Hoke está de vuelta, y con él, el rap. Tras dos años de silencio casi monástico, el artista valenciano regresa con Tres Creus, su esperado segundo álbum. Diez pistas divididas en dos partes, Cara A y Cara B, y un elenco de colaboraciones que incluyen a artistas de la talla de Quevedo, Morad, Ébano y Ergo Pro. Para los que lo esperan, la receta está servida: pillen la hierba más exótica, el ron más caro, ajusten la cremallera del North Face hasta arriba y suban el volumen de los cascos. Se vienen curvas.
Pero, más allá de debates superficiales sobre si Tres Creus es el disco del año o si Hoke es una suerte de nuevo mesías del rap, lo que realmente resalta es una verdad que a menudo se nos escapa: el rap español está en su mejor momento. Y Hoke, con su estilo único, es uno de los más sólidos exponentes de esta época dorada. El regreso tras dos años de ausencia y la capacidad para dejar huella en la industria del rap con su vuelta son prueba de la talla de este artista. Porque, para poder reaparecer tras un silencio tan prolongado y, en vez de diluirse en la masa, conseguir arrastrar nuevamente toda la atención, hay que ser extraordinariamente bueno. Y Hoke lo es.
Con Tres Creus, el reto era mayúsculo. El debut con BBO (2022) había sido una obra que tocaba el cielo, un debut que muchos consideraron casi inalcanzable en su grandeza. Un álbum que se presentó como un referente inmediato en el rap español, un trabajo de culto que, como una obra maestra en el cine o el deporte, se mantiene como un logro único. Como Magic Johnson arrasando en las finales en su año de rookie. Como Pelé presentándose ante el mundo con 17 años. Hazañas reservadas a unos pocos elegidos.
En ese contexto, la presión para Tres Creus era evidente. Mantenerse en la cima después de un debut tan imponente es un desafío titánico, y a veces, la tentación de seguir la misma fórmula parece inevitable. Sin embargo, si alguien pensaba que Hoke iba a tomar el camino fácil, es que no ha entendido su esencia. Porque Hoke no solo hace música, él la diseña con tal meticulosidad que cada pista parece estar pensada, planeada y ejecutada sin lugar a lo casual. No hay espacio para la improvisación en su mundo musical.
A pesar de esta ambición por seguir un camino propio, Tres Creus no es un desmarque radical de su primer álbum. Hay un claro eco de BBO en este nuevo trabajo: la producción minimalista y oscura, las canciones cortas, casi íntimas, como un susurro ASMR que nos envuelve, los cantos gregorianos, las analogías con la marihuana… Al igual que su predecesor, Tres Creus dura algo más de 20 minutos, una duración fugaz pero contundente. Un disco que llega, corona y se va. Cortita y al pie. ¿Para qué más? Llegar, coronar e irse. Como Romario optimizando el tiempo en la cancha para no perderse los Carnavales. Los jugones y sus delirios de grandeza.
Hoke y su all-star lírico: la producción como pilar de ‘Tres Creus’
En cuanto a la métrica, la letra y la lírica, Hoke vuelve a demostrar que juega en una liga aparte. Y lo hace no solo con su característica destreza, sino también con un cambio de equipo. Si en BBO la magia surgió de la mano de Luis Amoeba, en Tres Creus se desprende de él para rodearse de lo más selecto de la producción musical en el rap. Artistas como Lex Luthorz, A. Dense, PMP, Gese Da O, Saint Lowe, Nuviala, Steve Lean, Allan Parish e Hyperlink se encargan de crear una atmósfera sonora que no solo acompaña, sino que eleva las letras de Hoke a un nivel superior. Es un verdadero “all-star” de la producción musical, un equipo formado por los nombres más influyentes de la escena. Si BBO fue una obra maestra, Tres Creus es la confirmación de que Hoke sigue dominando el juego, pero con un enfoque renovado.
En la lírica, Hoke vuelve a hacer gala de su capacidad para jugar con los códigos, los juegos de palabras y las referencias, ofreciendo el festival lírico al que nos tiene habituados. Su habilidad para entrelazar significados, hacer alarde de doble sentido y guiños a la cultura popular es una de las características que lo distingue. Es duro como un gancho al hígado de Gervonta Davis, una patada voladora de Mirko Cro Cop, chulo como McGregor tumbando a Aldo con la guardia baja, el carisma de Jon Jones, el corazón de Usyk. Cada verso es un enigma, un rompecabezas de ideas que requieren atención y paciencia para ser descifrados. Y en Tres Creus, no lo hace solo: se rodea de voces que enriquecen aún más el paisaje sonoro y conceptual del disco. En este sentido, a destacar dos colaboraciones: Quevedo, que da un golpe en la mesa después de un año convulso, y Ébano, que para variar la vuelve a romper con un lirismo que encuentra en Hoke un cómplice perfecto para jugar en otra dimensión.
Hoke no solo confía en su talento, sino también en su legión de seguidores, un ejército de fans que le son leales, como el muro amarillo del Borussia Dortmund. Es la seguridad de saber que tiene una base sólida que lo respalda, una base que se extiende más allá de la música, que lo apoya en cada paso que da. Como lo dijo Gata Cattana: “10.000 oyentes bien usados son un ejército”.
Por último, el concepto de Tres Creus es sencillo, pero se despliega en capas de significado que invitan a la reflexión. Hoke juega con la simbología de la Santísima Trinidad, tomando las tres cruces para representar los pecados y penitencias que debe cargar en su viaje dentro de la industria musical. Sin embargo, lo más fascinante de su obra no es una explicación directa, sino el acto de escucharla en su totalidad, dejándose llevar por cada verso, cada referencia. Es en la experiencia de sumergirse en el álbum donde realmente cobramos conciencia de lo que está en juego, y somos nosotros, los oyentes, quienes debemos desentrañar el significado profundo que yace oculto tras las metáforas. Como un rompecabezas que solo cobra sentido cuando se encajan todas las piezas.
Yo ya me he puesto muchas marcas y ninguna me abriga
Yo ya maté a todos mis dioses, que Dios los bendiga
No siento nada en la barriga en el pico de mi vida
Ni en una tienda sacando zafiros de la vitrina