Además de controlar cada centímetro de El Salvador, Nayib Bukele tiene su propia marca de café: Bean of Fire. Suele promocionarla con una sonrisa triunfal y una taza humeante. Quizá el aroma de la bebida fue a tal punto embriagador que lo llevó días atrás a augurar que «probablemente pronto» podría «rebajar» el régimen de excepción que rige en ese pequeño país centroamericano desde hace más de dos años y medio y es parte esencial de su política de seguridad. «No creo que haya necesidad de endurecerlas, más bien creo que se van a poder relajar», dijo el presidente sobre las medidas draconianas que puso en marcha el 27 de marzo de 2022 para derrotar a las pandillas Mara Salvatrucha y Barrio 18.
Los arrestos sin orden judicial y la más duras de las manos duras en las calles han llevado a la cárcel de máxima seguridad a unos 83.000 presuntos delincuentes. De acuerdo con las oenegés Socorro Jurídico Humanitario, Cristosal y MOVIR, 30.000 de los detenidos serían inocentes. Bukele ha reconocido que ocho mil personas tuvieron que ser liberadas por esa razón. Cientos de manifestantes se manifestaron para exigir la libertad de miles de personas que no tendrían que estar encerradas. Al presidente cafetero no lo ruborizan esos reclamos ni las acusaciones de haber llevado adelante un régimen brutal. Tampoco las denuncias de Amnistía Internacional y Human Rights Watch sobre 300 muertes bajo custodia estatal. «En el tema de la dureza yo creo que lo que se está haciendo está bien, está funcionando».
Bukele no solo invoca su arrasador triunfo en las últimas elecciones con el 85% de los votos, pasando por alto de que compitió contra sí mismo. Un Informe de Seguridad Global publicado por la consultora Gallup consigna que El Salvador se ubica entre los países «más seguros» del mundo, junto con Suiza, Islandia o Luxemburgo. El 88% de las personas entrevistadas aseguran poder caminar sin sobresaltos por las noches. En Ecuador, solo un 27% de sus habitantes sienten la misma tranquilidad.
Al amparo del régimen de excepción, el «Pulgarcito» de América Latina, apodo que le había puesto el poeta Roque Dalton a un país de 21,040 km2, pasó de tener 106,3 homicidiospor cada 100.000 habitantes en 2015, a 2,4 en 2023. En noviembre no se reportó oficialmente ningún asesinato. Las delincuentes ya no controlan áreas que antes dominaban y que eran blanco de violencia y prácticas extorsivas. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) exige no obstante que el Gobierno restituya todas las garantías constitucionales que se eliminaron con el régimen de excepción.
Detrás de escena de la tranquilidad
El Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT), la súper cárcel de máxima seguridad, irradia su sombra sobre el territorio como una amenaza permanente que ha disciplinado a la sociedad. El miedo a entrar allí por error se ha inoculado a través de imágenes elocuentes. Jaulas empotradas sin sol ni ventanas. Apenas una cama metálica. Un retrete abierto, un recipiente hecho de cemento y un cubo de plástico para lavarse. Una jarra grande de agua para calmar la sed de libertad. Todos los presos vestidos de blanco y rapado. Cada celda, con 80 reclusos encerrados 23 horas y media. El tiempo restante solo puede servir para mover los músculos o leer la Biblia. Siempre vigilados guardias enmascarados y dispuestos a disparar ante la mínima sospecha. Los internos son a su vez vigilados por cámaras y 19 torres. El exterior no existe para ellos. Carecen de teléfonos celulares e Internet. No hay salvadoreño que desconozca esos rituales punitivos: un familiar, un vecino, un amigo o un conocido de conocidos, se encuentran en ese infierno.
«Probablemente, no sea un hotel 5 estrellas, pero esto es lo que es para nosotros», dijo a CNN Marvin Vásquez, un líder de la Mara Salvatrucha de 41 años y 20 muertos sobre sus espaldas. Habló con la televisión norteamericana «solo para disuadir a los jóvenes de seguir sus pasos». Su módico arrepentimiento ante las cámaras no lo liberó de las cadenas que rodeaban sus manos y tobillos.
Desafíos económicos
«The strongman», lo llamó recientemente ´Time`, donde ocupó su portada. «El más popular de los autoritarios», dijo. Bukele vende café, pero la economía salvadoreña no tiene demasiadas razones para la celebración. La deuda nacional pasó del 37,8% del PIB en 2001 al 95% en 2020. Su tasa de crecimiento es la segunda más baja de Centroamérica, del 2%. Un tercio de la población es muy pobre. Los 1,6 millones de salvadoreños que viven en el exterior, especialmente en Estados Unidos, inyectan unos 8000 millones de dólares anuales en concepto de remesas. Ese dinero es indispensable para que se mueva el mercado interno.
El Gobierno negocia con el Fondo Monetario Internacional (FMI) un préstamo de 1.400 millones de dólares. A cambio debe reducir el gasto público, y como la política de seguridad no puede tocarse porque es un puntal del proyecto unipersonal, serán afectados, una vez más, la salud y la educación. El FMI se ha opuesto a que El Salvador utilizara bitcoin como moneda de curso legal desde 2021. Si bien el Estado asegura haber acumulado unos 500 millones de dólares en criptomonedas, las compras y ventas se pactan con los billetes de Estados Unidos.
El modelo represivo se propone tener como contrapartida sustentable a una economía extractiva. La minería metálica está prohibida por ley desde 2017 y para Bukele se trata de una «tontería» que no permite el desarrollo. «Lo vamos a hacer bien y vamos, vamos a mejorar el medio ambiente». El presidente maneja el Congreso a su antojo y por control remoto, y por eso se propone derogar la normativa para explotar «de manera responsable» los yacimientos de oro, cobalto, litio y níquel. El movimiento ambiental advirtió que el proyecto pondría en peligro el principal afluente del país, el río Lempa, que abastece de agua al 50 % de la población.
Denuncias de corrupción
No solo a café huele El Salvador de Bukele. «No somos perfectos, y estoy seguro de que habrá mucho que criticar y cuestionar. Pero, ¿corrupción? No sean imbéciles«, se enojó ante las sospechas de negocios familiares ilícitos. Y, como el argentino Javier Milei, pobló de insultos a los periodistas.
Recordó al respecto la publicación digital ´El Faro`: «fue el periodismo el que hizo públicos los audios del exasesor de seguridad, Alejandro Muyshondt, que evidencian la protección de Bukele a corruptos y sospechosos de narcotráfico. Fue el periodismo el que reveló los pactos de Bukele con líderes pandilleros; su desaparición de miles de millones de dólares de fondos públicos; su destrucción de la democracia y la consecuente sustitución por una dictadura tropical y familiar. El periodismo salvadoreño es uno de los pocos obstáculos al proyecto totalitario y continúa desenmascarando la naturaleza criminal de su ejercicio político».
Pero Bukele necesita financiar su perpetuidad y, además, expandirse más allá de las fronteras. Conversó con Donald Trump apenas se conocieron los resultados electorales. Piensa ser «su hombre» en Centroamérica y, si es posible, más allá. No en vano ya convenció a su colega de Costa Rica, Rodrigo Chaves, de creer una «Liga de Naciones». Juntos buscarán a otros «países pequeños de mente clara y propósito robusto: seguridad y prosperidad». El dueño de Beam of fire quisiera extender el fuego de su influencia más al sur. En Chile, según una reciente encuesta, tiene una aprobación superior al 60%.
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