El Kremlin intenta salvar los muebles, tras el duro revés geopolítico que supone el derrocamiento de su aliado, el expresidente sirio Bashar el Asad. Fuentes oficiales rusas han asegurado el pasado domingo estar en contacto con representantes de «la oposición armada siria«, cuyos líderes habrían garantizado a Moscú la seguridad de las bases militares rusas en la costa mediterránea de Siria, en concreto del aeródromo militar de Hmeimim, cerca de Latakia, y el puerto de Tartús. Precisamente, las modificaciones semánticas contenidas en esta frase y en otras declaraciones públicas sobre la situación en Siria constituyen una muestra adicional de que las autoridades rusas intentan llegar a una entente con la nueva dirigencia del país: a ojos de la oficialidad rusa, los combatientes sirios han dejado de ser «terroristas» para convertirse en «oposición armada«.
Uno de los guiños más destacados de Rusia hacia los opositores sirios se vivió precisamente en Moscú. Al igual que sucedió en la legación en Madrid el domingo, la bandera del régimen de Asad fue arriada de la sede de la embajada en Moscú, siendo izada en sustitución la insignia revolucionaria, algo para lo que era necesario contar con el beneplácito de las autoridades rusas. Además, según informó la agencia oficial rusa TASS, el personal diplomático estaba trabajando en su interior «con normalidad».
El Ministerio de Exteriores de Rusia ha emitido un comunicado asegurando que las instalaciones militares en Siria se hallaban en régimen de «alerta en nivel alto», pero que no se percibían «amenazas» para su seguridad. Pese a estas palabras, los observadores militares han constatado indicios de evacuación, con un mayor trasiego de aviones de carga como Iliushin Il-76 o Antonov An-24 que podrían encargarse de retirar material militar. Además de las dos bases mencionadas, Rusia mantenía presencia en el aeropuerto de Qamishli, un enclave en la ciudad homónima bajo control del régimen sirio hasta ahora, y en otras infraestructuras castrenses repartidas por el territorio sirio. Debido a la guerra de Ucrania, Moscú no parece contar con tropas que desplegar para garantizar su defensa, ante lo cual depende de la buena voluntad de los nuevos gobernantes del país para que su infraestructura militar en territorio sirio pueda seguir funcionando como hasta ahora.
¿Gestos insuficientes?
Y los gestos que está realizando hacia ellos pudieran ser no suficientes, quizás no ahora pero sí a medio o largo plazo. Ignacio Álvarez Ossorio, catedrático de Estudios Árabes e Islámicos en la universidad Complutense de Madrid, recuerda que desde la base de Hmeimim despegaban los aviones Sukhoi que, hasta fecha muy reciente, bombardeaban objetivos civiles en localidades bajo control rebelde de la provincia de Idleb. El Instituto de Estudios sobre la Guerra (ISW), el laboratorio de ideas con análisis más valorados sobre las guerras en curso, recuerda que las facciones rebeldes son heterogéneas, y que no estaba «claro» quienes eran los interlocutores de Rusia en este asunto. «Incluso si mantiene alguna de sus bases (la caída de Asad) es una pérdida geopolítica de envergadura para Moscú … estará siempre a expensas de unos grupos a los que en el pasado llamaba terroristas».
Las instalaciones militares rusas en el país árabe constituyen un eslabón fundamental para que el Kremlin pueda mostrar poder militar, más allá de sus fronteras. Según el ISW, gracias a la base naval de Tartus, Rusia «puede proyectar su poder en el Mediterráneo y amenazar el flanco sur de la OTAN», mientras que el aeródromo de Hmeimim se ha erigido en una escala fundamental para garantizar las rotaciones de los contratistas rusos de Africa Corps, milicia antes conocidos como Wagner, en países africanos aliados como Mali o República Centroafricana.
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