El histórico acuerdo de paz entre el Estado colombiano y la entonces mayor guerrilla del país, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), ha cumplido ocho años. Una de las singularidades del Acuerdo Final firmado en noviembre de 2016 fue la participación de numerosas mujeres en las negociaciones, un hecho nada habitual en los países que intentan acabar con un conflicto armado. Las guerras las empiezan los hombres y son ellos también los que pactan el fin de hostilidades. Para las personas constructoras de la paz, Colombia es un ejemplo a seguir. El pacto, que consta de seis apartados, acabó con más de medio siglo de enfrentamientos, aunque hoy en día la violencia se mantiene en el país con otros grupos armados y los cárteles de la droga.
Al principio no fue fácil para las mujeres formar parte de las negociaciones. En la primera reunión formal entre las dos delegaciones, en septiembre de 2012, solo había una representante femenina. Era Tanja Nijmeijer, alias ‘Alejandra Nariño’, una guerrillera nacida en los Países Bajos que asumió la función de portavoz.
‘Los hombres de la paz’ es el titular que apareció ese día en algún diario nacional junto a la foto de los negociadores. La respuesta no se hizo esperar. Medio millar de mujeres de diferentes sectores y entidades hicieron piña y organizaron la Cumbre Nacional de Mujeres y Paz (CNMP). Había llegado la hora de hacer escuchar su voz. La movilización, que tuvo como uno de sus eslóganes ‘Soy mujer, soy paz’, precipitó un «cambio radical» en la estructura participativa del proceso, dice Rosa Emilia Salamanca, una de las participantes de la CNMP.
Subcomisión de género
La principal novedad fue la creación de la subcomisión de género, formada por diez mujeres de ambos bandos. Su misión fue velar para que quedaran reflejados en los acuerdos los derechos y la protección de las mujeres y del colectivo LGBTIQ+. «Fue la primera vez que un enfoque de género formó parte de un proceso de paz en el mundo, fue un caso singular y emblemático», afirma Salamanca, que hoy dirige la Corporación de Investigación y Acción Social y Económica de Colombia, una organización feminista mixta que promueve los derechos humanos.
Poco antes de la firma del Acuerdo Final, el porcentaje de mujeres en la delegación del Gobierno del entonces presidente colombiano y Premio Nobel de la Paz, Juan Manuel Santos, ya era de un 20%, mientras que en la guerrilla representaba el 43%.
El camino hasta sellar la paz no fue fácil, como tampoco lo ha sido el recorrido hasta ahora. Hay que recordar que el primer acuerdo fue rechazado por sorpresa en referéndum el 2 de octubre de 2016, aunque dos meses después, tras introducir una serie de modificaciones, fue aprobado por el Congreso y el Senado.
«Insuficiente»
A fecha de hoy, solo un 12% del centenar de disposiciones que incorporan la perspectiva de género en el documento se han completado. Dos tercios se «encuentran en estado mínimo de implementación o ni siquiera se han iniciado», afirma Josefina Echavarria, directora del Instituto Kroc, uno de los organismos que supervisa el desarrollo e implementación de los acuerdos. En su opinión aún es «insuficiente» la participación femenina y LGTBIQ+ en «instancias claves» del proceso.
«El acuerdo es una herramienta no solo para mantener la paz sino también para ampliar la democracia en nuestro país», dice, por su lado, Salamanca. De ahí que sea difícil avanzar en ciertos aspectos. «Hay oposición política, falta de recursos y no es tarea sencilla cumplir con los compromisos de género en lugares donde hay poco presencia del Estado», afirma. “Aun así, los movimientos sociales y en particular el de las mujeres no hemos dejado morir el acuerdo. Sabemos cómo crear mecanismos a partir de los cuales resolver los conflictos de manera no violenta, desde la no confrontación”.
Las guerras que han sacudido y siguen desangrando Colombia han provocado la muerte a cientos de miles de personas y el desplazamiento forzado a cerca de nueve millones de civiles, de los cuales el 40% se encuentra en pobreza extrema. Más de 400 exguerrilleros de las FARC han sido asesinados desde que se firmó el Acuerdo Final, y, solo este año, la violencia ha acabado con la vida de 168 dirigentes comunales o defensores de los derechos humanos y de 28 personas que firmaron los acuerdos de paz.
Diálogo con el ELN
A pesar de estas cifras desalentadoras, el actual Gobierno del presidente Gustavo Petro busca la «paz completa». Para ello ha abierto vías de diálogo, hasta ahora infructuosas, con los dirigentes del Ejército Nacional de Liberación (ELN) -el otro gran histórico grupo guerrillero de Colombia– y con los grupos disidentes de las FARC. Al frente de las negociaciones del Gobierno con el ELN está Vera Grabe, la primera mujer en liderar una delegación de paz en Colombia. Al igual que Petro, Grabe formó parte en el pasado de la guerrilla del M19, que firmó la paz con el Estado en 1990.
«A pesar de las dificultades y adversidades creo que las mujeres colombianas seguimos siendo un referente de esperanza», concluye Salamanca. «Sin el liderazgo y participación plena de las mujeres, los procesos de paz corren el riesgo de ser incompletos e insostenibles», concluye, por su lado, Echavarria.
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