Dos parejas. Dos largos procesos de fertilidad paralelos. Dos bebés recién nacidos, por fin. Y, al cabo de unos días, una duda: ¿y si la niña no se parece a ninguno de los dos? Lo que empezó como una broma -«se habrán equivocado en la clínica, ¿te imaginas?»- se convirtió en un «infierno en vida» para una pareja de California y también un dilema mayúsculo: cuando te das cuenta de que llevas meses criando un bebé que no es tuyo, ¿debes devolverlo? ¿Es tu hijo aquel niño que lleva tus genes, o al que has gestado desde el embrión y criado durante sus primeros meses de vida?
Es la historia de Daphna y Alexander Cardinale, que sacudió por primera vez a Estados Unidos en 2021 y que este año han contado en detalle al New York Times, cuando su hija ha cumplido cinco años. La situación comenzó como una pesadilla para las dos parejas implicadas, evolucionó en una caso muy mediático contra las clínicas de fecundación in vitro y sus procedimientos y finalmente tuvo un final feliz.
«El bebé que luché por traer a este mundo no era mío»
«Los recuerdos del nacimiento de nuestra hija quedarán contaminados para siempre por la terrible realidad: dieron a nuestra hija biológica a otras personas, y el bebé que luché por traer a este mundo no era mío», dijo Daphna Cardinale en una rueda de prensa en 2019, asegurando que le habían «robado» el derecho a traer al mundo a su propia hija. «Los Cardinale dieron a luz a una niña que no se parecía en nada a ellos y han demandado a la clínica con sede en Los Ángeles y al laboratorio de embriología por malas prácticas, negligencia y ocultación dolorosa de información», contó la BBC en 2021, cuando el matrimonio presentó la demanda ante el juzgado.
Todo empezó cuando la pareja se percató del color de piel de su bebé, más oscuro que el de sus padres. La niña no se parecía a ninguno de los dos, intentaba convencer Alexander a su mujer, quien sí había encontrado cierto parecido entre la niña y una foto de ella misma cuando era una bebé. Pero hubo un momento en el que los comentarios de familiares y amigos pesaron demasiado y ambos decidieron hacerse con un test de ADN. El resultado reveló que, con un 99,9% de probabilidad, ninguno de los dos eran los padres biológicos de la niña. La bebé tenía ya dos meses.
El test llevó al matrimonio a enfrentarse al primer dilema moral. «Daphna y Alexander no tenían ninguna obligación legal de contarle a nadie los resultados del test, pero sabían, con una claridad agónica, que tenían que contactar con la clínica para darles a conocer lo que habían descubierto», escribe la periodista Susan Dominus en el reportaje en profundidad que ha publicado el Times. «Sentían que le debían a May [nombre ficticio usado en el reportaje para proteger la identidad de la niña] intentar encontrar a sus padres genéticos, incluso aunque eso significase perderla. ‘No queríamos ser esas personas que están tan desesperadas por un bebé que dejan a otros sin el suyo’, me dijo Daphna. ‘Sentíamos como si la estuviéramos secuestrándola’. También querían saber lo que había pasado con su propio embrión: ¿seguiría en el laboratorio? ¿Se habría perdido, habría sido destruido por error o se habría implantado en otra persona?».
La realidad fue, en este punto sí, más sencilla. Fue la propia clínica quien localizó a la otra pareja de California que había gestado a su hija y la había dado a luz con una semana de diferencia. Después de varios encuentros, decidieron intercambiarse a las niñas en enero de 2020, pese al vínculo que cada familia habían creado con la hija biológica de la otra pareja, y que también se extendía a la otra hija de los Cardinale, Olivia, que entonces tenía cinco años.
Cinco años después, la familia mira atrás y cree que es «una bendición» que el otro matrimonio coincidiese al 100% con lo que en aquel momento sentían. «Al final terminamos juntándonos todos. Hemos pasado todas las vacaciones juntos desde entonces. Hemos pasado juntos todos los cumpleaños, y hemos, de alguna manera, fusionado a ambas familias», ha contado Alexander Cardinale en una entrevista con el británico Daily Mail.
Ambas familias forjaron un fuerte vínculo después de decidir que cada niña debía crecer con sus padres biológicos y no con los que la habían gestado y criado durante los primeros meses de vida, y pasaron largos periodos familiarizándose con la otra bebé antes de llevar a cabo el cambio. Lo recuerdan enseñando los mensajes que se cruzaron entonces. «Podríamos visitarnos para ver qué tal están nuestras niñas. Es que es muy difícil, no sé cómo dejarla ir», escribió Annie, la madre biológica de la bebé a la que dio a luz Daphna. «¿Y si no las dejamos ir? ¿Y si tenemos dos bebés? Podemos compartirlas, podemos encontrar una manera de tener a ambas bebés. Pasar mucho tiempo juntas, criarlas juntas».
Eso fue lo que hicieron. Las dos familias se fusionaron en una sola, criaron a ambas niñas considerando a la otra una hermana. No solo pasan las vacaciones juntas, también van al mismo colegio y ambas parejas se coordinan para llevarlas y recogerlas. Y finalmente Alexander y Daphna decidieron retirar su demanda para evitar que su hija mayor tuviese que testificar en el juzgado. Este año por primera vez ambas niñas irán a colegios diferentes, pero las familias aseguran que se harán cargo de que sigan viéndose a menudo y las han apuntado a clases de ballet juntas.