesiones de jugadores importantes (Keidi Bare y Soberón, principalmente) redujeron las prestaciones de un equipo que se fue cayendo poco a poco. La historia se repetía respecto al año anterior. La Romareda, que había visto ganar a los suyos los dos primeros encuentros en casa, asistía a tres derrotas consecutivas para devolver al Zaragoza a la senda marcada en las últimas temporadas como local. Y eso que Víctor había prometido que aquello se había acabado.
Y llegó la crisis. Siete partidos sin ganar le costaron el puesto al técnico aragonés, que, desesperado al no encontrar soluciones, presentó una dimisión que sorprendió a propios y extraños. «El escudo no le pertenece a nadie, aquí no hay víctimas», dijo el presidente Jorge Mas en una visita que no fue como esperaba. David Navarro, su segundo, asumió el cargo de forma interina ante el Racing de Ferrol y el equipo sacó adelante un partido que acabó con pelea entre los entrenadores.En Nochebuena, el club cerró el acuerdo con Miguel Ángel Ramírez, que afronta la segunda parte del curso con el mismo objetivo que cumplió la pasada campaña en Gijón: alcanzar un playoff del que ahora está a cuatro puntos.