Pocos personajes hay en la cultura española más intrigantes que Luisa Isabel Álvarez de Toledo, más conocida como la duquesa roja. Calificada así por sus ideales políticos, esta aristócrata polémica e irreverente falleció tras casarse en su lecho de muerte con una mujer y tras haber intentado desheredar a sus hijos. Sin embargo, desde su muerte en 2008, el conflicto por su herencia ha tenido más de un giro inesperado. Pero para contar su historia hay que empezar por el principio, como en todas las buenas.
Nació en Estoril en 1936 mientras su familia estaba exiliada por la Guerra Civil. Era hija del duque de Medina Sidonia, casa aristocrática originaria del siglo XIII y al nivel de la de Alba. Por parte de madre -que falleció cuando Luisa Isabel tenía solo diez años- era nieta del duque de Maura, el político conservador Antonio Maura. Se crio en Portugal entre la élite española que alimentaba su odio a Franco y su deseo monárquico junto a los borbones.
De hecho, debutó a los 18 años en el Hotel Palacio de Estoril junto a la infanta Pilar. Pero vaya si debutó, porque al poco de cumplir los 19 se casó embarazada de tres meses con Leoncio González de Gregorio, pero lo hizo vestida de negro. Junto a él tuvo tres hijos: Leoncio, Pilar y Gabriel.
Una duquesa con ideales democráticos en el franquismo
Solo cuatro años después del nacimiento de su último hijo, Luisa Isabel Álvarez de Toledo decidió que ya había tenido suficiente de la vida tradicional, así que se separó y dejó a los niños con sus abuelos. Entonces comenzó a labrarse la fama que tiene ahora como duquesa roja, mostrando resistencia activa contra el franquismo y las condiciones de vida de la época.
Aunque se suele decir así, no era la única aristócrata que rechazaba a Franco, también lo hacía el duque de Alba y su hija, Cayetana Fitz-James Stuart. Pero la diferencia residía en que ellos lo hacían por lealtad a la corona, mientras que Luisa Isabel pretendía reivindicar una sociedad democrática.
Estaba asentada en el Palacio de los Guzmán de Sanlúcar de Barrameda, Cádiz, donde en 1960 empezó a organizar la impresionante colección de libros y documentos que había. Ahora conforman uno de los archivos privados más importantes de Europa con 6.318 legajos valorados en más de 28 millones de euros. Lo consideraba parte de su objetivo vital, un privilegio y una responsabilidad que se encargó de proteger para que no se perdiera.
Sus problemas con la ley
Pero a lo largo de los años, más allá de su trabajo como archivista se enfrentó a la ley en varias ocasiones. La detuvieron por encabezar una manifestación tras el incidente de Palomares, accidente nuclear ocurrido en Almería el 17 de enero de 1966. Ella y dos vecinos más fueron arrestados por la Guardia Civil por pedir indemnizaciones por la contaminación nuclear para los que vivían en la zona.
Poco después publicó La huelga, un retrato de la sociedad andaluza de la posguerra, en donde habla de caciques que se aprovechaban de los agricultores y critica a la Iglesia. La acusaron de un delito de injurias. A la duquesa roja se le acumulaban los cargos, por lo que terminó entrando en la cárcel de mujeres de Ventas (Madrid) en marzo de 1969 y estuvo hasta ocho meses en prisión, pasando también por la de Alcalá de Henares. Pero incluso encarcelada siguió luchando por los derechos de las españoles, porque pidió y consiguió que las presas tuvieran agua corriente y duchas calientes. «Para nosotros, mi madre era una heroína», recordaba su hija Pilar González de Gregorio para Vanity Fair, en un amplio reportaje firmado por Eduardo Verbo.
El exilio a París de la duquesa roja
«La cárcel es una gran maestra, acentúa los males del sistema. En aquel mundo cerrado el preso empieza a comprender principios que en la calle no están tan claros. En la cárcel o fuera de ella todos vivimos bajo la tutela del Gobierno, pero al preso se le reserva la dependencia absoluta», escribió después en su libro Mi cárcel, publicado en 1972 en Francia. Allí huyó en coche porque le llegó la información de que iban a volver a detenerla y se negaba a volver a prisión, consciente de que sus delitos eran por convicción política y no podría reformarse.
En París vivía abiertamente como una mujer lesbiana y se relacionaba con los círculos más cultos y personalidades como Simone de Beauvoir. También con otros exiliados, entre los que había abertzales y miembros de ETA. Allí sus ideas republicanas y socialistas encajaban mejor que en la sociedad española. Se afilió a Comisiones Obreras y la distancia con la familia de su padre no hacía más que acrecentarse. Aunque seguía manteniendo correspondencia con sus hijos, su exmarido no les permitía hablar con Luisa Isabel por teléfono. «Llegamos a pensar que nos había olvidado«, relataba su hijo Gabriel a Vanity Fair.
Su relación con ETA
Pasó casi seis años en Francia, pero no todos fueron en París. También estuvo en Hendaya, donde se interesó por la labor de edición de textos prohibidos por el franquismo. Durante su tiempo exiliada a la duquesa roja se relacionó con diversos terroristas conocidos e incluso líderes de la banda armada. «Le interesaba todo lo que podía suponer un cambio democrático«, según contó José Luis Navarro Lecanda, alias Aceituno, a la mencionada publicación.
«Me duele no haber tenido agallas para ser terrorista«, aseguró Luisa Isabel en una entrevista publicada de manera póstuma en el programa Epílogo. Unas declaraciones que dos años después de su muerte explicó su viuda, Liliane Dalhmann: «Esas eran las cosas de Isabel». «Era poco diplomática y esa fue la disputa de nuestra vida, que lo aceptara. Isabel lo dijo en un contexto político de aquel momento de represión en el País Vasco, ella consideraba que la democracia no era lo que se había prometido, era esas cosas de revulsivo que Isabel decía de querer ser terrorista, ¡pero si detestaba las armas!», añadía en una entrevista para Sevilla Press. «Pero ella luchaba, Isabel fue terrorista de la palabra, porque a veces, decía cosas que entendemos ahora, 20 años dista, pero que cuando ellas las decía pues fue un escándalo», finalizaba.
La creación de una fundación para «desheredar» a sus hijos
Volvió a España en 1976, al acogerse al Real Decreto-Ley de Amnistía. En la boda de su hijo mayor, Leoncio, Luisa Isabel conoció a Liliane, que iba como testigo de la novia. Enseguida congeniaron a pesar de los veinte años de diferencia que había entre ellas y su relación se tornó romántica y a la vez profesional, porque la alemana empezó a trabajar como su secretaria. En 1990, la duquesa roja decide crear la Fundación Casa Medina Sidonia, encargada de mantener el conjunto y difundir su acervo cultural para que sirva al conjunto de la sociedad.
En los últimos años de su vida fue cuando la situación con sus hijos se volvió verdaderamente complicada. «Físicamente, sí. En lo demás, creo que nada… No los elegiría de amigos«, contaba en el libro El caso de Medina Sidonia: la polémica historia de la Duquesa Roja, sus hijos y su vida, de Íñigo Ramírez de Haro. De hecho, Pilar asegura que hacía 25 años que no la veía cuando se murió. Es decir, desde la boda de su hermano Leoncio. Pero es que unas horas de morir, Luisa Isabel se casó con Liliane, convirtiéndola en la responsable y administradora de su patrimonio. Con esta decisión y la creación de la fundación, quiso aunar su patrimonio para evitar la partición posterior en la herencia.
La ley le dio la razón a los hijos
No fue hasta 2018, diez años después de la muerte de Luisa Isabel, que los hijos consiguieron una resolución sobre la herencia. Consideraban que con ambos movimientos sus derechos como herederos habían sido perjudicados, y el juez les dio la razón en 2015 pero Liliane no estaba de acuerdo. Así que la viuda presentó un recurso, pero la Audiencia de Cádiz ratificó la decisión.
«Lo que la sentencia rectifica es que la duquesa regaló 56 millones de euros del patrimonio familiar, con 33,5 millones de euros en donaciones inoficiosas que deberán ser devueltas a sus herederos», explicaba entonces Eduardo Ferreiro, abogado de Leoncio, heredero del ducado. Previamente los hermanos habían tenido también sus propios conflictos por los títulos nobiliarios, por lo que habían presentado sus causas por separado.
La herencia de su padre también dio problemas
Casualmente, Luisa Isabel y su exmarido, de quien se divorció en 2005 a pesar de que ella nunca respondió a la demanda presentada por Leoncio, murieron con solo unas semanas de diferencia. Y la herencia del padre tampoco fue nada fácil de gestionar para los hijos, puesto que en 1995 y en 2017 aparecieron dos hijos ilegítimos que se sumaban al reparto.
Ha sido en este departamento en el que ha habido novedades esta misma semana. Rosario Bermudo es la hija ilegítima que consiguió en 2017 que se exhumara el cuerpo de Leoncio González de Gregorio para confirmar con ADN que era su padre. Cuando los resultados ofrecieron un 99,9% de coincidencia, los hermanos que hasta entonces no querían saber nada del tema tuvieron que llegar a un acuerdo. Les correspondía pagar de lo ya recibido, pero pretendían darle tierras para compensar, algo a lo que ella se negó. No quería pinos, por mucho que Gabriel intentara convencerla de que podía sacarles provecho, quería dinero. El pequeño de los tres hijos de la duquesa roja es el único que tiene comunicación con su hermana mayor, que nació antes del primer matrimonio de su padre.
Ahora a Pilar González de Gregorio le han embargado un millón de euros para pagar la deuda que tiene con su hermana. Una cantidad que sale de los 785.000 euros que debía más 200.000 en intereses. Por su parte, a Leoncio le corresponde poner otros 138.000 euros para alcanzar el acuerdo. Sin duda, un cambio de vida para Rosario, que a sus 78 años vivía con una pensión de 800 euros tras haber pasado una vida humilde.