Hace diez años, después de ser desalojado de la política tras más de una década como presidente de la Diputación de Pontevedra, alguien le señaló a Rafael Louzán (Ribadumia, 1967) la posibilidad de realojarse en el mundo del deporte. El Partido Popular buscaba alguien que pelease contra el socialista García Liñares, alcalde de Cerceda, por la siempre golosa Federación Gallega de Fútbol y pensaron en él porque ya se sabe que la política no suele abandonar a sus soldados más fieles. Louzán se embarcó en la complicada tarea de levantarle la federación a un presidente que, gracias al funcionamiento casi siempre clientelar de estas organizaciones, creía tener bien amarrada la reelección. Le ayudó en esa tarea Gustavo Falque, presidente del Coruxo (Pontevedra) y hombre con un indudable peso en el fútbol gallego. Él fue quien lo introdujo en el mundo federativo, en la maquinaria que lo mueve, en las sensibilidades que hay que contentar y los imprescindibles requiebros que se exigen para crecer. No era un mundo tan distinto al que permite funcionar la política y mucho más las diputaciones. Aquello no era ajeno para Louzán. Cambiaban los nombres, algunas caras, pero no las formas.

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