Viendo en el Congreso de los Diputados a los familiares de las víctimas de la DANA de octubre en Valencia, aflora un sentimiento compartido de tristeza e indignación. Sabemos que fallaron muchas cosas, y que esos fallos tuvieron consecuencias fatales, dramáticas. Pero es necesario destacar lo que no falló, lo que se produjo correctamente para poder discernir, con rigor, lo correcto de lo equivocado. No falló el aviso de la ciencia en los años previos, con sus investigaciones sobre los efectos del cambio climático en el ámbito mediterráneo y sobre los efectos de la incorrecta ocupación del territorio durante décadas, presidida por un afán especulativo y que ha ignorado con soberbia las recomendaciones de los expertos en ordenación del territorio. No falló el aviso meteorológico de AEMET en esa misma jornada del 29 de octubre que, promulgado a primera hora de la mañana, dejaba margen suficiente para informar a la población y orientar sobre su modo de proceder ante un aviso rojo, de manera conminativa, utilizando todos los medios necesarios. No fallaron los sensores de caudal del SAIH que se pudieron consultar en la red de forma constante hasta que uno de ellos, eso si, fue arrastrado por la corriente en la rambla del Poyo, cuando ya había marcado niveles de peligrosidad evidentes en los minutos previos. No fallaron las recomendaciones de científicos y técnicos en esa jornada ante lo que se estaba produciendo, que se transmitieron en medios de comunicación y redes sociales, a pesar de la negativa marea negacionista que inundó algunos canales de comunicación en esas horas. Y no falló el consejo de expertos en educación que durante años venían señalando la necesidad de activar enseñanza para el riesgo en las escuelas y en el conjunto de la sociedad española, especialmente para la población residente en el litoral mediterráneo español. Si esto no falló, es sencillo deducir lo que falló. Además de la gestión de la emergencia en esa jornada, con un incomprensible aviso tardío, falló principalmente la falta de atención a las advertencias claras, rotundas, de la ciencia. Lo peor es que a veces esta desconsideración ha ocurrido de forma consciente, con manifiesta arrogancia, ignorando el consejo de la razón, de la prudencia. Y ahí está el resultado.