La Navidad siempre ha sido una época de alegría. Bueno, casi siempre. En nuestro país sin ir más lejos ni siquiera en estas fechas había razones para sonreír entre 1936 y 1939. Sin embargo, hubo unos pocos que intentaron poner buena cara al mal tiempo. Lo cierto es que las treguas de Navidad no eran nuevas, pues ya se habían llevado a durante la I Guerra Mundial, en 1914.
A raíz de ello, en España también se produjeron episodios de alto al fuego dignos de mención. Algunos de los más llamativos fueron los partidos de fútbol clandestinos que se desarrollaron en plena Guerra Civil. En este marco también se hizo la ‘vistas gorda’ para que algunos soldados pudieran visitar a sus familiares.
Uno de estos capítulos de la historia ha quedado reflejado en un documento oficial del Ministerio de Defensa de la República. Tuvo lugar en Valfogona de Balaguer (Lleida). En ese encuentro se cuenta con crudeza cómo un soldado le dice a otro (habían quedado cuatro) que iban a iniciar una ofensiva, para que pudieran retirarse si no querían ser víctima del ataque. El otro respondió que lo único que quería era el fin de la guerra.
La tregua de Nochebuena
A estas anécdotas se suma otra que tuvo lugar el mismo día de Nochebuena, Está recogido en el seminario socialista La lucha de clases y la información detallada puede consultarse aquí y en el diario ABC, que recupera el hecho.
La escena, propia de una película o de la literatura, tuvo lugar el 24 de diciembre de 1936, siendo ésta la primera Nochebuena que coincidía con el conflicto bélico. Tuvo lugar en el monte Kalamua, en la frontera entre Vizcaya y Gipúzcoa.
El capítulo fue fielmente retratado por el pamplonés José Goñi Urriza, afiliado socialista de entonces quien, más tarde conseguiría salir de un campo de refugiados con la colaboración de Pablo Neruda. Goñi cuenta cómo esa mañana del mes de diciembre se sucedieron los diálogos de una a otra trinchera en un tono de amistad, como si allí no pasara nada, aunque cada día pasaba, y demasiado. Con todo, en esa fecha las armas, al menos en esta zona del mapa, callaron al grito de “no disparéis”.
Los sublevados se sentaron, los milicianos los imitaron. Goñi reflejó muy bien el miedo que existía en aquellos años, pues cuando en el paisaje empezó a dibujarse la niebla, la desconfianza surgió. Fue él, precisamente, quien elevó el tono y a gritos dijo a los requetés que todo podía seguir bien, presentación mediante, ya que era conocido también en las otras filas. A continuación, se intercambiaron los diarios. Hubo quienes se ofrecieron a llevar una carta a la madre del protagonista de estas líneas. Bebieron vino e intercambiaron cigarrillos.
La tregua duró eso. Un día. Suficiente para confiar en que las cosas podían dar un giro en algún momento. Insuficiente para que éste ocurriera, pero reseñable, sin duda. La despedida también fue cordial, como si de dos equipos de fútbol que acaban un partido se tratase. Pero aquello no era ningún partido, era la guerra. El que un año después sería designado secretario general de Industria del Gobierno provisional vasco pidió a sus, acto seguido, nuevamente enemigos que leyeran el discurso del presidente vasco en el que apelaba a las creencias religiosas que compartían.