En las últimas décadas, Siria fue un pilar fundamental en la conformación del eje del mal que Irán estableció en Oriente Medio. En realidad, Siria no solo funcionó como eslabón de conexión entre Teherán y Bagdad, Gaza y Beirut —por donde fluían las armas iraníes destinadas a Hamás y Hezbolá—, sino que también fue la impulsora y promotora de la instauración de dicho eje del mal.
Así veía la Siria de la familia Asad su papel en la región: una fortaleza de vanguardia en la contienda contra Israel. Así sucedió en la Guerra de los Seis Días y en la Guerra de Yom Kipur. Después de que Egipto e Israel firmaran el tratado de paz, Damasco buscó crear un frente de rechazo a la paz junto con la Irak de Sadam Husein. Sin embargo, Israel prefirió pasar por alto el papel negativo que Siria desempeñaba en la formación del anillo de fuego a su alrededor, complaciéndose con la relativa calma que reinaba en la frontera del Golán y deseando que Bashar mantuviera su cargo.
El tiempo dirá si se trata de un lobo con piel de cordero o si, en efecto, ha habido un cambio en el otrora yihadista Al-Julani. Mientras tanto, se perfila con mayor nitidez su visión de Siria: un Estado gobernado por la ley islámica. Resulta interesante ver cómo lo aceptará la sociedad siria, que detestaba a Bashar, pero tampoco desea que su lugar sea ocupado por un yihadista islámico.
No obstante, la semana pasada se produjo un hecho significativo en Siria. El Frente de Liberación de Al-Sham (Siria), encabezado por Abu Muhammad Al-Julani —al que todos consideraban poco más que milicias rebeldes en sandalias y camionetas Toyota— se transformó, con ayuda turca y quizá catarí, en un ejército armado, bien entrenado y disciplinado, con decenas de miles de combatientes (muy similar a nuestro error de subestimar a la fuerza Nujba de Hamás). Este ejército atacó de manera sorpresiva y provocó el desplome del régimen sirio, un régimen débil y tambaleante que dependía del respaldo de Irán y Hezbolá. Pero tras los acontecimientos del último año, estos no pudieron intervenir para salvarlo.
Al-Julani, un militante de Daesh enviado originalmente a Siria para fundar una filial cuando estalló la guerra civil, fue distanciándose de sus impulsores con el paso del tiempo. Hoy lanza declaraciones que suenan conciliadoras a oídos de Occidente, e incluso de Israel: insiste en que no debe juzgársele por sus actos de juventud, y asegura que su única intención es construir una nueva Siria y garantizar a sus habitantes medios de vida y dignidad.
De nuevo, el tiempo dirá si se trata de un lobo con piel de cordero o si realmente experimentó una transformación. Entretanto, se revela con mayor claridad su proyecto para Siria: un Estado islámico regido por la sharía. Está por verse cómo reaccionará la calle siria, que aborrecía a Bashar pero no desea un yihadista islámico en su lugar.
La caída del régimen de Asad y el afianzamiento de Al-Julani como nuevo gobernante del país plantean a Israel un desafío que, a primera vista, estamos afrontando con todos los errores posibles. El recelo de Israel ante el caos que podría reavivar atentados terroristas en la frontera del Golán está justificado, al igual que su preocupación por las intenciones de Al-Julani a largo plazo. Después de todo, también Yahya Sinwar habló al principio con moderación y parecía inclinado a consolidar su dominio en Gaza sin involucrarse en un enfrentamiento con Israel.
Asimismo, es comprensible tratar de neutralizar los arsenales de armas químicas y avanzadas que dejó el ejército sirio en descomposición, para que no caigan en manos equivocadas y puedan emplearse contra Israel. Pero de eso a lanzarse en un frenesí de operativos y energía desmedida en la última semana, hay un largo trecho.
Israel debe resguardar sus intereses, pero sin verse arrastrada a una implicación profunda en el interior de Siria, situación que solo complicaría la situación. Es posible defender el Golán sin penetrar hasta el fondo del Golán sirio, y también es factible neutralizar el armamento avanzado que dejó Bashar sin atacar indiscriminadamente “todo lo que se mueva” en todo el país.
Este estallido de acción y energía contrasta con el hecho de que no emprendimos casi nada contra Asad y su ejército durante años, y especialmente con la ofensiva limitada contra Hezbolá, el enemigo real con el que seguimos lidiando. Nos apresuramos a aceptar un alto el fuego que dejó a Hezbolá con gran parte de sus capacidades y con la mayor parte de su fuerza militar, la cual ahora intentará reconstruir.
A día de hoy, Israel no interesa a casi nadie en Siria, y la hostilidad hacia nosotros ha disminuido. No debemos hundirnos en el atolladero sirio con el fin de alcanzar objetivos que de cualquier forma rebasan nuestras posibilidades. En lugar de eso, conviene vigilar con atención lo que ocurre tras la frontera y recordar que, aunque Al-Julani siga siendo un yihadista, representa una amenaza menor que Irán y Hezbolá, adversarios contra los que, paradójicamente, nos detuvimos justo antes de la posible victoria.