Era el desplume de la incongruencia dejándola desnuda, a la intemperie, a piel vista de toda su inoperatividad y carencia. Que en Mallorca no se pudiera sacrificar un pollo en condiciones, es decir con garantías sanitarias y sin perforar el bolsillo del productor, viene a ser casi igual que el no poder llevarse un mendrugo de pan a la boca. Son contrasentidos del mundo y la sociedad moderna. Claro que, de no llegar tanta carne de ave empaquetada desde fuera, las cosas serían más consecuentes y comprensibles. De momento, esta Navidad no hay pollo de granja isleña. Sin embargo, se vuelven a oír cloqueos de esperanza.

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