Los ingresos por ventas de armas y servicios militares de las 100 mayores empresas del sector alcanzaron los 632.000 millones de dólares en 2023, un aumento en términos reales del 4,2% en comparación con 2022, según los últimos datos publicados el 2 de diciembre de 2024 por el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI).
Los fabricantes de armamento están muy contentos porque sus clientes, los gobiernos de todos los países del planeta, aumentan sin cesar los pedidos al calor de las guerras de Ucrania, Gaza y el auge de la derecha en los cinco continentes. Para los partidos políticos conservadores el gasto social incrementa la deuda pública, pero no el gasto militar. Su hipocresía política les lleva a ignorar la realidad que no les interesa. Como ocurre en EE UU, el país más endeudado por su enorme gasto militar y el de menor gasto público en salud y educación.
En Bruselas, la nueva y derechizada Comisión Europea se apunta al rearme y se olvida del desarme echando mano de eufemismos como la nueva estrategia de seguridad o la necesidad de una defensa común. La clase dirigente europea clama por un arreglo negociado de la invasión rusa de Ucrania, pero no quieren abrirse al planteamiento de un desarme total y global como la única solución viable para llegar al 2030 con un planeta en paz.
La desconfianza entre los países y, especialmente, si son vecinos, está en la raíz de la mayoría de las guerras, junto con las diferencias culturales y religiosas. Por eso es tan importante defender cualquier iniciativa que fomente la comprensión mutua entre los pueblos, como son los organismos internacionales integrados en la ONU, tan denostados hoy por los movimientos ultras.
La inmensa mayoría de las empresas armamentísticas están ubicadas en el norte del planeta: Estados Unidos, Europa, Rusia, China, Corea y Japón, lo que evidencia la injusticia global que afecta a los países del sur. Las naciones en desarrollo reivindican desde hace décadas la condonación de sus deudas públicas contraídas con los países desarrollados del norte, mayoritariamente por la compra de armamento.
Sin embargo, los organismos financieros internacionales solo se fijan en el gasto social a la hora de exigir ajustes fiscales. Algo similar a lo ocurrido en la Unión Europea con las políticas de austeridad y el rigor fiscal para los países mediterráneos.
Los medios de comunicación y, ahora, las redes sociales tienen una gran responsabilidad en la creación de las opiniones públicas de los distintos países. Pero apenas hay voces pacifistas en las columnas de opinión, las tertulias en la radio y la televisión y los medios digitales.
Individual y colectivamente tenemos que salir de nuestra zona de confort y comprometernos a combatir la hipocresía política que conduce a sobredimensionar el papel de la violencia y desacreditar la educación para la paz y la cooperación. No es una tarea fácil, pero es posible.