Quiso ser torero pero luce como fotógrafo taurino. Su madre, cuando estaba embarazada de él, siempre tropezada en el entorno de la plaza de toros de Alicante, una y otra vez. Al menos en veinte ocasiones. Tal vez por ello se aficionó a la tauromaquia. Observa todos los detalles de las corridas a salvo, desde la barrera, con una o dos cámaras fotográficas. Así lleva más de cuatro décadas, de festejo en festejo, de prado en prado. Siempre en silencio. Con los ojos de par en par para mostrar la nobleza y el riesgo de cada momento, transportando al espectador a la acción. La imagen no es una copia de la realidad: es la interpretación de una mirada sentimental de quien está detrás de la cámara.
Antonio Vigueras Espinosa estudió hasta los 17 años en colegios regidos por Franciscanos y Salesianos. Hijo de Francisco, de profesión carrocero, y de Dolores, siempre tuvo pasión por las fiestas que ofrecen al público toros, toreros y subalternos sobre un redondel de arena. Recuerda que la primera corrida que presenció fue de chaval en el ruedo alicantino en compañía de su padrino, Enrique Berna. Varias veces acudió con su madre a la plaza de toros para presenciar festejos «mano a mano» entre sus paisanos de luces El Tino y Pacorro, que fraccionaron en dos partes a la afición local. De pequeño acudía a un llano de las faldas del castillo de Santa Bárbara para observar cómo entrenaban, casi a diario, diestros y novilleros de Alicante con el capote, la muleta y estoques de madera, entre ellos Manolo Carrillo, el padre y jefe de la saga Manzanares, Pepe, además de «El Tranquilo», Juanito Vercher y de Vicente Blau «El Tino», entre otros. Como dice Antonio Vigueras: «El torero nace y luego se hace». Quería torear, pero tuvo que conformarse con dar algunos capotazos a vaquillas sueltas en fiestas patronales, en su caso en encierros en Sant Joan, Ibi y Tibi, con algún que otro revolcón. Más tarde tuvo la oportunidad de participar en la tauromaquia, con los ojos despiertos, desde la barrera.
Su primer empleo fue como aprendiz y cajista en la imprenta Llobregat, situada entonces en la calle Gerona, en pleno centro de Alicante. Optó por la formación profesional en la rama de electricidad. A propuesta de uno de los profesores, Salustiano Blasco, se introdujo en la electromecánica, como técnico en instalaciones de energía eléctrica, vapor, aire comprimido, combustibles sólidos, líquidos y gaseosos y demás. Entró como oficial en la empresa Instalaciones Térmicas Alicantinas y dos años después entró como socio en la sociedad creada por Juan Guzmán y Juan de las Heras.
Inquieto, meses más tarde se apuntó como voluntario a La Legión. Fue a parar al Tercio Duque de Alba, en Ceuta. Tenía 20 años y muchísimos sueños. Ahí estuvo un par de años, integrado en una patrulla de tiro. Sólo tuvo un permiso para regresar a Alicante. En su cuartel se rodaron, en 1974, escenas de la película Novios de la muerte, dirigida por Rafael Gil, con Julián Mateos, Juan Luis Gallardo, Ramiro Oliveros, Helga Liné y Fernando Sancho, entre muchos actores en el reparto. El legionario Antonio aparece firme, en su puesto, en varias escenas como figurante. En ese periplo militar conoció a un «culto» teniente al que le gustaba y practicaba la fotografía. Por primera vez, Vigueras se metió en un laboratorio de revelado. Quedó impresionado. Jamás había hecho «click» con una cámara. Se sorprendió.
Volvió a Alicante y a su empresa. Se compró una Nikon y empezó disparar. Poco a poco, entre instalaciones y reparaciones, aprendió otro oficio: la fotografía. «Me gusta captar imágenes de las expresiones de las personas», comenta Vigueras, que, poco a poco, regresó a los ruedos, cámara en ristre, para ver y retratar la fuerza y la nobleza de los toros y la armonía de toreros, picadores y banderilleros en sus faenas. Siempre desde la barrera. Su trabajo es el resultado de años de dedicación y de un aprendizaje constante en la búsqueda de capturar la esencia taurina: «Lo que me motiva es la conexión emocional con el arte del toreo, que cuenta con una estética única y una narrativa visual cargada de simbolismo».
Para hacer fotografía taurina es necesario el respeto a los toros. Ha publicado en diarios nacionales, como ABC, en la revista Aplausos, y es colaborador del periódico INFORMACIÓN. Siempre hay una foto importante en la historia de cada autor. En su caso, una en el albero de Ronda, donde captó una instantánea que ha recorrido el mundo, en la que aparecen su admirado José Mari Manzanares, Curro Romero y Espartaco. Cada temporada se presenta con su cámara y sus sueños en más de un centenar de plazas, cercanas y más lejanas. Siente admiración por los recintos y el respetable de La Maestranza, en Sevilla, y Las Ventas, en Madrid. También visita campos en los que pace el ganado por todo el país.
Tiene un referente en su oficio: Francisco Cano Lorenza «Canito», el único fotógrafo que captó la cogida y la muerte de Manolete en 1947 en Linares. Este trotamundos alicantino, también siempre de plaza en plaza, fue amigo de la familia Dominguín, en especial de Luis Miguel, de Orson Welles, de Ernest Hemingway, de Ava Gardner, de Gary Cooper y de Sophia Loren, entre otras muchas estrellas. Falleció en Valencia con 103 años vividos.
Antonio Vigueras también ha hecho fotografía social. Y ha participado en decenas de exposiciones, del mundo de los toros y de las vidas de gente anónima. Hace algo más de un año coordinó el libro Esencia Mediterránea, que recoge la trayectoria del maestro José Mari Manzanares desde que comenzó toreando de salón siendo un chiquillo, recibiendo los primeros consejos de su padre, Pepe Manzanares, hasta el día de su retirada en Sevilla, con fotografías de Rafa Arjones, Pepe Soriano, ya fallecido, y del propio Vigueras.
Dicen que es autor de gran parte de las imágenes que inmortalizan a Manzanares, al que acompañó muchas tardes de toros, sustos y aplausos. «Lo mejor que podemos hacer los fotógrafos taurinos es ver, oír y callar. Nosotros vamos a retratar en la plaza; no somos críticos taurinos y en ese momento hay muchos sentimientos. Que sea el público quien exprese sus opiniones. Y nunca estorbar».
Casado con Cari Sánchez, tiene una hija, Laura, dedicada a la creación digital. Más de cuarenta años con la cámara a cuestas por plazas de toros y por la vida dan mucho de sí para contar visualmente la plasticidad de cada corrida, sus personajes y animales, el color y cada cambio de tercio. Siempre está detrás de la barrera.