«Grande o pequeña, todos dejamos una huella dondequiera que vayamos«. Con esta frase comienza un comentario publicado en Facebook por los guardas del parque nacional de las cavernas de Carlsbad, en Nuevo México (Estados Unidos). La razón del escrito, que supone a la vez una denuncia, un lamento y una advertencia, es que una de las cuevas del espacio protegido vió completamente alterado en solo unas horas su ecosistema, que se mantenía intacto desde hacía millones de años, porque a un visitante se le cayó accidentalmente al suelo una bolsa de patatas fritas con restos en su interior.
«La forma en que elegimos interactuar con los demás y con el mundo que compartimos tiene sus efectos en cada momento. Y lo sentimos», señalan los guardas, que encontraron la bolsa de aperitivo (unos Cheetos) apenas cuatro o cinco horas después de que el turista la dejara tras de sí, tiempo suficiente como para trastocar el frágil ecosistema de la gruta, casi totalmente aislada del mundo exterior.
Para los indios sioux existe un concepto esencial denominado en idioma lakota ‘Aho mitákuye oyásin’, que significa algo así como ‘todos estamos relacionados’, ya sean humanos, animales, vegetales, espíritus o elementos.
Del mismo modo, los guardianes del parque nacional destacan el rastro que los seres humanos dejan entre sí al relacionarse: «Cuando nos reciben con una sonrisa. Cuando compartimos los primeros rayos del amanecer con alguien que nos importa. O cuando alguien nos impone su frustración, o cuando alguien que nos importa se olvida de llevar protector solar y bocadillos…»,
Señalan asimismo la estela que se deja continuamente en el medio ambiente: «De la misma manera, también influimos en el mundo que nos rodea de maneras sutiles», comentan.
El caso de la cueva
«En las cavernas de Carlsbad nos encanta recibir a miles de personas cada día. Los impactos incidentales pueden ser difíciles o imposibles de prevenir. Como el simple hecho de que cada paso que da una persona en la cueva deja un fino rastro de pelusa«, destacan los encargados de la cueva afectada, conocida como ‘Big Room’ (gran sala), por su tamaño y belleza. No en vano, con 1.200 metros de largo y 190 de ancho es la quinta cavidad más grande de Norteamérica y la vigesimoctava del mundo.
Destacan en su comentario que otros impactos son «completamente evitables», y ponen como ejemplo «la bolsa de refrigerio llena que se cayó fuera del sendero en la Gran Sala». Para el dueño de la bolsa de refrigerio, el impacto probablemente sea incidental, pero para el ecosistema de la cueva tuvo un impacto enorme», subrayan.
Los guardas explican lo que pudo ocurrir en solo unas horas en el interior de la cueva: «El maíz procesado, ablandado por la humedad de la cueva (de entre el 90% y el 100%), formó el ambiente perfecto para albergar vida microbiana y hongos».
«Los grillos, ácaros, arañas y moscas de la cueva pronto se organizaron en una red alimentaria temporal, dispersando los nutrientes por la cueva y las formaciones circundantes. Los mohos se extendieron hacia arriba por las superficies cercanas, fructificaron, murieron y desprendieron mal olor. Y el ciclo continúa», detallan.
Una vez descubierta la bolsa de snacks, el trabajo de los guardas fue meticuloso: «Pasaron veinte minutos retirando cuidadosamente los restos extraños y los mohos de las superficies de la cueva. Algunos miembros de este delicado ecosistema son habitantes de cuevas, pero muchos de los microorganismos y mohos no lo son».
Cambios ecológicos significativos
A escala humana, una bolsa de refrigerio derramada puede parecer trivial, pero para la vida de la cueva puede cambiar el mundo«, insisten los guardas del parque nacional, que finalizan su escrito con una reflexión y un ruego: «Grande o pequeña, todos dejamos una huella dondequiera que vayamos. Dejemos que el mundo sea un lugar mejor del que encontramos».
Los expertos destacan que las alteraciones como la registrada en Big Room son «especialmente graves», porque las cuevas son «entornos sensibles en los que los organismos se han adaptado a sobrevivir con nutrientes mínimos, y la introducción de elementos extraños puede provocar cambios ecológicos significativos», destaca M. F. Khan, doctor en Historia especializado en Arqueología.
«Incluso las acciones humanas de menor importancia pueden tener efectos sustanciales en estos ecosistemas, por lo que el impacto de los Cheetos es mucho mayor de lo que podría parecer», añade.
El consejo, tanto de los guardas como de los científicos, es seguir las normas de los espacios protegidos. Por ejemplo, no salirse nunca de los senderos diseñados para evitar las zonas sensibles. Porque incluso abandonar de esas rutas solo un momento para tomar una fotografía puede provocar alteraciones ambientales, que en muchos casos sin imperceptibles a simple vista.
Es especialmente importante asimismo no dejar restos de comida, plásticos, latas u otros residuos en la naturaleza. En algunos casos, esos restos pueden permanecer sin descomponerse durante siglos; en otros, pueden afectar seriamente a la fauna silvestre o a la flora, como ocurre, por ejemplo, con los residuos plásticos.
Numerosos estudios han demostrado que disfrutar de la naturaleza es beneficioso para el bienestar físico y mental de las personas. Pero la «primera obligación» ha de ser «respetar el medio ambiente» y reducir al máximo la huella humana, apuntan los expertos.
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