El uso de las tecnologías que hacen los niños y adolescentes se ha convertido en un tema central para las familias, el profesorado y la sociedad en general. El informe Infancia y adolescencia en entornos digitales, elaborado por la Fundación Orange y Save the Children en colaboración con GAD3, y basado en entrevistas a más de 2.500 personas y con la participación de 17 expertos en la materia, arroja una serie de conclusiones realmente interesantes y esperanzadoras, ya que el 93% de los adolescentes considera que debería modificar sus hábitos digitales y entre las principales medidas propuestas por ellos mismos se encuentran reducir el tiempo de conexión (54%), aumentar la práctica de actividades físicas (39%) y evitar dormir cerca de dispositivos digitales (34%).
«Según los datos que muestra el estudio, la mayoría de los adolescentes encuestados tiene claro que necesitan un cambio en sus hábitos digitales y es un dato muy esperanzador», destaca la psicóloga Vanesa Hernández, CEO de Norba Psicología. «Comienzan a ser conscientes del daño que puede suponerles el abuso de la tecnología, en términos de un mayor sedentarismo, excesivo tiempo de conexión y la exposición a información falsa. La experimentación en sus propias carnes del tiempo que le sustrae para actividades saludables y necesarias como el deporte o dormir, o el potencial adictivo de la misma, pueden estar en la base de este cambio. Además, la mayor concienciación a nivel de sociedad sobre el exceso de tiempo que se invierte en tecnología ha contribuido también a este cambio», subraya en su valoración.
«En rasgos generales, considero que los adolescentes están más concienciados y sensibilizados en cuanto a los hábitos de uso y riesgos que acompañan las tecnologías. Esto se debe en gran parte a una mayor formación y sensibilización desde los centros educativos, dirigida tanto al profesorado como al alumnado», subraya Ainoa Míguez, pedagoga especializada en Psicología Educativa.
«Al mismo tiempo, destacaría las metodologías activas y participativas que se están llevando a cabo en los centros educativos, trabajando la temática de forma práctica, mediante proyectos o actividades que posibilitan una transferencia de los conocimientos a la vida real, sin quedarse anclados en lo puramente teórico», comenta.
Influencia de las redes
Por otra parte, destaca que «la influencia de las propias redes sociales también es positiva, porque son muchos los influencers de éxito y profesionales de éxito del campo de la psicología y la educación que sensibilizan diariamente sobre los riesgos de un mal hábito en el uso de las tecnologías, exponiendo situaciones reales de acoso mediante redes, experiencias de adicción, etc. Este tipo de contenidos ejercen una mayor influencia en la adolescencia al proceder de figuras que son consideradas como sus referentes».
Por su parte, Rocío Álvarez, directora de Escuela de Emociones, maestra y terapeuta, apunta que «los adolescentes y los niños muchas veces son mucho más conscientes que los adultos de la realidad». «Yo imparto talleres dentro del aula con alumnado tanto de Primaria como de Secundaria y una de las cosas que más sale, y lo que más les molesta, es que los adultos están casi siempre con el móvil y no se sienten escuchados», destaca. El informe también indica que el 14% de adolescentes considera que los adultos usan más el móvil que ellos, con una media de entre 4 y 5 horas al día. ¿Estamos siendo un mal ejemplo para ellos cuando luego todas las medidas que les imponemos son restrictivas y de prohibición? «Sin duda alguna», responde Vanesa Hernández, que considera que es «algo bastante generalizado». «Pero es cierto que parte del uso que hacen los padres puede ser por motivos laborales, no son inmunes al potencial adictivo de las tecnologías y podemos estar haciendo un mal uso de ellas. Conviene como padres hacer una reflexión autocrítica», expone.
«Muchas veces situamos el peligro y riesgo de un mal uso de las tecnologías únicamente en la juventud, sin pararnos a pensar en que este también tiene diversidad de consecuencias negativas en la adultez», reflexiona Ainoa Míguez. «Por muchos esfuerzos que se hagan desde los centros educativos, si no damos ejemplo desde el entorno familiar y si no remamos todos en el mismo sentido, difícilmente podremos exigir un uso consciente y saludable por su parte. Se trata de ser conscientes de la necesidad de establecer límites y hábitos de uso saludables, es decir, sensibilizarnos nosotros mismos en la importancia de que seamos nosotros los que controlamos la tecnología, no la tecnología a nosotros», incide. También indica que es clave «no utilizar las tecnologías como un chupete tecnológico, es decir, para evitar gestionar situaciones complicadas, durante las comidas fuera de casa, viajes o actividades en el exterior…». «De esta forma, estamos desconectándolos del mundo que los rodea y mandándoles el mensaje de que es normal el uso de las tecnologías en ese tipo de situaciones», puntualiza.
«Hay muchos informes y estudios que hablan sobre la diferencia entre el placer y la felicidad. Y con muchas de las tecnologías (pantallas, videojuegos…) lo que realmente se está potenciando es el placer, que es visceral, de corta duración», expone Rocío Álvarez, que constata que los adultos «no predican con el ejemplo». «Lo ven constantemente en todas partes, en casa, en la calle, en las aulas… Y sienten que les están tratando injustamente porque la prohibición no tiene sentido, lo que hay que hacer es educarlos en un buen uso del dispositivo», apunta. «El dispositivo forma parte de la realidad, lo importante es el uso que haces de él», resalta.
Adicción a las pantallas
Rocío Álvarez destaca que «la OMS catalogó la adición a las pantallas como enfermedad en 2018, antes de la pandemia». Disminución de la capacidad de concentración, necesidad de gratificación instantánea, dificultades habilidades sociales o para desarrollar habilidades de espera o aburrimiento, menor gestión emocional o problemas de atención en los estudios son algunas de sus consecuencias. «Esto hace que la dopamina y serotonina no funcionen de una manera equilibrada y no sean capaces de gestionarlo correctamente», advierte.
Por otra parte, el 62% de los menores del informe asegura entender bien qué tipo de información comparte en las plataformas digitales. Sin embargo, más de la mitad de los adolescentes y adultos afirma no conocer cómo proteger su información personal en internet. Además, un porcentaje muy elevado reconoce no saber diferenciar información falsa en el entorno digital. Aquí, el mayor riesgo, según Míguez, «tanto para la juventud como para la adultez, es la falta de conciencia sobre el tipo de fuentes de información a las que accedemos. Vivimos en el mundo de la sobreinformación, pero también de la falta de reflexión y análisis de esa información».
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