En este último tramo del año tan trágico y con tantas muertes, esas vidas perdidas de seres queridos a quienes el agua, principio de vida, resultó ser letal, en parte, por la temeridad del hombre, cabe hacer un repaso, pues lo de poner muros al agua y puertas al campo ya es viejo. Aquello de querer imponerse a la naturaleza desafiándola lo pagan siempre los mismos.
El número 6 de la colección Opúscula Efímera de M. Font editor contiene el fabuloso recuerdo que hizo Josep M. Quadrado el año 1850 en su Memoria de las inundaciones de la Riera sacada de los noticiarios contemporáneos. En su momento fue editado en la libreria y imprenta de Estevan Trias y despliega los hechos a través de fuentes subjetivas desde el siglo XV, relatando hasta cinco veces acontecimientos catastróficos que se fueron repitiendo y se recogen en este librito recuperado el año 1993.
Relata cómo el agua pasaba por un arco de la muralla y seguía por la Rambla, Born, Plaça de la Reina, s’Hort del Rei y llegaba al mar. Imaginen donde nació Ramon Llull, hoy figura una placa, en la actual Plaça Major, con encinas sobre el pequeño barranco, donde se contemplan hacia el oeste las mismas montañas que entregaban las aguas en el antiguo cauce que de allí se observa, hoy un mar de coches para entrar en el parking por Rambla/teatre Principal.
Ya en 1303, el 29 de junio, el Rei Jaume II de Mallorca desde Perpinyà había mandado mudar el curso de la riera para que el agua no cruzase la ciudad, prueba de que ya se conocían estragos anteriores. Hasta 1613 no se desviará haciéndolo coincidir con el foso de poniente de la muralla, hoy paralela a la Avinguda Argentina desde Hornabeque. El 1403 en la madrugada del 14 al 15 de octubre, el más triste recuerdo. Fuentes medievales lo definieron como «lo deluvi». Se acumularon las lluvias del día anterior y las del mismo día viniendo la Riera crecida de ramas y árboles obstruyendo el puente que hizo salir el agua por ambos lados para más tarde acabar rompiendo llenando huertos y tumbando muros. Ni los olmos resistieron su paso: «Els oms d’en Viabrera». Toda la parte baja de Ciutat inundada: «Mortas passades de 5.000 persones»; «portantsen diverses homens, donas e enfants…». Muchos cuerpos fueron encontrados en aguas del Coll d’en Rabassa o de Illetes, en un mar repleto de muebles flotando. A parte de las vidas perdidas, las casas arruinadas se contaron entre 1.600 y 3.000, variando las fuentes consultadas. Un impacto muy grande en la sociedad que a principios del siglo XVII verá desviar ese caudal, aunque después de 1613 el agua seguirá recuperando su recorrido y saltará muros en 1618, 1620,1 635, 1734, 1750, 1850… del que la Dra. Maria Barceló i Crespí insinuará un «fracaso relativo» de dicha desviación. Quien suscribe ha visto circular zodiacs entre los restaurantes de la Llotja en los 70’s.
La más devastadora de 1403 fue seguida de otras en 1408, 1444 y 1490. De las más modernas, después de copiosas lluvias en 1734 se saldría otra vez de su ruta artificial volviendo al curso antiguo para dejar 15 víctimas más. El 3 de septiembre de 1750 a las nueve de la noche había llovido mucho (el 17 de octubre del mismo año igual), esa lluvia tan deseada por la que se habían hecho rezos y ofrendas por el duro y largo año de sequía que terminaría, otra vez, arrastrando muebles al mar.
El cambio climático es obvio como lo es que «no hi ha temps que no torn». Los extremos no son novedad, ni aquí ni en Sicilia, pero nos advierten de que se deben extremar más aún las precauciones ante los retos climáticos en aumento. Hoy no se desafía a la naturaleza poniendo puertas al campo, como antes. Hoy se siguen poniendo tristes cimientos, puertas, ventanas e inmuebles enteros (o salas de cine) con valiosas vidas en su interior que muchas veces pertenecen a personas venidas de lejos que poca obligación o conocimiento tienen, o han tenido, para saber la historia del lugar y de las imprudencias de los que mandan y sus secuaces. Sigan atentos, pues hasta este artículo va a acabar en papel mojado ni que sea para tapar y no pisar el último fregao.