Cada vez que Mónica -nombre ficticio para evitar ser reconocida- daba unas pocas monedas o algo de comida a Moussa cuando éste pedía limosna a las puertas del supermercado, jamás se le pasó por la cabeza que el devenir la llevaría a vivir en la calle, al raso, como desde hace años vive aquel hombre de mirada triste pero con el salero de un antiguo bailarín y drag queen que durante años alegró las noches a miles de turistas en los espectáculos hoteleros. Mónica ayudaba a Moussa porque se compadecía de su situación: su mundo se reduce a una chabola de unos pocos metros cuadrados donde guarda los pocos objetos y ropa que aún conserva y que le recuerdan mejores etapas de su vida. Hace tres meses, un problema familiar llevó a Mónica sin recursos ni trabajo a vivir en la calle, y allí se encontró a Moussa, quien ahora, fiel amigo, le devuelve el calor y el cariño que ella de brindó tiempo atrás. «La vida aquí, ¿cómo se lo cuento? Esto es un infierno. Como mujer he pasado en la calle lo que no está escrito, me han acosado», sostiene.
Ambos forman parte de un colectivo de cientos de personas que duerme en la calle en distintos puntos de San Bartolomé de Tirajana y en asentamientos chabolistas que están creciendo cada vez más en los barrancos de El Cañizo y La Fuente -en el entorno de El Veril-, en El Pajar, en Calderín y en puntos aislados como pequeños puentes ubicados en el barranco de Playa del Águila, la trasera del Mercado de Maspalomas o playas de difícil acceso. En estos espacios duermen personas de perfiles muy variados, pero con una alta vulnerabilidad: a unos la falta de empleo y la emergencia habitacional los ha dejado sin opciones y los ha empujado a la calle, mientras que otros, en su mayoría, son víctimas de un entorno social complicado, las adicciones al alcohol y las drogas y las enfermedades psiquiátricas. Frente al turismo de masas y el crecimiento económico, miseria y necesidad a los pocos metros.
Ayuntamiento y el Gobierno acuerdan elaborar un censo de personas que viven en la calle y chabolas
Mónica, natural de San Fernando, llegó a la calle en septiembre después de un problema familiar que implicó una orden de alejamiento. «Tengo mucha familia que me ayuda como puede, pero no tengo dónde ir», señala. Duerme y malvive en una chabola detrás del mercado municipal, donde se ha establecido un pequeño asentamiento de unas cinco casetas donde vive una docena de personas y donde llegó porque se lo mencionó un amigo al salir del calabozo. «Si no llega a ser por ese amigo que me ayudó, yo no estaría aquí; no sabía dónde ir y tenía pensado quitarme la vida», relata, una idea que gracias a los compañeros de las chabolas ya se ha quitado de la cabeza. «Gracias a ellos; están en la calle pero tienen un corazón de oro». Mónica no tiene ingresos ni trabajo, por lo que, afirma, ya entregó en Servicios Sociales la documentación para ir a orientación laboral. «Pero con estas pintas, ¿quién me va a dar trabajo?», se lamenta, y eso que tiene experiencia en limpieza y se ha formado como jardinera, peón forestal, cuidadora de pacientes con alzhéimer, monitora de comedor y ayudante de transporte escolar.
«Si no como, pues nada»
En la chabola las horas no pasan. «Me levanto cada día y estoy viva, solo pienso en mi madre y mi hijo y eso me mantiene», relata con la mirada triste de una joven de 34 años que si tiene para comer, bien, «y si no pues nada». Y cuando come es con la ayuda de su novio, quien le lleva comida y se queda con ella, pero no puede ofrecerle alojamiento porque su familia no la conoce. «Yo estoy en la chabola cuando no tengo fuerzas o cuando me siento mal, porque normalmente desde por la mañana salgo a buscarme la vida, a los Servicios Sociales a informarme o a casa de mi tía», expone, «necesito entretener la mente porque si me quedo aquí me vuelvo loca. ¿Por qué no nos meten en un albergue? Somos personas, no somos malos, esto es una injusticia».
Junto a ella, en el asentamiento, está Moussa, un senegalés de casi 50 años que llegó a Gran Canaria en 1995 «en un avión de Iberia», remarca, y que durante años se dedicó a bailar en los espectáculos nocturnos de los hoteles. Tenía trabajo y vivía en una casa, pero problemas de salud en un brazo y una pierna con movilidad reducida lo dejaron sin empleo y acabó en la calle hace cinco años.
Duerme en una caseta con estancias divididas y que comparte con otras personas, y en su haber tan solo tiene unas pocas prendas de ropa, una maleta, una pequeña cocina, una colchoneta y la compañía de una gata. «El Ayuntamiento no ayuda en nada, he pedido ayuda pero no la consigo», señala incapaz de contener las lágrimas, «somos personas, no somos animales ni esclavos». «Otras personas roban, pero yo no quiero hacer esas cosas, yo quiero trabajar, ¡eso me gusta, trabajar!». Moussa recoge agua para asearse en un parque cercano, al que le cuesta acercarse debido a su movilidad reducida, y come con la ayuda de José Miguel, otro residente en una de las chabolas. «José es mi hermano», expresa.
José Miguel, de 38 años, fue el primero que comenzó a levantar una chabola en la trasera del mercado. Natural de Santa Lucía de Tirajana, llegó allí hace un año, aunque lleva ya siete viviendo en la calle, donde llegó después de sufrir problemas familias y de salud que le impidieron seguir trabajando como pedrero. «Intento buscar una casa, pero es imposible, los alquileres están muy caros», señala, y solo recibe un subsidio que no llega a los 500 euros por su hija y que se agotan con los gastos de manutención. «Ahora intento empadronarme en San Bartolomé de Tirajana a ver si puedo encontrar un trabajillo», sostiene, «ahora trabajo días sueltos, pero ya no puedo dar ni un martillazo».
José Miguel no solo se construyó su chabola con tablas de madera, telas, bolsas y edredones, sino que también ayudó a otros compañeros a levantar las suyas con materiales que recogen de la basura. Y tampoco le alcanza el dinero para la comida. «Me dan comida de emergencia en Cáritas o Karuna; Paco [representante de la ONG Karuna] se está portando muy bien conmigo», explica, al tiempo que reconoce que muchos días se acuesta sin comer.
Junto a él también reside en este asentamiento María -nombre ficticio-, una canaria de 41 años que lleva ocho viviendo en la calle. Vivió en varios lugares, incluido Marruecos, donde tiene a sus hijos y desde donde vino para tres meses para arreglar los papeles para casarse en aquel país. Pero se vio en la calle y en casas okupa. «Soy una migrante en mi tierra porque no tengo ni documentación», señala, y eso le ha impedido resolver todo lo demás. Antigua cocinera, fue una mujer maltratada y ahora, en la calle, come de lo que compra con el dinero que consigue a las puertas de los supermercados o de la iglesia. «No puedo comprarme nada, y aunque quisiera tampoco lo hago porque viviendo en la calle todo me lo roban», cuenta esta mujer de fuerte carácter que solo quiere un trabajo. «Si Dios quiere, esa casa la ocupo yo, por mis narices, y que luego me saquen», relata visiblemente enfadada por su situación mientras mira a una vivienda vacía cercana. «¿A mi quién me ofrece oportunidades? Nadie, y yo solo quiero trabajar y un lugar para traerme a mis hijos, que me he perdido su infancia. ¿Sabe cuántos años llevo llorando en silencio? Muchos, y yo no soy mala gente», lamenta.
Buena parte de las personas que vive en los barrancos son extranjeros y tienen problemas de salud
Junto a todas estas personas está también Stanimir, un ciudadano búlgaro que llegó a la isla hace un año para buscarse la vida. En su país «no había mucho trabajo» y emigró Alemania, donde trabajó como transportista, pero se quedó sin empleo y voló a Gran Canaria. «Vine por intentar tener una oportunidad, pero aquí no tengo nada, primero tengo que sacarme los papeles y buscar trabajo, pero como no tengo casa no puedo empadronarme. «No estoy empadronado y no puedo pedir ayudas, y soy europeo», lamenta. Antes pedía comida en Caypso, una comedor social que cerró sus puertas, y ahora busca comida en la iglesia de San Fernando. «Cada semana me dan una bolsa para escapar», apunta. Ahora, él y sus compañeros están inquietos porque las autoridades ya les han avisado de que tendrán que marcharse de allí. «Van a terminar la obra del mercado; con el turismo, todo bonito, pero la basura tiene que ir más para arriba».
Sin cifras oficiales
El área de Servicios Sociales del Ayuntamiento de San Bartolomé de Tirajana no dispone de una cifra exacta del número de personas que duerme en los barrancos y en la calle, de ahí que con la colaboración del Gobierno de Canarias, a través de la viceconsejería de Bienestar Social, vaya a elaborar un censo de esta población y busque abordar esta situación con una atención integral a los afectados. Por otro lado, la concejalía ha llegado a un preacuerdo con la Obra Social para que, con una subvención de 100.000 euros –que ya se ha incluido en los presupuestos aprobados inicialmente el pasado jueves- atienda en el municipio los casos de personas que quieran reinsertarse para que entren en un proceso de atención psiquiátrica, médica, social y de inserción laboral; y además tiene abierto un proceso para lograr un acuerdo que permita ampliar la Unidad de Trabajo Social de El Tablero para que Yrichen pueda tratar a más personas, según explica el edil del área, Dimas Sarmiento.
El concejal explica que en algunos casos se ha tramitado el ingreso mínimo vital y en otros muchos las personas no aceptan ayuda ni quieren ir a centros. En el caso de los extranjeros, apunta a que el Ayuntamiento ya ha recurrido a los consulados, pero éstos se ponen de perfil al considerar que, si las personas han logrado empadronarse, ya es responsabilidad del Ayuntamiento. Sí ha respondido el consulado italiano, con el que se intentó repatriar a una mujer, pero ésta se negó y ahora está en un centro de baja exigencia. Sarmiento considera que entre los extranjeros «hay un efecto llamada», pero cuando están en la isla no pueden recibir ayudas por tener pensiones altas de otros países europeos.
¿Hay límite para que el chabolismo siga creciendo en los barrancos? El edil recuerda que el Ayuntamiento no tiene competencia en los barrancos, por eso tocará a las puertas del Cabildo una vez disponga del censo de población en chabolas.
Comida a la basura
En este escenario, el presidente de la ONG Karuna Maspalomas, Paco Molina, ha lamentado que la organización ha tenido que tirar a la basura «más de 20 cajas de pollo, más de 20 de croquetas y cajas de pescado que habíamos comprado con mis sacrificios y que nos habían donado varias familias para hacer una donación extraordinaria» hoy por Navidad a las personas con menos recursos del municipio.
En un vídeo difundido en redes sociales, explicó que se debió a la falta de suministro eléctrico por la rotura de un cable que abastece al local donde tiene la sede -cedido por el Ayuntamiento en el anterior mandato- y por no haber puesto un motor. Y señala al área de Servicios Sociales. «No era cuestión de un cable, con haber puesto un motor se habría solucionado y esos alimentos habrían llegado a nuestros vecinos estas navidades». «Siguen en el formato se intentar eliminar a las asociones que nos dedicamos a ayudar a la gente», critica. La ONG atiende a decenas de personas cada día, incluido trabajadores cuyos sueldos no dan para llegar a final de mes debido a los altos precios de los alquileres en el municipio.
Los Servicios Sociales no disponen de cifras oficiales
El área de Servicios Sociales del Ayuntamiento de San Bartolomé de Tirajana no dispone de una cifra exacta del número de personas que duerme en los barrancos y en la calle, de ahí que con la colaboración del Gobierno de Canarias, a través de la viceconsejería de Bienestar Social, vaya a elaborar un censo de esta población y busque abordar esta situación con una atención integral a los afectados. Por otro lado, la concejalía ha llegado a un preacuerdo con la Obra Social para que, con una subvención de 100.000 euros -que ya se ha incluido en los presupuestos, aprobados inicialmente el pasado jueves- atienda en el municipio los casos de personas que quieran reinsertarse para que entren en un proceso de atención psiquiátrica, médica, social y de inserción laboral; y además tiene abierto un proceso para lograr un acuerdo que permita ampliar la Unidad de Trabajo Social de El Tablero para que Yrichen pueda tratar a más personas, según explica el edil del área, Dimas Sarmiento.
El concejal explica que en algunos casos se ha tramitado el ingreso mínimo vital y en otros muchos las personas no aceptan ayuda ni quieren ir a centros. En el caso de los extranjeros, apunta a que el Ayuntamiento ya ha recurrido a los consulados, pero éstos se ponen de perfil al considerar que, si las personas han logrado empadronarse, ya es responsabilidad del Ayuntamiento. Sí ha respondido el consulado italiano, con el que se intentó repatriar a una mujer, pero ésta se negó y ahora está en un centro de baja exigencia. Sarmiento considera que entre los extranjeros «hay un efecto llamada», pero cuando están en la isla no pueden recibir ayudas por tener pensiones altas de otros países europeos.
¿Hay límite para que el chabolismo siga creciendo en los barrancos? El edil recuerda que el Ayuntamiento no tiene competencia en los barrancos, por eso tocará a las puertas del Cabildo una vez disponga del censo de población en chabolas. | R. Torres