El calendario cultural de la Comunidad de Madrid abre hueco a la literatura infantil y juvenil en el mes de diciembre. La Casa Encendida será la sede principal del festival ABRACADABRA, el nuevo proyecto de la Fundación Montemadrid y La Fábrica que, del 10 al 15 de diciembre, abarcará más de 60 actividades con las que fomentar la pasión por la lectura en todas las edades. Porque cuando la infancia se torna cuesta arriba, cuando la adolescencia le hace a uno sentirse incomprendido o cuando la melodía de las palabras se convierte en una canción con la que dormir a un bebé, la literatura se convierte en un fundamento de la propia existencia.
El festival nace como un proyecto de reflexión compartida sobre la situación de esta literatura a veces olvidada por el panorama actual. Una reivindicación por la palabra, por la ilustración pero, sobre todo, por la imaginación. Un alegato en defensa de la literatura, y de su valor como refugio seguro. Rostros reconocidos como Irene Vallejo (su ensayo, El infinito en un junco, ha sido recientemente elegido como ‘Mejor Obra en Español del Primer Cuarto del siglo XXI’) o Gustavo Martín Garzo, participarán en distintas conversaciones sobre la capacidad que tienen los libros de ser espacios seguros. Espacios de aislamiento y, a su vez, de libertad.
Escribir para niños, no para ingenuos
ABRAPALABRA pretende también que los niños conozcan a los autores que están detrás de aquellos libros que los acompañan cada día. Escritores como Jordi Sierra i Fabra (El club de los Raros), Pedro Mañas (Anna Kadabra) o Begoña Oro (Rasi, ayudante del ratoncito Pérez, Los desastres de Troti) participarán en numerosos talleres con los que intercambiar experiencias y miradas con aquellos a los que su literatura ha transformado.
Precisamente, Begoña Oro se ha alzado este año con el Premio Cervantes Chico por su exitosa trayectoria en el mundo de la literatura infantil y juvenil. La autora afirma en una conversación con El Independiente que este es un campo «mucho más difícil» de escribir que el de la literatura para adultos, pues «los niños tienen una imaginación contra la que no podemos competir, pero les falta el oficio. Y eso es lo que ponemos nosotros».
No se trata de una mera reducción del lenguaje, sino de hacer el «esfuerzo extra» de dirigirte a un público infantil. «Los niños adquieren el vocabulario muy poquito a poco y, en gran parte, es gracias a los libros. Hay que tener muy en cuenta esas especificidades de vocabulario, así como el bagaje emocional y muchos otros elementos que la convierten en una literatura mucho más difícil de escribir. Pero [los niños] son muy inteligentes y no se les debe rebajar. Dentro de la propia literatura infantil hay muchísimas diferencias: no es lo mismo escribir un libro para un niño de seis años que está empezando a leer por sí mismo que para un niño de tres años al que sus padres le van a leer el libro por la noche. Ahí, la fonética y el ritmo juegan un papel muy importante», defiende Oro.
El personaje sale del papel
“A todos los niños les gusta escuchar un cuento: estamos genéticamente diseñados para ello”, justifica la autora. En sus historias, Oro se convierte en un fantasma. En un narrador externo que cuenta las historias de la divertida ardilla Rasi o del adorable unicornio siberiano Troti. Sus relatos se leen en las escuelas y los niños adoran a estos animados personajes. En muchos casos, incluso se fomenta la lectura con peluches de los mismos, que salen del papel para formar parte de la familia.
“Los libros son el artefacto más interactivo del mundo, porque desatan en el lector una serie de mecanismos de imaginación, de comprensión y de visualización brutales. Lo que lees lo ves en tu cabeza. Transformas unos trazos en cosas vivas y eso, en la mente de un niño, es brutal. Los personajes se transforman en amigos y un peluche ayuda a esa impresión de la realidad, convirtiendo la lectura en lo que siempre ha estado destinada a ser: un refugio. Es un muñeco al que abrazar, pero también es un muñeco que protagonizará las aventuras que el niño se invente mientras juega. Es, ante todo, una compañía”, explica la autora.
Y esa compañía se explora en los anaqueles de la vida de la persona. La propia Oro recuerda cuando, en una ocasión, participó en un instituto para una charla sobre un libro juvenil del que había formado parte. «Cuando me presentaron y dijeron que yo era la autora de los libros de Rasi los chavales gritaron ‘¡eres mi infancia!’. Yo me quedé a cuadros: ¡no tenían más de 15 años! Ser la infancia de alguien es lo más bonito que me pueden decir«.
Sorpresa y admiración por la autora que hay detrás. Por la persona que, sin ser plenamente consciente de ello, les había cambiado por completo. Los personajes nacen del autor, pero pertenecen a las almas de aquellos quienes, en su soledad, han encontrado un refugio cercano. Al preguntarle sobre si esta especie de anonimato le pesa en su día a día, Oro responde con un tímido orgullo que denota sinceridad en sus palabras: «Muchas veces me pasa que veo a un niño por la calle con uno de mis libros y me entran ganas de acercarme y decirle ‘¡Yo he escrito ese libro!’ pero, al final, no lo hago. Me parece tan fascinante que sean famosos ellos que no me importa». Y con ese ellos, Rasi y Troti se vuelven reales y tangibles. Se transforman en amigos.
Reunión en torno a la literatura
Pero a Oro le preocupa que la literatura infantil tenga «tan poco espacio», pues la literatura que leemos de pequeños «es la que se nos queda en la memoria: cuando un adulto piensa en los libros que leyó de pequeño le sale una sonrisa». Y es ahí donde ABRAPALABRA encuentra su razón de ser.
Un espacio organizado para que todas las patas de la literatura infantil y juvenil sostengan el festival al completo. Ilustradores, narradores, escritores y escritoras… Todos reunidos en espacios de reflexión compartida que elevan las letras y la reunión intergeneracional entre lectores.
Begoña Oro asegura que, de su paso por el festival, le hace «especial ilusión» uno de los dos encuentros que tiene programados. «Se trata de un encuentro en una biblioteca a la que van a venir tanto niños y niñas de un colegio como personas mayores de un centro de mayores. Me encanta que la literatura infantil no se circuncida solamente a un público de esas edades, sino que también sean muchos los mayores que la descubran y se den cuenta de que les gusta», afirma la autora.
Así, Oro anima a que los niños «descubran y disfruten» lo que la literatura infantil puede llegar a ofrecer, pero también a que los adultos «se asomen, sin importar que tengan hijos, primos, sobrinos, nietos, o no, porque la van a disfrutar». Y, de la misma manera, la autora celebra que cada vez sean más los padres que acercan la lectura a sus hijos, sean ellos mismos lectores o no. «Siempre decimos que la clave está en dar ejemplo lector, echándole la culpa al padre o a la madre que no lee, pero tiene mucho valor tratar de impulsar un hábito que uno mismo no tiene. Celebro esa intención y no quiero que se pierda«, afirma la escritora.