Volver a casa. Puede ser bonito. Te reencuentras con aquellos con quien compartiste momentos y que aparecen en tus recuerdos. Vuelves a pisar las mismas calles, los mismos pasillos. Te vienen imágenes a la mente, algunas de ellas bonitas, hasta melancólicas. Sin embargo, regresar también puede ser incómodo. De hecho, casi siempre lo es. Te recuerda que ya no formas parte de ese sitio. Que tú, por decisión propia, circunstancias u obligación, ya no perteneces a ese lugar que tanto tiempo sentiste como tu lugar. Así debió sentirse Vicente Moreno cuando el autobús de Osasuna atravesó los muros del RCDE Stadium. O cuando volvió a recorrer el túnel de vestuarios, ahora como entrenador del equipo pamplonica.
El técnico valenciano tan solo estuvo dos años ocupando el asiento noble del banquillo perico. Puede no parecer mucho, una etapa relativamente corta, pero todo lo vivido provocó en él un sentimiento cálido hacia el conjunto catalán. Vicente Moreno fue el líder indiscutible del equipo que consiguió el ansiado ascenso a Primera División. Ahora, con Osasuna, estos recuerdos se amontonan. Volver a enfrentarse al Espanyol (0-0) fue un mal trago. Ninguno de los dos equipos se esmeró lo suficiente ni tiró del talento propio. Las acciones de mérito escasearon y la resignación conquistó un encuentro agridulce.
Cuando rueda el balón, el romanticismo se echa a un lado. Ni el técnico ni sus jugadores iban a amedrentarse. El equipo perico tampoco iba a dejar que la vuelta del que fuera su técnico fuera sencilla. Ambos conjuntos se plantaron en el tapiz del feudo perico con muchas intenciones. Pero se quedaron en eso, en meras ideas que no les llevaron a ningún sitio. Que no materializaron en ocasiones. Durante el primer tiempo, nadie se plantó en el área rival con un mínimo peligro. Los futbolistas deambularon por el campo, sin más.
Fue desesperante ver cómo cada uno lo intentaba, con mucho ímpetu pero pocos recursos. Se fueron intercambiando golpes, pero tanto los errores individuales como la falta de eficiencia en la circulación de balón impidieron que ni Espanyol ni Osasuna se impusiera. El balón solo circuló, se paseó. Rondaba el minuto 70 de partido y ninguno de los dos equipos había sumado una sola ocasión de gol. Vicente Moreno lanzaba consignas con los brazos en jarras dentro del área técnica. A pocos metros, Manolo González hacía aspavientos a sus futbolistas para que espabilaran. Ambos se desesperaban ante la poca claridad de sus jugadores.
El primer tiro a portería llegó pasado el 75 y nació de las botas de Pol Lozano en el balcón del área. El de Sant Quirze del Vallès recogió el esférico y lo empalmó, haciéndolo dibujar una buena parábola que se envenenó hacia la escuadra de la portería de Osasuna. Sin embargo, Sergio Herrera firmó un auténtico paradón que evitó que, en el primer intento real, el Espanyol se adelantara en el marcador. Tras la ocasión, el Espanyol empezó a aposentarse en campo rival, pero fueron ataques totalmente estériles. No consiguió acercarse mucho más. Si acaso, un disparo tibio de Cheddira antes de que el colegiado señalara el final del encuentro.
El partido fue incómodo, no solo para Vicente Moreno, sino también para Manolo González. Su crédito se va acabando. Los malos resultados y la imagen pobre del equipo no amparan al técnico blanquiazul, que si bien tiene apoyo por parte de la afición, en el palco las dudas empiezan a asentarse. Las gradas hicieron notar, con sus vítores, el malestar contra la directiva y pidieron que «les devolvieran el club». No fue bonito, ni sencillo, ni amable la vuelta de Moreno. Tampoco salió bien parado el Espanyol.