Si bien a Lorca se le considera el mayor representante de la Generación del 27, fue a Vicente Aleixandre (1898-1984) al que se le galardonó el Nobel con el que respaldar a todo un movimiento. Un grupo de soñadores que encontraron en la escritura la bondad que se les había negado. El cielo que ambicionaban alcanzar.

Enamorado de las palabras, la belleza de su prosa elevaba su trabajo a un estado casi divino. Pero la gracia de su escritura no residía en lo estético de una promesa, sino en el silencio de la misma. A través de la poesía, Aleixandre manifestaba un deseo, un anhelo: la comunicación de su conciencia. «No hay palabras feas o bonitas en la poesía; no hay más que palabras vivas y palabras muertas», decía.

Sevillano de nacimiento, el poeta pronto encontró en Madrid una urbe en dónde explorar su imaginario, y en Velintonia, la casa en donde residió, el lugar para materializarlo. Por ella pasaron numerosos amigos y compañeros de movimiento: desde Luis Cernuda al ya mencionado Federico García Lorca, el poeta que cantaba a la luna. Ahora, tras un año de idas y venidas, el hogar de la Generación del 27 se encuentra en un páramo desolado del que parece ninguna institución gubernamental parece querer darle el cuidado que se merece.

Una de las habitaciones de la casa de Vicente Aleixandre | Europa Press

Tal día como hoy, en 1984, fallecía Vicente Aleixandre en la Clínica Santa Elena de Madrid, tras haber sido hospitalizado de urgencia debido a una hemorragia intestinal. «Mucha gente cree que falleció el 14 de diciembre porque así lo pone en Wikipedia, pero esa fecha está mal. Aleixandre llegó a la clínica agonizando y, como los enfermeros no querían que un Nobel falleciera en ella (pues tenían a toda la prensa esperando fuera), sacaron el cuerpo por la puerta de atrás y lo llevaron a Velintonia. El médico, claro está, certificó la muerte el día 14 de diciembre, pero esto es erróneo: Vicente había fallecido un día antes», asegura Alejandro Sanz, presidente y portavoz de la Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre (AAVA). Ahora, cuarenta años después, se honra la vida de un poeta cuya poesía, a pesar de ser estudiada, es también una gran olvidada.

El poeta del amor

A Vicente Aleixandre se le otorgó el Premio Nobel de Literatura en 1977. Años antes, en 1950, había ingresado en la Real Academia Española, ocupando el sillón de la letra O. Su prosa jamás fue la misma y, sin embargo, conmovió a todos quienes la leyeron. «[Aleixandre] concibió toda su obra poética vertebrada en torno al amor: el amor sentimental, el amor erótico, el amor por la consciencia del envejecimiento… Se habla de Salinas, pero el gran poeta del amor fue Vicente Aleixandre«, afirma Sanz. El poemario existencialista de un poeta mayúsculo que, por desgracia, aun está por descubrir.

Pese a su trayectoria, sorprende la ausencia de actos institucionales que celebren, ya sea hoy o durante este fin de semana, la vida del poeta. «Luego llegará el año 2027 y todos querrán hacer cosas por la Generación del 27. Hacerse la foto para, luego, volver a olvidarse de ellos», lamenta el presidente de la AAVA. ¿Por qué uno de los más grandes es también uno de los más abandonados?

Sanz lo tiene claro: «hoy en día interesan los poetas que, en su difusión, se pueden ideologizar. Y eso es muy triste. Ha pasado con Miguel Hernández y con Federico García Lorca: sólo se les utiliza cuando se quiere hacerlo políticamente. Ese es el sambenito que ha tenido Vicente Aleixandre: significativo por sus cualidades poéticas y no por sus políticas». Así, desde la Asociación, buscan convertir el día de hoy en un día «para reflexionar». Reflexionar sobre la figura del poeta y sobre el estado de el que fue su hogar porque, «40 años después de la muerte de un Nobel, su casa sigue abandonada y desprotegida, y su archivo secuestrado, sin catalogarse adecuadamente».

Una máquina del tiempo al Madrid de Aleixandre

Las alarmas saltaron cuando, en 2022, el Boletín Oficial del Estado anunció la apertura de la subasta judicial del inmueble en el que Aleixandre pasó casi la totalidad de su vida: la antigua Velintonia. Desde entonces, la propiedad ha estado en un constante tira y afloja por encontrar un mejor postor, lo que ha sido denunciado en múltiples ocasiones desde la Asociación. Ahora, parece que la cultura ha ganado, al haber sido declarada Bien de Interés Cultural (BIC). Pero, pese a su estatus de BIC, el estado de conservación de la Velintonia «deja mucho que desear».

Velintonia es un personaje más de la Generación del 27. La casa alberga la memoria, los ecos, la luz y el sonido de cuando Aleixandre vivía ahí. «Es algo maravilloso y mágico», asegura Sanz. Es una máquina del tiempo al Madrid de Vicente.

En sus habitaciones, Aleixandre bailaba en sus escritos, Lorca tocaba el piano y Carmen Conde se reunía con su amante Amanda Junquera. La cultura y el progreso podían respirarse en el aire, y de ello da fe un extenso archivo que, como su autor, se está perdiendo. «Es un archivo que no está debidamente inventariado, con una biblioteca que reúne en torno a 4.000 volúmenes, pero eso no es lo importante: lo importante son las cartas, los manuscritos y todo lo que encierra Velintonia», afirma Sanz. «La Comunidad de Madrid envió a unos técnicos a inventariar el archivo, pero sorprende la falta de cosas que no figuran en la lista y de las que tenemos constancia de su existencia, como una primera edición de Llanto por Ignacio Sánchez Mejías de Federico García Lorca«. El futuro de la poesía está en Velintonia.

El legado de un poeta

Los cuarenta años sin Vicente siembran la semilla de la duda: ¿cómo se honra a un poeta que, cada vez, se conoce menos? ¿Cómo se conoce a un autor si sus pertenencias se mantienen ocultas? La respuesta es muy sencilla: leyendo su poesía.

Desde la Asociación abogan por «dedicar un espacio museístico a la casa de Vicente Aleixandre. La planta de arriba de Velintonia podría utilizarse como espacio multiusos para presentaciones de libros o conferencias, mientras que la planta sótano podría ser un espacio a la memoria del 27 y a la poesía española del siglo XX».

Recordar la vida de un autor es honrar el legado que nos deja. Luchar por su identidad, por su obra y por su historia. Porque su historia es la historia de todos los españoles. Una memoria colectiva que nos recuerda quiénes fuimos, pero también quiénes seremos. Porque, para Sanz y muchos otros enamorados de las palabras, «la marca España no es tomarte cañitas y tapas, sino toda esa gente que, por mucho que pase el tiempo, se sigue citando, recordando y leyendo».

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