Lo que cabe esperar de los Presupuestos de una Administración es que se cumplan y mejoren la vida de la sociedad que los sustenta. De un tiempo a esta parte, ni lo uno ni lo otro cabe decir de las cuentas estatales o regionales. Los desacuerdos del pasado viernes en la Cumbre de Presidentes de Santander no auguran nada bueno para una Asturias que vive de la solidaridad nacional.
Los Presupuestos regionales recurren al ilusionismo. Dibujan una Asturias irreal por sus ingresos, ahora más en peligro que nunca ante un nuevo modelo de financiación autonómica condicionado por la «singularidad» prometida por Sánchez a Cataluña y cuya amenaza para las regiones más débiles no logró atajar la cumbre de Santander. Quien tenga la paciencia de examinar los diez tomos de las cuentas que van a aprobarse comprobará que el 63% de los 6.664 millones de su montante corresponde a sanidad, educación y servicios sociales. Para hacer del Gobierno autonómico algo más que un gestor de hospitales, escuelas, geriátricos y subvenciones hay que administrar rigurosamente cada céntimo restante e invertirlo con eficacia multiplicadora.
Uno de cada tres euros se lo llevan los salarios de los 41.098 trabajadores públicos. Son 487 más, como si llegara de repente otra empresa del tamaño de la mina de oro de Belmonte. Sin apenas niños, el número de profesores engorda por les escuelines y por el centenar que va a ser contratado para enseñar asturiano en Primaria. Prioridad defendible la primera, discutible como poco la segunda.
Muchas partidas se arrastran de año en año sin llegar a desembolsarse. El lento cumplimiento de otras urgentes ya no encaja con la celeridad del mundo actual. La autovía de Bobes, surgida de la nada hace dos años, demuestra que cuando se quiere, se puede. Dedicar transferencias ocasionales provenientes de otras administraciones a financiar gastos estructurales, comprometidos para siempre, entraña mucho peligro.
¿Genera Asturias riqueza suficiente para sostener el entramado? Las cuentas no pueden crecer de manera infinita y las del Principado rozan su techo. El propio consejero de Hacienda había anunciado que iban a menguar. No ha sido así por juegos malabares de última hora: una recaudación excepcional –por una subida fiscal encubierta al no adaptar la tarifa a la inflación–, un aumento de los anticipos del Estado y un adelanto de los fondos de la UE.
El colchón resiste a duras penas, no da para mucho más. En impuestos, los asturianos ya soportan la mayor presión fiscal del país. Una temeridad seguir apretando la soga. El impacto real de la «vía asturiana» de las deducciones está por evaluar. Los requisitos son tantos y los tramos tan acotados, que en muchos casos benefician a quienes en realidad carecen de la obligación de presentar declaración, por sus bajas ganancias. Los fondos europeos cuentan con fecha de caducidad. Tampoco cabe planificar pensando en un aumento de la solidaridad nacional con las regiones más desfavorecidas. El nacionalismo insaciable ha comenzado la puja, como cada ejercicio, para vender caro su voto. Ni siquiera en el lenguaje disimulan las formas, «mueva el culo, Presidente». Hablan como cualquier rufián. La tensión política y las fuertes discrepancias en financiación autonómica evidenciadas en la Conferencia de Presidentes invitan a prepararse para una competencia feroz por el reparto de los fondos públicos.
Desde la Gran Recesión mandan las medidas analgésicas, de protección y corto alcance. La manera idónea de asistir a los desfavorecidos consiste en darles acceso a un buen empleo. Sin riqueza que compartir no hay nada que repartir. Sin mejorar la productividad, aumentar la competitividad, reforzar el conocimiento y atraer talento, la brecha con las áreas punteras se agrandará y la desigualdad romperá la cohesión social. Falta una política económica que ataje la atonía regional y la escasa actividad, con sus efectos secundarios: la fuga de jóvenes y la falta de atractivo para las empresas. Se necesitan unos Presupuestos pensados para revitalizar Asturias. n