Quiso ser torero pero luce como fotógrafo taurino. Su madre, cuando estaba embarazada de él, siempre tropezada en el entorno de la plaza de toros de Alicante, una y otra vez. Al menos en veinte ocasiones. Tal vez por ello se aficionó a la tauromaquia. Observa todos los detalles de las corridas a salvo, desde la barrera, con una o dos cámaras fotográficas. Así lleva más de cuatro décadas, de festejo en festejo, de prado en prado. Siempre en silencio. Con los ojos de par en par para mostrar la nobleza y el riesgo de cada momento, transportando al espectador a la acción. La imagen no es una copia de la realidad: es la interpretación de una mirada sentimental de quien está detrás de la cámara.

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