El Girona se audestruyó. Él solo. No necesitó ni rival. Jugó durante más de una hora contra un Mallorca, que tenía 10 jugadores por la justa expulsión de Muriqi. Y lo que debía ser un factor favorable para el equipo de Míchel se transformó luego en una perdición, incapaz de encontrarle el hilo a un partido que se le escurrió de sus manos.

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