2025 nos pilla con el pie cambiado porque Europa enfrenta retos importantes y no está preparada para lo que se nos viene encima.
Europa pierde influencia como consecuencia de su declive demográfico y económico y de su incapacidad para hablar con una sola voz, que sería muy potente si estuviera respaldada por los veintisiete, pues gastamos en defensa más que China y el triple que Rusia. En 1900, Europa tenía el 25% de la población mundial y hoy solo el 6%, y está aprisionada entre energía más barata en EEUU u Oriente Medio, y mano de obra también más económica en África o Asia. Todavía representamos el 17% del PIB y del comercio mundial y con esos mimbres nos apuntamos casi el 50% del gasto social. Somos envidiados por nuestra sanidad, educación e infraestructuras, pero ¿cuánto tiempo más lograremos mantener ese nivel de vida si nuestra población y nuestra productividad siguen cayendo?
Para defender ese nivel de vida y también nuestros valores, que están en regresión, ante el empuje de otras civilizaciones, sabemos lo que tenemos que hacer: más integración y un proyecto e ideas capaces de ilusionar al respetable, porque además de políticos y economistas de primer orden, Europa necesita poetas y visionarios que lamentablemente tampoco están a la vista. Todavía es peor porque sus dos motores, Francia y Alemania, están gripados.
Macron se equivocó al disolver la Asamblea Nacional antes del verano y se volvió a equivocar al no aceptar los resultados electorales favorables a la izquierda, cuando nombró como primeros ministros a Barnier, primero, y ahora a Bayrou, ambos muy débiles y dependientes del Frente Nacional de Le Pen. Solo en 2024 Francia ha tenido cuatro primeros ministros y languidece con un déficit público del 6,1% del PIB y una prima de riesgo superior a la griega, y con un presidente tocado que no lo tendrá fácil para terminar su mandato en 2027.
En Alemania la economía estancada ha hecho que el canciller Scholz haya perdido una moción de confianza y tenido que convocar elecciones el próximo 23 de febrero, una fecha de malos recuerdos para los españoles. Hoy estar en el poder no ayuda a ganar elecciones, porque mucha gente lo pasa mal y vota contra lo que hay, y eso en Alemania significa que ganará la Unión Demócratacristiana/Unión Socialcristiana (DU/CSU), los ultras de Alternativa para Alemania quedarán en segundo lugar, y dejarán a los socialistas en un modesto tercero. Se anuncia una nueva coalición de incierta solidez.
El crecimiento de la ultraderecha euroescéptica en Francia y Alemania (y también en otros países) es muy mala noticia cuando Donald Trump alcanza la presidencia de EEUU con sus eslóganes de ‘America First’ y ‘Make America Great Again’, y que cuando mira a Europa no ve a la UE sino solo a sus países más importantes; que impondrá aranceles a nuestras exportaciones; que no concederá ninguna posibilidad a la idea de Draghi de un mercado común euroatlántico para hacer frente a la emergencia del Indo-Pacífico como centro económico del planeta; que dará apoyo a nuestros líderes más euroescépticos; y que está dispuesto a revisar y debilitar a la OTAN reduciendo sus aportaciones en soldados, dinero o, incluso, poniendo en duda su núcleo duro, que es el artículo 5 de defensa colectiva en caso de ataque a uno de sus miembros, algo extremadamente grave con una Rusia agresiva, una guerra abierta en el corazón de nuestro continente, y maniobras desestabilizadoras rusas ya en Rumanía o Georgia.
Ante la manifiesta debilidad de Francia y Alemania aparece como una isla de estabilidad la Italia de Georgia Meloni, ¡quién lo iba a decir!, la tercera economía de la eurozona, que está dando pruebas de pragmatismo. Y en el horizonte surge con fuerza la Polonia de Donald Tusk, que ya gasta el 4,7 del PIB en Defensa (España, el 1,23%). Esta semana en Bruselas se han reunido Alemania, Francia, Italia, Polonia, Holanda y Dinamarca (también Reino Unido), pero no España, para encontrarse con Zelenski y fijar una estrategia sobre Ucrania ante el fin de la ayuda americana que anuncia Trump y las negociaciones que asoman en el horizonte. No estamos en la cocina y luego nos pedirán dinero y armas para una estrategia que no hemos contribuido a diseñar. Nuestra ausencia es escandalosa, aunque sorprende menos cuando se piensa que, para Albares, nuestra prioridad en Europa es conseguir que se hable catalán. ‘No comment’.