El auge del pop y el rock de guitarras ha sido una de las tendencias llamativas de este año, proyectado ahora en este balance, que refleja otras líneas estilísticas: electrónica, neo-folk, experimentación… Repasamos los mejores 10 álbumes nacionales del año.
Álbum convulso, con peso y capas de guitarras que dan impulso a una ‘gran ola’ emocional. Alejándose del imaginario del sonido ‘Americana’, la cantante y guitarrista de Vic sacude y reconforta con un vibrante cancionero para momentos de crisis.
Herencia tradicional rediviva, la de este debut de los hermanos Hernández, que recorren el folclore de la huerta murciana y acuden a seguidillas, boleros y parrandas con sentimiento, liturgia y ánimo vanguardista de la mano de Raúl Refree.
Veteranos (¿visionarios?) de un pop de guitarras que hoy cotiza al alza, estos navarros atrapan con su don melódico avasallador, cantando a la espuma de los días y las noches con su dupla vocal y miradas extramuros a la fanfarria y el krautrock.
Salto mortal de la mallorquina, que pasa de cantautora a diva ‘clubber’ sin vender su alma al diablo. Sigue sonando a Maria Jaume, igual de melancólica (con vistas a un pasado pre-turístico no vivido), y ahora envuelta en tramas de ‘beats’.
Un debut en solitario que lleva el patrón de Manel a puertos aventurados en canciones pop de tendencia alambicada, manejando resonancias trovadorescas con electrónica ‘minimal’ y mirando tanto a la vanguardia como al espíritu de la tuna.
Ética punk en llamas en un álbum que es la banda sonora del colapso sistémico. Con airadas diatribas contra la gentrificación, la explotación laboral y la mano invisible del mercado. Catártico, pero con pulso pop, e himnos a cara descubierta.
Judeline es la jerezana Lara Fernández, y ‘Bodhiria’, la pasarela hacia una ensoñación andalusí hecha de pop electrónico sinuoso en roce con pistas de folclore latino, r’n’b brumoso y guiños árabes, hebreos, caló. Un insinuante peliculón.
El dúo del prodigio: Marta Torrella y Helena Ros cruzan sus voces con tratamientos electrónicos quirúrgicos en un cancionero hecho de historias y leyendas ancestrales, con el nexo común de un destino trágico. Espejo de ayer y de siempre.
Del cruce de la herencia pospunk y la chulería del rock de barrio sale este debut arrollador y descarado, portador de una mística propia (esa Ciudad Lineal) y con cargas de acidez social. Difícil resistirse a su sencilla y peleona ‘vida cañón’.
Más guitarras en lo alto del podio. Cabreo punk y dinámicas pop, urgencia, giros emotivos, texturas prietas y fondo lírico acusatorio, en nombre de una generación que encadena crisis sin vislumbrar el final del túnel. Canciones en modo ‘de perdidos al río’ que conmueven invocando su autoproclamado ‘nihilismo vitalista’.